jueves, 21 de marzo de 2019

LA SORPRENDENTE RECTIFICACIÓN DEL PRESIDENT


El corazón de Quim Torra tiene razones que la razón no conoce. La frase es de Blaise Pascal; la adjudicación al president Torra, mía.

El president Torra ha retirado el lazo amarillo que lucía en una pancarta en el balcón de la sede de la Generalitat, urgido a ello por la Junta Electoral Central dado que estamos en período electoral y las instituciones tienen ─por mandato constitucional explícito─ la obligación de ser neutrales respecto de las distintas opciones políticas en liza, sean estas mayoritarias o minoritarias.

Al president le costó mucho entender el requerimiento. Él no acata la Constitución española, no entiende qué cosa sea la neutralidad, y estaría por asegurar que tampoco sabe a ciencia cierta qué es tal cosa como una institución. Son carencias que le vienen de lejos.

De modo que pidió una aclaración al Síndic de Greuges. No tenía por qué, dado que el Síndic ejerce de defensor del pueblo y la presidencia de la Generalitat no es “pueblo” en ninguna de sus posibles acepciones y/o variantes. Sin embargo el síndic, Rafael Ribó, le dio el dictamen solicitado.

Nueve días después de recibido el dictamen, Torra retiró por fin el lazo amarillo. Todo ese tiempo tardó en entender que sí, la Junta y el síndic tenían razón y él debía retirar ese símbolo para promover el ejercicio pacífico de los derechos de todos sus representados.

Nueve días. Un lapso considerable teniendo en cuenta lo breve y preciso de los comunicados, tanto de la Junta como del síndic. Quizás Torra adolece de ese grave y extendido defecto que es el “déficit de comprensión lectora”, al que se ha referido hace pocos días el popular cómico Toni Albà a propósito de otro asunto.

Pero nunca es tarde si la dicha es buena. Por fin Torra ha hecho retirar la pancarta del lazo amarillo. La ha sustituido de inmediato por otra exactamente igual en la que el lazo aparece descolorido y con un tachón rojo. El mismo tachón del mismo color, sobre una careta también descolorida, aparece en una pancarta adicional con la leyenda «Llibertat d’expressió».

En la (odiosa) Castilla del Siglo de Oro esa figura habría recibido el nombre de «sostenella y no enmendalla». En la burocracia cuartelera habitual, el de «se acata pero no se cumple». En cualquier caso, la actitud del president Torra está haciendo un flaco favor a la Catalunya que tanto dice amar, a la muy respetable institución que preside, a la convivencia pacífica de los ciudadanos en ella representados, y también, último pero no menos importante, a la mismísima libertad de expresión.