La cita del
titulillo pertenece a Lluís Bassets, en un impresionante artículo de opinión en
elpais (“El imposible duelo independentista”). Digo impresionante, porque hurga
a fondo en la situación imposible e insoportable de la plataforma
independentista catalana a día de hoy.
Están los
políticos, presos o no, imputados o no, que no merecen ni compasión ni siquiera
miramiento. Unos desde la prisión preventiva, otros desde un exilio dorado en
el que siguen sintiéndose (falsamente) importantes, y los últimos al frente de la
maquinaria herrumbrosa de unas instituciones desprestigiadas día a día por los
mismos que las encabezan, siguen empeñados en la mentira oficial, y su única
estrategia anunciada ante un futuro negro azabache consiste en el bloqueo de la
política española a través de sus cuotas de representación institucional.
Los políticos, con
su pan se lo comerán. Han mentido a sabiendas. Sus seguidores fieles, después
de tantos ejercicios vistosos de reivindicación masiva de lo imposible, y de
tanta presión falsamente pacífica y deliberadamente cruel en el terreno
delicado de la sociedad, de la vecindad, de la escuela, señalando públicamente
a los “traidores” y dificultándoles la vida a la que todos tenemos el mismo
derecho, van a verse finalmente ante un espejo al que es imposible mentir.
Esto ha llegado ya
al cabo de la calle.
No hay más derecho
a decidir que el que todos ejercemos todos los días. Lo que ahora se nos
propone es el derecho a “no” decidir, a mantener de forma indefinida la pelota
en el alero, dada la conciencia inequívoca de dónde iría a caer en el momento
fatal en el que cayere. A eso lo llaman algunos “resiliencia”.
La última mentira
oficialista es que se sabía desde el principio que esto iba a ser duro, y
largo, y heroico; que debíamos tener fortaleza y entereza de ánimo, y prepararnos
a una lucha comparable con el anti-apartheid de Sudáfrica o con la epopeya no
violenta de Gandhi contra el imperio británico.
Nadie dijo en su
momento nada parecido. El discurso oficial transcurrió por carriles muy
distintos: la independencia low cost, la
república de la abundancia, el beneplácito de las potencias europeas, el incremento
súbito de las pensiones… Invocar ahora la “resiliencia” secular del pueblo
catalán es, una vez más, hacer volar palomas.
Mientras tanto, el desgobierno
y el malgobierno crecen hasta extremos inéditos; y si los tribunales no
encuentran otros indicios del delito de malversación, lo que está haciendo TV3 ─una
televisión pública, pagada con el dinero de todos los contribuyentes─ justifica
de sobras la figura penal.
Y la escena pública
empieza a verse invadida por estafermos patéticos como el cómico Toni Albà o
como el letrado Jaume (antes Jaime) Alonso-Cuevillas, defensor de Puigdemont que, entrevistado en Públic por Marià de
Delàs (sin comentarios), se atreve a afirmar: «El judici el perdrem, però la República la guanyarem.» Sobre el
personaje Alonso-Cuevillas, conviene leer la semblanza que hace de él el
abogado Josep M. Loperena (1).
En Cataluña hemos
llegado con siglo y medio de retraso a la Corte de los Milagros.