A mi paso por la Gemäldegalerie de Berlín, una curiosidad
repentina me dejó plantado durante un buen rato delante de una pieza de
retablo. El autor era desconocido para mí: Simon Marmion. El título
correspondiente a esa pieza y a un pendant situado a su lado era “Escenas de la vida de san Bertín”.
Tampoco conocía a san Bertín, el único Bertín de mi conocimiento es el Osborne.
De la serie de pinturas que el lector puede ver clicando en el título, la que
me llamó en particular la atención es la situada en el extremo izquierdo.
La describo. La escena aparece partida en dos mitades. En la
mitad superior, un grupo de jinetes avanza por un campo presidido por una cruz
de término, en dirección tal vez a un castillo cuyos muros se alzan en la
esquina izquierda, y uno de ellos se está pegando lo que castizamente llamamos
un tozolón. En la mitad inferior, un monje, observado por otros dos personajes,
pincha con una espita un tonel colocado en un patio tapiado y protegido por un
tejadillo. Del tonel brota un chorro de vino.
Como en este género de pinturas ningún detalle es gratuito, el
arriba y el abajo tenían que tener alguna relación. ¿Un accidente inesperado de
algún malvado había desbordado el entusiasmo etílico en el convento? La
gravedad imperante en el resto de las escenas me sugería que no se trataba de
eso, sino de otra cosa. Así es. He encontrado la clave después de varios
rastreos en Google, y me complace compartirla con los lectores ociosos que no
tengan en este momento cosas más urgentes que hacer.
El señor Warbert y su esposa Ranegunda eran devotos asistentes a
las misas oficiadas por el abad Bertín en la abadía de Saint-Omer. Concluida la
misa, Warbert pedía siempre la bendición de Bertín antes de dedicarse a atender
a sus negocios. Un día, las prisas por emprender un viaje a una ciudad vecina
hicieron que se saltara la misa y bendición diaria. Zas, como a propósito, ese
mismo día sufrió una caída de caballo y quedó muy malherido. Postrado en el
lecho y paralítico, dio aviso a Bertín de lo sucedido y de sus sospechas de que
el estado crítico en el que se encontraba era debido a un castigo divino por su
descuido en las prácticas piadosas. «Para nada», respondió el futuro santo. «Es
un simple accidente que se remedia con un vaso de vino.» Y mandó a un lego que
sacara algo de vino de la bodega conventual y lo enviara al señor Warbert para
confortarlo. El lego se lo quedó mirando con la boca abierta: «Señor abad,
sabéis muy bien que desde hace meses no hay en la bodega más que barricas
vacías, no queda ni una gota de vino en el convento». Eso dijo el lego, o
palabras parecidas. Bertín insistió: «Toma una espita y pincha el tonel más
grande.» El lego obedeció, el vino brotó y con él curó, es de suponer que
literalmente en un santiamén, el señor Warbert. Ese es el milagro que recuerda
la escena del retablo, amigos lectores. Colorín colorado.