Daniel Innerarity es
uno de los pensadores u “opinadores” a los que sigo con más fidelidad, pero ese
dato general no impide que su artículo de hoy en elpais, titulado “La estupidez
colectiva”, me parezca un ejercicio banal de surfear la ola de un tópico “colectivamente
estúpido” en sí mismo, y particularmente nocivo.
Veamos la frase de
arranque, que por lo demás da la tónica de toda la argumentación: «Los
desastres políticos deben atribuirse a la incompetencia, y no tanto a la mala
voluntad.»
Disculpe, don Daniel.
Ponga “mala fe” (la mala fe sartriana) en lugar de mala voluntad, y dígame si no
es precisamente eso lo que nos aflige en los numerosos y sobreañadidos
desastres políticos que padecemos.
Hablar de
incompetencia y de chapuza es quitar hierro a la cuestión. Si somos todos estúpidos
y todo lo que nos hace falta es algo más de perspicacia, nadie tiene en
realidad la culpa de nada. Solo nos haría falta un esfuercito más, un pequeño
empujón, una chispa de lucidez colectiva, para arreglar las cosas cuando aún se está a
tiempo de hacerlo.
Un indicio de que
no es así: de deberse los desastres globales que padecemos a la incompetencia, todos saldríamos perdiendo. La gran
banca, por ejemplo; el FMI; los accionistas de las multinacionales; los
especuladores financieros; Steve Bannon. Todos.
Pero la tónica
repetida que se percibe en tantos sucesivos e interminables desastres, es que
unos ganan y otros pierden, y la porción que se detrae a los que pierden va a
engrosar el premio gordo de los que ganan, y los que ganan siempre ganan y los
que pierden siempre pierden también.
Todas esas
catástrofes caídas del cielo despejado, de otro lado, han sido anunciadas. Ha
habido cataratas de advertencias, estudios, propuestas alternativas, etc., que
en ningún caso han sido tomadas en consideración. Ahora mismo está sucediendo
con el cambio climático y la necesidad de acelerar una transición a energías
limpias. ¿Cabe hablar de “incompetencia”, pero no “mala voluntad”, en la
posición negacionista de Trump? ¿O en la de Bolsonaro, que sigue adelante con
su programa de desforestación de la Amazonía?
Cierto que existe
una estupidez colectiva en la actitud de quienes viven estos desastres con una
pasividad tranquila y confiada, porque “quien manda, manda”, y “doctores tiene
la Iglesia”. Personas que se refugian en una pretendida y nunca demostrada sabiduría
colectiva para dejarse llevar plácidamente por la corriente. Gente que seguiría
a ciegas el conocido reclamo: «¡Comed mierda! Mil millones de moscas no pueden
estar equivocadas!»
En alguna ocasión he
etiquetado esa actitud débil y pasiva como “psicología del mandao”. Todo resulta inevitable: si quienes mandan nos dicen que
no hay alternativa, pues no hay que darle más vueltas.
La No Alternativa
actual deriva del gran mito originario del neoliberalismo. Sus valedores
dijeron en los años setenta del siglo pasado que la sociedad no existe, que
solo hay individuos que persiguen egoístamente sus propios fines; pero el
Mercado, esa institución sobrehumana, regula y dirige sabiamente el conflicto
de egoísmos y lo traduce en una armonía económica en la que el mérito es
premiado y la ociosidad, la pereza y la negligencia reciben el adecuado
castigo.
Tampoco existen para
ese egoísmo irresponsablemente benéfico el largo plazo, la previsión, la
inversión en futuros que van más allá del arco de una vida humana. Todo se
reduce a lo instantáneo, el egoísmo individual es el reino de la inmediatez.
Esa listeza individual
y esa estupidez colectiva son conceptos correlativos a la norma nunca escrita
pero vigente de la privatización de los beneficios y la socialización de las
pérdidas. Algunos han creído esa milonga y ajustan a ella sus vidas desnortadas;
La mayoría no la cree, y se indigna; pero indignarse no basta.
Si la sabiduría
colectiva declara probado que no habrá un mañana, la profecía se autocumplirá: el
mañana que se espera no llegará nunca. Ahí no hay ni un átomo de incompetencia,
pero sí de mala fe.
De mala fe, don
Daniel.