Cuando Clara
Ponsatí resumió desde Escocia las andanzas del procés catalán con la frase «jugábamos de farol», pensamos en un
primer momento que estaba emitiendo una autocrítica. No era así, estaba
enunciando una estrategia.
El president Quim
Torra ha seguido por el mismo camino en la conferencia que dio ayer tarde en el
Teatre Nacional. El lugar indicado para que hablara el president debería haber
sido el Parlament de Catalunya, y el contrapunto necesario a sus “propuestas,
que no protestas”, la presencia de la oposición con voz y voto. Ese habría sido
el paradigma en una democracia. A saber cómo puede definirse el sistema vigente
en la Cataluña de Torras/Puigdemont, cuando una de sus características
principales es la de silenciar a toda costa a la oposición y jugar a la ficción
de que solo es Cataluña aquello que hacen aparecer en el proscenio, delante del
telón corrido que oculta el escenario.
Por eso, el cambio
de sede elegido para el acto de ayer se llenó de un sentido profundo: no fue un
debate parlamentario, sino un teatro nacional.
Y Torra dio una
nueva vuelta de tuerca a su juego de farol. Pidió a la ciudadanía un mayor sacrificio
y una multiplicación de esfuerzos, habló de movilización permanente y de ocupar
las calles, declaró que “ha aprendido” que la independencia no se consigue
desde un despacho (cualquier día de estos descubrirá la sopa de ajo), y al
tiempo que predicaba el diálogo permanente con el Estado opresor, dejó muy
claro que no le sirve ninguna otra cosa que no sea un referéndum de
autodeterminación vinculante, previa la absolución incondicional de los imputados en el juicio pendiente.
Sigue vigente, a
propósito de estos últimos, esa convicción ful de que “no han hecho nada malo”
y que se está conculcando derechos individuales y juzgando la libertad de
expresión. Como si fuera lo mismo pedir la independencia que declararla de
forma institucional en perjuicio de los derechos de todo tipo de otras personas
que, además, son mayoría según el censo.
Dicen quienes han
leído los borradores previos, que Torra ha suavizado en la redacción final el anterior
tono truculento. Mantiene sin embargo el tono general de desafío al Estado y la
amenaza de “desobediencia civil” (Antón Costas se encarga hoy en lavanguardia
de explicar que la línea adoptada por la Generalitat no es desobediencia civil,
sino un golpe de Estado institucional para subvertir todo el sistema.)
Todo, incluida la
tergiversación de los conceptos y el torpedeo de la democracia en nombre de una
supuesta “democracia mayor”, se inscribe en el mismo juego de farol, que no
apunta al “todo o nada” ─ eso sería por lo menos honesto ─, sino al “todo o
todo”: absolución a los imputados + referéndum vinculante + independencia
imparable sea cual sea el resultado del punto anterior.
No habrá este otoño
más movilización ciudadana que la que puedan aportar la ANC y los CDR con sus
procedimientos tradicionales de recluta de personas en los pueblos y flete de
autocares para vivir unas horas de película en Barcelona. No habrá un nuevo
desafío institucional como el de las tres fechas clave del año pasado (6 y 7-S,
1-O, 27-O) que forman, según la interpretación del president Torra, la base de
partida de su posicionamiento. Por detrás del retablo de las maravillas, el rey
está desnudo y el procés ya jiede. El
tingladillo podrá desmontarse algún día, pero van a hacer falta mucha paciencia
y muchos votos inequívocos en favor de una solución alternativa real,
consensuada, clara y transparente.