viernes, 27 de junio de 2014

MATONISMO

Tenía pensado dedicar el post de hoy a otro tema, pero me ha saltado a los ojos el tono abiertamente amenazador empleado por el fiscal Horrach para recurrir el auto del juez Castro en el que imputa a la infanta Cristina por el llamado caso Nóos. Castro y Horrach habían colaborado amigablemente a lo largo de muchos meses en este asunto, mientras se trató de las responsabilidades del plebeyo Urdangarín; pero cuando Castro ha dado un paso más allá de las líneas rojas y ha tocado a la moza intangible que lleva sangre de reyes en la palma de la mano, dios la que se ha armado. El tono del fiscal a lo largo de las 63 páginas del recurso sólo puede ser calificado con un nombre: matonismo. Acusa al juez de hacer un juicio de intenciones a la infanta, y él mismo hace un juicio de intenciones al juez; insinúa la acusación de que se ha prevaricado, y él mismo debería saber que su griterío desmesurado, su clara intención de amilanar al juez y obligarle a rectificar, está mucho más cerca de la prevaricación que la propia actuación del juez Castro.

Así las gasta la casta. No es un hecho aislado el matonismo del fiscal. El alboroto mediático contra Podemos, del que se ha dado cuenta en este lugar en alguna ocasión anterior, responde al mismo planteamiento. Y el bombardeo no se ha detenido: un padre indignado interrumpió un acto de Pablo Iglesias para pedirle cuentas por las torturas que el régimen venezolano había infligido a su hija. Como si el propio Iglesias fuera el torturador; o como si fuera el único ciudadano español que ha tenido relaciones de política o de negocios con el chavismo. Mientras tanto, Obiang se ha paseado por España y Rajoy lo ha visitado oficialmente en Guinea Ecuatorial, pero un cordón de seguridad muy espeso ha impedido que se manifestaran familiares de las víctimas del dictador amigo. Y víctimas de Obiang, las hay. Y no son pocas.

Cabe deducir que todos somos iguales, pero unos más que otros. Y bien podemos añadir a esta lista de urgencia de sucesos la lamentosa declaración del ministro del Interior Fernández Díaz, de que una Catalunya independiente será pasto de narcotraficantes y del terrorismo yihadista. No siento la menor simpatía por la independencia que nos proponen los señores Mas y Junqueras, vaya eso por delante, pero sí siento respeto y acatamiento por la voluntad popular y sus corolarios. Haré lo que pueda por evitarlo pero, si me toca fastidiarme, me fastidiaré. Es la única conducta que me parece decente en este pleito. De modo que mi respuesta al ministro vendría a ser la misma del parroquiano al cura que le amenazaba desde el púlpito con las torturas eternas del infierno, en castigo por sus numerosos pecados: «Mosén, si se ha de ir al infierno se va. Pero sin acojonar.»


No son sólo la nueva ocupación de la calle por las fuerzas policiales y las furgonetas antidisturbios, las multas abusivas impuestas a la discrepancia legítima, las marianitas pinedas encerradas en la cárcel “por su bien”, porque lucían banderas republicanas y eso equivalía a “provocar respuestas violentas” de los de otro signo. El matonismo, la prepotencia, la displicencia, se están apoderando de esta democracia nuestra, disminuida y desvirtuada. De nuevo se reprime la libertad de pensamiento y de expresión. Un régimen bolivarista en España, dijo Felipe González, «sería una catástrofe». Felipe, y esto ¿qué es? Si no lo llamamos catástrofe, ¿qué otro nombre le damos?