«Tenemos la sensación de que se nos está acabando el tiempo», me
contaba a principios de año mi sobrino Miguel, que milita en política en la
órbita de Podemos. «Y sin embargo, le contestaba yo, más tiempo es lo que
necesitamos.» Parecía que decíamos lo mismo, y no era así: él hacía hincapié en
la urgencia por detener una catástrofe social, yo en la pausa necesaria para
construir una alternativa creíble. Ese contraste, esa paradoja del tiempo, la
expresaba esta mañana con gracia un contertulio de la cadena SER. No cito sus
palabras exactas sino la sustancia que me ha quedado en la memoria: «Los
políticos reaccionan con mentalidad analógica ante una crisis de credibilidad
que avanza a velocidad digital.»
Es cierto y está expresado con ingenio, pero de otro lado la
contradicción me parece irremediable. Quiero decir que en mi opinión el tiempo
de la política sigue siendo analógico, y el tiempo digital de las redes
sociales conforma una parcela significativa del nuevo entorno en el que nos
movemos, pero no es el factor decisivo. El éxito llega con mayor rapidez en el
nuevo paradigma, pero también es más efímero. Lo que gana en rapidez el tiempo
digital, lo pierde en solidez y en duración.
Duración. Utilizo el término en el sentido que le dio un
filósofo hoy olvidado, Henri Bergson. Él estableció una distinción entre el
tiempo abstracto, infinitamente fraccionable, mensurable con precisión absoluta
en horas, minutos, segundos y fracciones de segundo, y la duración como forma
de un tiempo orgánico inmensurable y relativo, referido a las cosas vivas. Es
la duración, y no el tiempo, la ley que rige la “evolución creadora”, la que
acompaña el nacimiento, el crecimiento y la decadencia de las sociedades de
seres vivos. Cualquier alternativa política que pretenda trascender la
actualidad rabiosa y postularse para durar más allá de la generación presente,
tendrá que recaer del tiempo digital al analógico y construir el futuro como
los viejos maestros de obras del medievo levantaron las catedrales: con el
esfuerzo colectivo de toda una sociedad y la fe indesmayable en una idea.