sábado, 29 de septiembre de 2018

SALIDA AL ADRIÁTICO


(Viaje a Eslovenia)

Plaza Mayor de Piran. En el "skyline"´, de izquierda a derecha, el ábside, el campanil y el baptisterio poligonal de San Giorgio. En primer plano, a la izquierda, el Ayuntamiento. Al fondo, en la esquina, la casa veneciana. A la derecha, desde lo alto del pedestal Tartini esboza una reverencia. (Foto: Carmen Martorell)
Llegamos a Piran a la hora de comer, después de la visita a Lipica. El restaurante era uno más en una hilera de terrazas alineadas en el lungomare separado del mar Adriático por una simple escollera. La gente se desvestía en las terrazas mismas después de almorzar, para chapuzarse de inmediato en el agua: un plan tentador si hubiéramos ido provistos de bañadores, porque el día era caluroso y el sol apretaba de firme.
Fuego y sal
El nombre de la ciudad viene al parecer del griego “pir”, fuego, y alude al faro que en la Edad Antigua dirigía la navegación entre la costa de Istria y el seno marino de Trieste. El faro, ahora eléctrico, no ha dejado de cumplir su misión al paso de los siglos. Está en el extremo del promontorio, detrás de la iglesia, hoy desacralizada, de la Salute.
“Pirano” perteneció a Venecia durante cinco siglos, del XIII al XVIII, y toda su fisonomía urbana es aún característicamente veneciana. Su importancia económica se basó en el suministro en exclusiva de sal marina para la República de los Dogos. También las salinas siguen activas en la actualidad.
En su nueva etapa histórica como ciudad eslovena ocupa un lugar singular en la estrecha salida al mar del país, entre los tinglados portuarios de Koper (Capo d’Istria) e Izola (Isola d’Istria), por el oeste, y el “resort” turístico para ricos de Portoroz (Porto Rose) hacia el este. Apartada del tráfico comercial por un lado, y de la privacidad exclusivista de los potentados por el otro, Piran es la localidad más abierta de este tramo de costa, y también la más monumental y la más hermosa: una Venecia en miniatura.
Desde la altura en la que se alzan las tres estructuras alineadas de San Giorgio Maggiore (la iglesia en sí, el campanile exento copia del de Venecia, y el baptisterio también exento), se divisan hacia el oeste el arco amplio del golfo de Trieste, hasta Monfalcone y Grado, y del otro lado del promontorio, la línea baja de la costa de la península de Istria. Dicho de otro modo, la vista abarca sin solución de continuidad un solo mar y las tierras indistinguibles de tres naciones distintas: Italia, Eslovenia y Croacia. A la unidad geográfica natural se contrapone en esta esquina de Europa la fragmentación artificial de la política; a la interdependencia cada vez mayor en un mundo global, la pretensión comprensible, pero absurda a partir de cierto punto, de seguir cada cual un camino separado.
Desde la plaza del Primo Maggio subimos a San Giorgio por callejuelas de sabor veneciano, y descendimos después a la plaza Mayor, abierta al puerto de recreo. Le da nombre Giuseppe Tartini, violinista y compositor barroco, hijo de veneciano y eslovena y nacido ahí mismo, en uno de los edificios nobles del fondo de la plaza. Una estatua en el centro del amplio espacio público celebra adecuadamente a esta gloria local.
Lassa pur dir
En la esquina más interior de la plaza de Tartini, allí donde desemboca la calle que desciende desde San Giorgio, está la “casa veneciana” (en realidad muchas podrían llevar el nombre con los mismos merecimientos), llamada así por la decoración suntuosa de sus ventanales y del balcón de esquina. Según consta en las guías, la casa fue adquirida por un mercader veneciano para instalar en ella a su querida, una muchacha piranesa. Cuando las murmuraciones del vecindario se hicieron ensordecedoras, el fatuo mercader hizo inscribir en la fachada de la casa la leyenda «Lassa pur dir», “deja que digan” en dialecto veneciano. No queda rastro de tales palabras pintadas o grabadas, de modo que me es imposible certificar la veracidad de la historia.
Los edificios nobles del Ayuntamiento y de los Tribunales, colocados en ángulo recto, cierran la plaza por el lado oeste y el sur respectivamente. Desde ambos lados del consistorio parten calles que se adentran en el corazón de la ciudad, y que ofrecen en su recorrido diversos arcos y pasos cubiertos, placitas y otros rincones muy agradables. Por el otro lado de la plaza, en la altura corre un tramo de las antiguas murallas, muy bien conservado y accesible, según las guías, a los paseantes. Pero nadie que yo sepa, en la expedición, se animó a subir hasta allí.