La prensa informa
de que la compañía mixta Jaizkibel ha vuelto a desfilar este sábado por las
calles de Hondarribia, en el Alarde celebrado en conmemoración y agradecimiento por la ayuda que la
Virgen de Guadalupe prestó a los defensores hondarribiarras en el sitio de las
tropas francesas, en setiembre de 1638.
Se trata de una
tradición secular, pero de una tradición que hasta hace muy poco ha sido exclusiva
de los varones. Las mujeres, según el veredicto de usos y costumbres
arraigados, únicamente podían participar en el Alarde vestidas de cantineras,
nunca con uniformes militares convencionales y armadas con espadines o
mosquetones de guardarropía. En consecuencia la compañía mixta ha sido
recibida, igual que en años anteriores, con pitos, plásticos negros y pancartas
con la inscripción “Betiko Alardea”, Alarde tradicional.
Nadie ha pedido su
autorizada opinión a la Virgen de Guadalupe en este pleito. La Virgen no ha
señalado hasta el momento su posición con un milagro inequívoco que entraría
cómodamente en el radio de sus atribuciones sobrenaturales (un rayo exterminador caído
del cielo sobre la Jaizkibel; o, sensu
contrario, una lluvia de pétalos de rosa sobre los tambores, los espadines
y los brocados dorados de los galones femeninos). Ambos bandos en disputa han
de conformarse con meras suposiciones más o menos infundadas, si bien es seguro
que las expresan con un énfasis notable: “Si la Virgen de Guadalupe levantara
la cabeza…”, etc. Unos dirán que le habría agradado el desfile de las devotas
uniformadas; otros, que Ella abominaría de la novedad.
Ha habido tensión
en las calles, es cierto, pero en un clima de civilidad loable. En Belfast (Irlanda
del Norte), y no hace tantos años, en ocasión de una tradición bélica parecida
que llevaba a los protestantes a cruzar con alarde y jactancia el corazón de
los barrios católicos de la ciudad, había barricadas, forcejeos, pedradas, crismas
partidas, contusiones varias, y en ocasiones incluso muertos por armas de
fuego. Nada parecido ocurre en Hondarribia. Puede que en el fondo oscuro de la
conciencia de los cavernícolas exista, más allá de la exasperación natural, un
fondo de admiración inexpresada por esas machorras que, puestas a hacer
Alarde de lo que sea, no se resignan a asumir sin más el papel marginal de
cantineras.