viernes, 15 de marzo de 2019

UNO DE LOS NUESTROS


Ha muerto uno de los nuestros, de nuestra restringida cofradía de plumíferos impenitentes. Un traductor excelso y un escritor valioso: Enrique de Hériz.

Nunca lo conocí en persona, aunque supe que trabajaba como director literario en Ediciones B, para la que yo entregaba de tanto en tanto traducciones de libros, por lo general del inglés. Para mí, artesano de las equivalencias y celoso guardián de mi oficio, encontrar la mención de Hériz como traductor de una obra cualquiera era una garantía de algo bien hecho. La cuestión tiene su importancia, una traducción adecuada nos abre una puerta recatada a un conocimiento nuevo; una mala traducción, y son muchas, nos cierra esa puerta sin remedio posible y con estrépito.

Tengo aún sobre la mesa la última traducción de Hériz que he leído. Se trata de un libro de servicios secretos, Caballos lentos, de Mark Herron. La historia no pasa de ingeniosa; la traducción es excelente.

Alguien (creo que fue Gloria Gutiérrez, gran agente literaria y gran amiga) me regaló en una ocasión una novela de Hériz, Manual de la oscuridad, la historia de Víctor Losa, un mago que se queda ciego pero consigue a pesar de todo seguir siendo un mago. El libro iba acompañado por una recomendación calurosa. La recibí a beneficio de inventario; cuando nos dicen que un libro es muy bueno ─esta es una observación de Marcel Proust─, entendemos ese “muy bueno” como una síntesis de todos los libros buenos que hemos leído antes, una especie de suma y sigue. Sin embargo, la característica de un buen libro es la novedad irreductible que aporta; por eso, siempre nos sorprende.

Manual de la oscuridad es un gran libro. Durante un tiempo estuve buscando Mentira, el gran éxito anterior del mismo autor. Después, me olvidé de él. Volveré a buscarlo ahora que me llega la noticia de que no encontraré más la firma de Enrique de Hériz en productos nuevos.

La noticia de su muerte me deja una cierta sensación de vacío (era uno de esos nombres con los que contaba en mi subconsciente de forma incondicional), y también de pánico. Hériz tenía veinte años menos que yo; por dios, ¿qué estoy haciendo todavía en este mundo?