Ha muerto uno de
los nuestros, de nuestra restringida cofradía de plumíferos impenitentes. Un
traductor excelso y un escritor valioso: Enrique de Hériz.
Nunca lo conocí en
persona, aunque supe que trabajaba como director literario en Ediciones B, para
la que yo entregaba de tanto en tanto traducciones de libros, por lo general
del inglés. Para mí, artesano de las equivalencias y celoso guardián de mi
oficio, encontrar la mención de Hériz como traductor de una obra cualquiera era
una garantía de algo bien hecho. La cuestión tiene su importancia, una
traducción adecuada nos abre una puerta recatada a un conocimiento nuevo; una
mala traducción, y son muchas, nos cierra esa puerta sin remedio posible y con
estrépito.
Tengo aún sobre la mesa
la última traducción de Hériz que he leído. Se trata de un libro de servicios
secretos, Caballos lentos, de Mark
Herron. La historia no pasa de ingeniosa; la traducción es excelente.
Alguien (creo que
fue Gloria Gutiérrez, gran agente literaria y gran amiga) me regaló en una
ocasión una novela de Hériz, Manual de la
oscuridad, la historia de Víctor Losa, un mago que se queda ciego pero
consigue a pesar de todo seguir siendo un mago. El libro iba acompañado por una
recomendación calurosa. La recibí a beneficio de inventario; cuando nos dicen
que un libro es muy bueno ─esta es una observación de Marcel Proust─, entendemos
ese “muy bueno” como una síntesis de todos los libros buenos que hemos leído
antes, una especie de suma y sigue. Sin embargo, la característica de un buen
libro es la novedad irreductible que aporta; por eso, siempre nos sorprende.
Manual de la oscuridad es un gran libro. Durante un tiempo estuve buscando Mentira, el gran éxito anterior del
mismo autor. Después, me olvidé de él. Volveré a buscarlo ahora que me llega la
noticia de que no encontraré más la firma de Enrique de Hériz en productos
nuevos.
La noticia de su
muerte me deja una cierta sensación de vacío (era uno de esos nombres con los
que contaba en mi subconsciente de forma incondicional), y también de pánico.
Hériz tenía veinte años menos que yo; por dios, ¿qué estoy haciendo todavía en
este mundo?