(Chucherías del espíritu)
Un viaje aéreo representa
una probabilidad alta de riesgo a sufrir gripes o resfriados, según alerta una revista
médica titulada BioMed Central Infectious
Diseases, a partir de estudios sistemáticos llevados a cabo en el
aeropuerto de Helsinki. Lo más llamativo del informe es la inviabilidad práctica
de una profilaxis personal preventiva. Los microbios se concentran en
particular en las bandejas en las que el viajero coloca sus pertenencias para pasar
los controles obligatorios de seguridad, y, dentro del avión, en la bandejita individual
extensible delante de cada asiento, en la que se colocan las comidas y bebidas
a bordo. Cualquier otro lugar u objeto está comparativamente más limpio de
gérmenes, por lo menos en el aeropuerto de Helsinki y en las aeronaves
analizadas allí.
Se ha pensado en
poner líquidos desinfectantes a disposición del personal en tránsito, detrás de
los controles de seguridad. La única otra medida que parecería eficaz, dada la
necesidad que todas las personas provistas de tarjeta de embarque tienen de
circular por el pasillo altamente contaminado que finaliza en el túnel de los rayos
X, sería la provisión de guantes de caucho esterilizados y mascarillas
tapabocas.
No me extrañaría
que, si se tomaran ambas medidas, los objetos más contaminados del entorno pasaran
a ser los pulsadores de las botellas de líquido desinfectante y los
dispensadores de guantes, de mascarillas y de toallitas para las manos.
Al microbio hay que
reconocerle esa capacidad. Su inteligencia es muy limitada, pero está dotado
por naturaleza de una propensión genial a acumularse en los lugares y los
objetos en los que el roce humano es más continuo y más promiscuo. Puesto que
los humanos somos el vector principal de la difusión del microbio, y el
microbio mismo inventa mil ocasiones para pegarse íntimamente a nuestra piel y
a nuestra ropa, parece ilusorio el objetivo de aislarnos eficazmente de su
potencial patógeno.
Vivimos en un mundo
contaminado y contaminante, esa es la dura realidad. Podemos mejorar con
algunas precauciones elementales nuestro nivel de exposición al riesgo, pero no
aislarnos por entero de la suciedad ambiente. El multimillonario americano Howard
Hughes lo intentó de veras: padecía un trastorno obsesivo-compulsivo y se
recluyó en una especie de vida eremítica que lo apartó de toda compañía humana,
incluso de la de sus mujeres, tanto la legal (Jean Peters) como las compañeras
de pago (se habla de algunas de las actrices más glamurosas de Hollywood),
hartas, imagino, de jabonarse repetidamente de pies a cabeza antes y después de
la performance consistente en entrar en contacto directo con su persona
corpórea.
Cualquiera puede
calcular que fue peor el remedio que el microbio en sí.