miércoles, 12 de septiembre de 2018

FRANÇOISE HARDY Y NUESTRA EDUCACIÓN SENTIMENTAL


(chucherías del espíritu)

Sigue cantando a los setenta y cuatro tacos y después de superar un cáncer linfático. Cuenta ella misma que estuvo convencida de que le había llegado la hora, y que lo sintió solo por su hijo.
En el vídeo de su última canción compruebo que sigue siendo tan bella ─ una belleza íntima, pensativa, introvertida ─ como siempre. La canción se titula Personne d’autre, “nadie más”. Los tiempos han cambiado, y Françoise Hardy no canta ahora al amor, sino a la muerte: «Una señal como una llamada, una tonada intemporal, nadie más que tú para escucharla.» La última frase de la canción expresa sometimiento, resignación: «Bajo los brazos, desolada.»
Fue en los sesenta, los años más felices de la historia de la humanidad si hemos de creer a los historiadores (pero en España los vivimos bajo una dictadura), cuando aprendimos de ella la expresión “copine”, y ella fue nuestra copine de referencia, casi la única posible.
Siempre muy seria bajo su melena lacia y larguísima, y sin embargo acogedora, amigable; ejercía habitualmente de virgen severa, pero también en un momento dado era capaz de entregarse entera, “par amour”. Durante un tiempo limitado, es claro, porque la vida pasa deprisa y “l’amour s’en va”.
No era esa canción precisamente la que me daba escalofríos, por más que la doctrina oficial de la santa madre omnipresente, para nosotros los jóvenes, era que el amor es algo para siempre, como una vajilla de Duralex; y el primer deber que nos imponían las muchachas en flor si pretendíamos su amistad inocente era que querían vernos en misa. En las primeras filas y de rodillas, preferentemente.
La canción de Françoise que me impresionó en especial entonces fue J’suis d’accord, “estoy de acuerdo”. La letra era sencillamente terrible: «Estoy de acuerdo en que juntos somos felices / Estoy de acuerdo en que los dos nos esforzamos tanto como podemos en ser mejores / Esto quizá puede durar aún uno o dos meses más / Siempre que no me pidas que vaya a tu casa.»
Nuestra educación sentimental nos dejaba muy pocas salidas, cuando Françoise Hardy y yo fuimos jóvenes.