lunes, 2 de junio de 2014

EL TIEMPO Y LA POLÍTICA

«Tenemos la sensación de que se nos está acabando el tiempo», me contaba a principios de año mi sobrino Miguel, que milita en política en la órbita de Podemos. «Y sin embargo, le contestaba yo, más tiempo es lo que necesitamos.» Parecía que decíamos lo mismo, y no era así: él hacía hincapié en la urgencia por detener una catástrofe social, yo en la pausa necesaria para construir una alternativa creíble. Ese contraste, esa paradoja del tiempo, la expresaba esta mañana con gracia un contertulio de la cadena SER. No cito sus palabras exactas sino la sustancia que me ha quedado en la memoria: «Los políticos reaccionan con mentalidad analógica ante una crisis de credibilidad que avanza a velocidad digital.»

Es cierto y está expresado con ingenio, pero de otro lado la contradicción me parece irremediable. Quiero decir que en mi opinión el tiempo de la política sigue siendo analógico, y el tiempo digital de las redes sociales conforma una parcela significativa del nuevo entorno en el que nos movemos, pero no es el factor decisivo. El éxito llega con mayor rapidez en el nuevo paradigma, pero también es más efímero. Lo que gana en rapidez el tiempo digital, lo pierde en solidez y en duración.

Duración. Utilizo el término en el sentido que le dio un filósofo hoy olvidado, Henri Bergson. Él estableció una distinción entre el tiempo abstracto, infinitamente fraccionable, mensurable con precisión absoluta en horas, minutos, segundos y fracciones de segundo, y la duración como forma de un tiempo orgánico inmensurable y relativo, referido a las cosas vivas. Es la duración, y no el tiempo, la ley que rige la “evolución creadora”, la que acompaña el nacimiento, el crecimiento y la decadencia de las sociedades de seres vivos. Cualquier alternativa política que pretenda trascender la actualidad rabiosa y postularse para durar más allá de la generación presente, tendrá que recaer del tiempo digital al analógico y construir el futuro como los viejos maestros de obras del medievo levantaron las catedrales: con el esfuerzo colectivo de toda una sociedad y la fe indesmayable en una idea.