sábado, 16 de marzo de 2019

LA CASQUIVANA Y EL CANÓNIGO CATALÁN



Una cosa trae la otra. Por asociación de ideas, el post del otro día en el que hablé de un señor de Barcelona que llamó finamente puta a una líder política que no le caía bien, me ha traído a la memoria otra historia parecida solo en algunas circunstancias secundarias.

Se trata de una historia "histórica" y que ha dejado huellas tangibles en el paisaje urbano de la ciudad alemana de Constanza, pero que nunca ocurrió.

En el puerto lacustre de Constanza, en el extremo de una escollera que se adentra en el lago de Boden (Bodensee), se colocó en 1993 una estatua femenina de 9 metros de altura y 18 toneladas de peso, que gira sobre sí misma hasta dar una vuelta completa cada 4 minutos. Lleva un tocado extravagante, un escote muy profundo, y alza en sus brazos a dos enanos desnudos de aspecto ridículo: en su mano derecha una figura que ciñe una corona real; en la izquierda, otra con una tiara papal.

El monumento es un homenaje irónico a la cortesana Imperia, obra de Peter Lenk, un artista local. La Imperia histórica fue ferraresa, vivió en el siglo XVI, y nunca que se sepa estuvo en Constanza. Menos aún durante el concilio de este nombre, que ocurrió muchos años antes de que ella naciera.

Sin embargo, Honoré de Balzac la convirtió en protagonista de una historieta ambientada durante el concilio, La belle Impéria. Una larga cohorte de eclesiásticos reclama los favores de la cortesana, que lleva un salón a la moda. Uno de los cardenales busca imponerse a sus rivales y conseguir la exclusiva de sus favores con regalos suntuosos, pero la mujer prefiere a un petit prêtre tourangeau (un curilla de Turena) llamado Philippe de Mala, que la adora sin reservas.

No todo fue invención ociosa de Balzac. En 1415 la ciudad imperial de Constanza albergaba a unos 5.500 habitantes, que se vieron desbordados por el gentío que acudió al concilio. Según un cronista alemán de la época, se juntaron 33 cardenales, casi 500 obispos, 2.000 representantes de las universidades y unos 5.000 sacerdotes con voz en las sesiones. También se instalaron allí las delegaciones de los embajadores de los distintos reinos y un ingente acompañamiento compuesto por esposas, parientes, consejeros, secretarios, juristas, escuderos, sirvientes, cocineros, barberos, caballerizos y escolta armada. Y como todo aquel gentío casi exclusivamente masculino necesitaba también distracciones, a la presencia en la ciudad de clérigos, señores y soldados se añadió la de unos 1.500 músicos, un número parecido de cómicos, y 800 prostitutas.

Balzac debió de hojear la literatura disponible, y tomó nota de lo solicitada que había de estar en tales circunstancias una profesional experta, con una clientela de alto standing tan nutrida. Lo curioso, y aquí dejo los testimonios históricos para adentrarme en la especulación, es que el nombre del protagonista varón de la narración, elegido sin duda al azar, viene a corresponderse, no con un jovenzuelo venido de la Turena, sino con el entonces canónigo de la catedral de Barcelona Felip de Malla (1380-1431), que tiene calle en el barrio de Besós Mar, cercana al metro y flanqueada por dos paralelas dedicadas a pintores de la época: Ferrer Bassa y Borrassà.

Malla fue un orador sagrado muy prestigioso. Predicaba en un latín fluido y ciceroniano. Fue al concilio como peón significado de Benedicto XIII, el “papa Luna”, con la intención de promover su candidatura al papado unido. Pronto se dio cuenta de que no estaba el horno para tales bollos y procuró enderezar su carrera hacia otros objetivos. Mientras Pero Martínez de Luna rabiaba en su fortaleza de Perpinyà al constatar el sinnúmero de deserciones y traiciones que le infligían sus allegados, Felip hacía pinitos de teólogo y de latinista y se codeaba con lo más granado del momento: Pierre D’Ailly y Jean Gerson, los teólogos de la Sorbona que dirigían el concilio; Colonna, Zabarella y otros prominentes cardenales italianos; el maestre Naillac de la Orden del Hospital; el cuerpo diplomático desplegado en las casas más vistosas de la abarrotada ciudad, e incluso el emperador Segismundo, verdadero deus ex machina de aquel enorme tinglado.

Malla recibió seis votos ─resultado que no está nada mal─ en las primeras votaciones del conclave, que se celebró en un gran almacén, llamado hoy el Konzil, que aún se alza en la orilla del Bodensee, a escasos metros de la estatua de Imperia. Luego el elegido sería Colonna, que adoptó el nombre de Martín V, y Luna, excomulgado, iría a rumiar su humillación a la fortaleza familiar de Peñíscola.

De vuelta a su país, Felip de Malla fue canónigo mayor en Huesca; presidió durante el lapso reglamentario de tres años la Generalitat de Catalunya, en su calidad de diputado por el brazo eclesiástico; y, a partir de 1424, obtuvo el cargo de ardiaca mayor de la catedral de Barcelona.

De sus eventuales trapisondas con cortesanas durante el concilio Constanza, la historia no está en condiciones de aportar la menor prueba. Dado que la Imperia evocada por Balzac no había nacido siquiera en aquellas fechas, no queda más remedio que considerar una monumental calumnia su narración, recogida en los Contes drolatiques.

En cualquier caso, Imperia sigue haciendo bailar a su son al imperio y al papado, en el puerto de la Constanza actual. La memoria histórica de los grandes eventos puede ser también así de sarcástica. El propio Lenk es autor de una fuente en la plaza del Mercado (Marktstätte) de la ciudad en la que tres pavos reales con tiara representan a los tres papas nominales del cisma de Occidente, al que dio fin el concilio.