sábado, 16 de marzo de 2019

CUANDO LOS ROBOTS NO TIENEN LA CULPA


Los robots no tienen la culpa de que el trabajo escasee. De hecho, el trabajo no escasea, todo lo contrario; pero en torno de él se está produciendo un cierto espejismo porque su naturaleza y su lógica misma han mutado en buena medida.

Y no solo su naturaleza y su lógica interna. Lo que ha cambiado (a la baja) de forma apabullante en el trabajo en nuestro siglo XXI es su remuneración. Y de esto último no han tenido la culpa los robots.

Tampoco la han tenido las “leyes implacables” del mercado, como sostienen los ventajistas al estilo de Rodrigo Rato. No hay leyes propiamente dichas del mercado, implacables o no. El mercado es una creación de los hombres, y son los hombres los que determinan sus reglas y su manera de actuar. La hegemonía de los robots o de unos algoritmos omniscientes que ordenarían los intercambios globales son puro fake news.

Lo explica con mucho sentido común el economista Paul Krugman (1). Cito la frase clave de su argumento: «El cambio tecnológico es una vieja historia. La novedad es que los trabajadores no están compartiendo los frutos de ese cambio tecnológico.»

Los robots, diseñados para ahorrar trabajo físico y ayudar a la producción, están acabando con los trabajos más penosos y repetitivos: los menos “humanos”. Los robots son amigos, no enemigos del progreso. Pero históricamente, lo dice Krugman, todo cambio tecnológico (y se han producido muchos desde la primera revolución industrial), al llevar aparejada un alza de la productividad, inducía también un incremento general de los salarios y del bienestar social.

Si esto no ocurre ahora, no es culpa de los robots. Hay una pista clara para averiguar quién es el verdadero culpable: tampoco el Estado recibe y redistribuye los jugosos frutos de ese cambio tecnológico impulsado en primer lugar a partir de su inversión básica y de su dirección.

Las agencias transnacionales como el FMI y el Banco Mundial, con el apoyo de una banca financiarizada, son las que en última instancia están regulando el tráfico. Su credo es la supresión de las trabas que impedían bajo el viejo paradigma económico desarrollarse todo el potencial de la innovación tecnológica. Se han desregulado las normas laborales, se ha acorralado a los sindicatos democráticos de trabajadores, y se ha colocado a la fuerza de trabajo en condiciones de abierta inferioridad y fragmentación frente al capital.

Y se ha forzado al Estado a mirar a otro lado en todo ese proceso. A no comprometer capitales públicos en lo que hoy se ha convertido en un coto de financiación privado y opaco. A promover exenciones y rebajas de impuestos a las sociedades más ricas, a costa del incremento de la carga fiscal para la ciudadanía de a pie. A mantener un equilibrio financiero inocuo e inútil, porque la ausencia de déficit presupuestario es simplemente ausencia de política económica.

Se lo dice Ramón Górriz al gobierno actual, que estando como está en equilibrio precario, debería serlo todo menos cauteloso ante las elecciones inminentes: «Ya no quedan excusas para alcanzar el reino de los fines.» (2)