lunes, 16 de junio de 2014

EL EXTRAÑO CASO DEL TONEL DE VINO

A mi paso por la Gemäldegalerie de Berlín, una curiosidad repentina me dejó plantado durante un buen rato delante de una pieza de retablo. El autor era desconocido para mí: Simon Marmion. El título correspondiente a esa pieza y a un pendant situado a su lado era “Escenas de la vida de san Bertín”. Tampoco conocía a san Bertín, el único Bertín de mi conocimiento es el Osborne. De la serie de pinturas que el lector puede ver clicando en el título, la que me llamó en particular la atención es la situada en el extremo izquierdo.

La describo. La escena aparece partida en dos mitades. En la mitad superior, un grupo de jinetes avanza por un campo presidido por una cruz de término, en dirección tal vez a un castillo cuyos muros se alzan en la esquina izquierda, y uno de ellos se está pegando lo que castizamente llamamos un tozolón. En la mitad inferior, un monje, observado por otros dos personajes, pincha con una espita un tonel colocado en un patio tapiado y protegido por un tejadillo. Del tonel brota un chorro de vino.

Como en este género de pinturas ningún detalle es gratuito, el arriba y el abajo tenían que tener alguna relación. ¿Un accidente inesperado de algún malvado había desbordado el entusiasmo etílico en el convento? La gravedad imperante en el resto de las escenas me sugería que no se trataba de eso, sino de otra cosa. Así es. He encontrado la clave después de varios rastreos en Google, y me complace compartirla con los lectores ociosos que no tengan en este momento cosas más urgentes que hacer.

El señor Warbert y su esposa Ranegunda eran devotos asistentes a las misas oficiadas por el abad Bertín en la abadía de Saint-Omer. Concluida la misa, Warbert pedía siempre la bendición de Bertín antes de dedicarse a atender a sus negocios. Un día, las prisas por emprender un viaje a una ciudad vecina hicieron que se saltara la misa y bendición diaria. Zas, como a propósito, ese mismo día sufrió una caída de caballo y quedó muy malherido. Postrado en el lecho y paralítico, dio aviso a Bertín de lo sucedido y de sus sospechas de que el estado crítico en el que se encontraba era debido a un castigo divino por su descuido en las prácticas piadosas. «Para nada», respondió el futuro santo. «Es un simple accidente que se remedia con un vaso de vino.» Y mandó a un lego que sacara algo de vino de la bodega conventual y lo enviara al señor Warbert para confortarlo. El lego se lo quedó mirando con la boca abierta: «Señor abad, sabéis muy bien que desde hace meses no hay en la bodega más que barricas vacías, no queda ni una gota de vino en el convento». Eso dijo el lego, o palabras parecidas. Bertín insistió: «Toma una espita y pincha el tonel más grande.» El lego obedeció, el vino brotó y con él curó, es de suponer que literalmente en un santiamén, el señor Warbert. Ese es el milagro que recuerda la escena del retablo, amigos lectores. Colorín colorado.