martes, 26 de marzo de 2019

CONTRA LA SOCIALIZACIÓN DE LA ESTUPIDEZ


Daniel Innerarity es uno de los pensadores u “opinadores” a los que sigo con más fidelidad, pero ese dato general no impide que su artículo de hoy en elpais, titulado “La estupidez colectiva”, me parezca un ejercicio banal de surfear la ola de un tópico “colectivamente estúpido” en sí mismo, y particularmente nocivo.

Veamos la frase de arranque, que por lo demás da la tónica de toda la argumentación: «Los desastres políticos deben atribuirse a la incompetencia, y no tanto a la mala voluntad.»

Disculpe, don Daniel. Ponga “mala fe” (la mala fe sartriana) en lugar de mala voluntad, y dígame si no es precisamente eso lo que nos aflige en los numerosos y sobreañadidos desastres políticos que padecemos.

Hablar de incompetencia y de chapuza es quitar hierro a la cuestión. Si somos todos estúpidos y todo lo que nos hace falta es algo más de perspicacia, nadie tiene en realidad la culpa de nada. Solo nos haría falta un esfuercito más, un pequeño empujón, una chispa de lucidez colectiva, para arreglar las cosas cuando aún se está a tiempo de hacerlo.

Un indicio de que no es así: de deberse los desastres globales que padecemos a la incompetencia, todos saldríamos perdiendo. La gran banca, por ejemplo; el FMI; los accionistas de las multinacionales; los especuladores financieros; Steve Bannon. Todos.

Pero la tónica repetida que se percibe en tantos sucesivos e interminables desastres, es que unos ganan y otros pierden, y la porción que se detrae a los que pierden va a engrosar el premio gordo de los que ganan, y los que ganan siempre ganan y los que pierden siempre pierden también.

Todas esas catástrofes caídas del cielo despejado, de otro lado, han sido anunciadas. Ha habido cataratas de advertencias, estudios, propuestas alternativas, etc., que en ningún caso han sido tomadas en consideración. Ahora mismo está sucediendo con el cambio climático y la necesidad de acelerar una transición a energías limpias. ¿Cabe hablar de “incompetencia”, pero no “mala voluntad”, en la posición negacionista de Trump? ¿O en la de Bolsonaro, que sigue adelante con su programa de desforestación de la Amazonía?

Cierto que existe una estupidez colectiva en la actitud de quienes viven estos desastres con una pasividad tranquila y confiada, porque “quien manda, manda”, y “doctores tiene la Iglesia”. Personas que se refugian en una pretendida y nunca demostrada sabiduría colectiva para dejarse llevar plácidamente por la corriente. Gente que seguiría a ciegas el conocido reclamo: «¡Comed mierda! Mil millones de moscas no pueden estar equivocadas!»

En alguna ocasión he etiquetado esa actitud débil y pasiva como “psicología del mandao”. Todo resulta inevitable: si quienes mandan nos dicen que no hay alternativa, pues no hay que darle más vueltas.

La No Alternativa actual deriva del gran mito originario del neoliberalismo. Sus valedores dijeron en los años setenta del siglo pasado que la sociedad no existe, que solo hay individuos que persiguen egoístamente sus propios fines; pero el Mercado, esa institución sobrehumana, regula y dirige sabiamente el conflicto de egoísmos y lo traduce en una armonía económica en la que el mérito es premiado y la ociosidad, la pereza y la negligencia reciben el adecuado castigo.

Tampoco existen para ese egoísmo irresponsablemente benéfico el largo plazo, la previsión, la inversión en futuros que van más allá del arco de una vida humana. Todo se reduce a lo instantáneo, el egoísmo individual es el reino de la inmediatez.

Esa listeza individual y esa estupidez colectiva son conceptos correlativos a la norma nunca escrita pero vigente de la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas. Algunos han creído esa milonga y ajustan a ella sus vidas desnortadas; La mayoría no la cree, y se indigna; pero indignarse no basta.

Si la sabiduría colectiva declara probado que no habrá un mañana, la profecía se autocumplirá: el mañana que se espera no llegará nunca. Ahí no hay ni un átomo de incompetencia, pero sí de mala fe.

De mala fe, don Daniel.