Los responsables
del Museo del Prado están inquietos por la función que cumple la institución “entre
las referencias de los españoles”.
Es lógico que la
cuestión les preocupe. Si nos situamos en la perspectiva de la Gran Derecha Una
y Trina, el Prado tiene poco que hacer delante de otros hitos de la españolidad
tales como el Valle de los Caídos, la Semana Santa sevillana, los Sanfermines, los
bares de copas, la cacería como institución social y la violación grupal como honesto
esparcimiento de fin de semana.
Desde la perspectiva
de la izquierda plural, en cambio, el Museo se sitúa apenas un escalón por
debajo de la Academia en la lista de las instituciones putrefactas.
Uno se pregunta
entonces quién va al Museo, aparte de los adictos que atendemos a las
solicitaciones estéticas además de las otras, que son las que mueven el mundo.
La respuesta está pormenorizada
en una encuesta encargada por el Prado al Instituto Sondea. La cosa, en
resumen, no está tan mal como podría parecer. Un 37,5% de los encuestados no ha
visitado nunca el Prado, y un 16% dice además que el tema no le interesa. Eso
deja unas cifras sustanciosas de personas a las que sí interesa el Prado (84%),
y que sí han ido a verlo alguna vez (62,5%).
Otros porcentajes
son menos satisfactorios: solo un 5,7% de los preguntados lo ha visitado el
último año, y un 17,3% lleva más de diez años sin visitarlo. De todos modos el
significado de las cifras varía si la pregunta se ha hecho exclusivamente a
madrileños, o a personas que habitan en otros puntos de la geografía española. Esta
es una cuestión interesante, y en los datos que proporciona el periódico no se
hace mención a ella. El Prado no es el único museo de arte de España (la única “referencia”,
por decirlo con el lenguaje de la encuesta); florecen otros museos muy dignos
en otros puntos de la periferia. Es seguro, sin embargo, que la ciudadanía de
la capitalidad tiene la sensación aguda de que todo aquello que no se encuentra
en el perímetro urbano de la Villa y Corte no vale la pena verlo (opinión expresada
aforísticamente en el hashtag “De
Madrid al cielo”).
Si la misma
pregunta se hiciera en relación con el estadio Santiago Bernabeu, nos
encontraríamos con el mismo problema. Un dogmatismo madrileñista bastante
discutible exige que, si uno quiere saborear un cocido vaya a Lhardy, si quiere
pintura al Prado, y si quiere fútbol al Bernabeu. En los tres casos es posible encontrar
referencias alternativas, no únicamente en Madrid, que también, sino a lo ancho
de la geografía; pero esas alternativas son consideradas en general por los
puristas como estadísticamente despreciables.
Sigamos con la
encuesta. Resulta que, puestos a ir al Prado, lo que los visitantes desean ver
es, ante todo, las Meninas de Velázquez, la Maja desnuda de Goya, Los
fusilamientos del mismo, y el Jardín de las Delicias del Bosco. Las
preferencias son sintomáticas. Con Velázquez el visitante opta por el
Prestigio; con el Tres de Mayo, por la Raza indomable; con la Maja y el Jardín,
por el Cachondeo travestido de arte.
Hace algún tiempo,
el propio Museo lanzó una Guía audiovisual para promover una visita al Prado
para gente apresurada, a través de quince obras que se pueden ver en un lapso
de una hora. En Estados Unidos llaman a eso un Digest. Dediqué al asunto uno de estos posts peregrinos (1). Lo
concluí con una frase que tal vez, de haber sido incluida en la encuesta del Instituto
Sondea, habría sido respaldada por menos incluso de ese 5,7% de visitantes que
han pasado por el Prado en el último año. Era esta: «Al Prado siempre hay que
volver.»