La Junta Electoral Central ha echado atrás la pretensión del PP de prohibir las ruedas de prensa consecuentes
a los consejos de ministras. Para Pablo Casado, las medidas de gobierno, que se
están tomando por decreto debido al riguroso bloqueo parlamentario, son puro
electoralismo.
Una de dos, podría
considerarse que lo son siempre, y entonces habría que prohibirlas siempre; o se
trata simplemente de medidas de gobierno, y en ese caso silenciarlas sería un
agravio a la ciudadanía.
Pablo C., en
cualquier caso, está on fire, y ahora
nos sale con la sospecha de que no lo sabemos todo sobre el atentado de Atocha de
hace ya quince años por estas fechas. Exige que se sepa la verdad, la verdad
verdadera, la verdad por estas. Una comezón urgente le rebasa. Se diría, por el
ardor que pone en la tarea, que va a por todas con la intención de ganar ahora las
elecciones de 2004.
Alguien tendría que
explicarle que la historia no se reescribe. Igual Pablo C. querría además anular
todo lo que le ha pasado al Real Madrid desde que se fue Zidane, con el
argumento de que ahora Zidane ha vuelto. Se siente, pero lo que no puede ser no
puede ser, y además es imposible. Tampoco Theresa May va a poder colocar en
órbita aquel Brexit luminoso que soñó en su momento, y habrá de contentarse con
recoger del suelo la vajilla rota, y hacer limpieza general en su casa.
En el cuartel
general de los otros aspirantes a liderar la gran derecha patriótica, Albert
Rivera también pasa por momentos febriles. Su candidata a la Junta de Castilla
y León se impuso en las primarias, pero las cuentas no acababan de cuadrar: no
coincidían los votos emitidos con los votos escrutados, que fueron 82 más,
todos ellos introducidos en las urnas con nocturnidad y sigilo.
El candidato no
preferido por Rivera y directamente perjudicado por la literalmente oscura
maniobra, reclamó. Los datos eran incontestables. Nadie exigió en este caso “saber
toda la verdad” y el lance se resolvió con manifestaciones un tanto bombásticas
de Girauta, en las que proclamó a su formación como la más democrática y
transparente del mundo mundial. Quien no se consuela es porque no quiere.
Lo de Vox va
también de fantasía electoralista, pero con un cariz más psiquiátrico. En las
redes oficiales del partido se denunció la agresión en un hipermercado de Son Servera,
Mallorca, a dos niñas que no quisieron ponerse lazos morados el día 8 de marzo.
Se dieron detalles: una había perdido un diente en la refriega, la otra fue
arrastrada por el suelo. Se exhibió en redes un pantallazo de un parte médico
en el que no aparecían nombres ni fechas (era de febrero). Santi Abascal tuiteó
acerca de “feminazis enloquecidas” y nos preguntó hasta cuándo habíamos de
soportarlo. Se anunció una denuncia de los hechos ante la guardia civil.
No hubo tal
denuncia, ni diente perdido, ni restregón por el suelo. No se pudo detectar en
las cercanías del híper a ninguna feminazi enloquecida. Todo fue un sueño
húmedo. Se rectificó a medias al cabo de unas horas: «Hemos sido manipulados.»
Mala utilización de la voz del verbo, la frase correcta era: «Hemos manipulado.»
Así están las cosas en los barrios de la derecha
grande, la mediana y la pequeña. Fiebre electoral de sábado noche. Si estos
ganan en abril, por el mar correrán las liebres y por el monte las sardinas,
tralalá.