domingo, 1 de junio de 2014

POLÍTICA Y FÚTBOL


Lo que sigue son meras notas al margen de dos reflexiones recientes de importancia. Mencionadas de mayor a menor, son las de José Luis López Bulla en su blog, ¿El secretario general elegido en primarias?, y la de Josep Ramoneda en El País, Construir la alternativa. Los dos maestros critican la concepción actual y no tan actual de la política como sintonía con el sentir difuso de una ciudadanía invertebrada. La política ejerce siempre una función de mediación entre la sociedad y el poder. La forma normal de ejercer esa función es, o ha sido tradicionalmente, estructurarla a partir de los impulsos procedentes de los distintos territorios y de los intereses concretos de grupos sociales. Las estructuras intermedias tienen un doble cometido en ese esquema: transmitir hacia arriba las demandas que surgen de abajo, y seleccionar una dirección colectiva que sea, por una parte, representativa del conjunto, y por otra parte, competente para las tareas que se le asignan. Si se arrumban las estructuras intermedias y se convierte la política en comunión mística de la militancia con el líder carismático, lo que resulta de tal operación no es más democracia, sino una gansada.

El primer efecto de ese proceso es diluir las ideologías, y estoy utilizando el término “ideologías” en el sentido que le da Riccardo Terzi, no en las prevenciones contra ellas de Carlos Marx. Las ideologías son construcciones mentales, y su utilidad consiste en que a través de ellas podemos clasificar, ordenar y elegir entre varios futuros posibles. Las ideologías pueden tener una base más o menos sólida en la realidad, o no tener ninguna. Pueden ser utopías. Lo importante es su eficacia, el hecho de que aporten la concepción de un mundo posible diferente y ofrezcan una alternativa de cambio. Como explica Ramoneda, la simple alternancia en el poder no supone alternativa, sino reconfirmación de lo ya existente. Para que exista alternativa tiene que existir una propuesta de desplazamiento, un proyecto y un trayecto, con un objetivo claro como estación final.

En el tema de la forma de poner en pie un proyecto alternativo incide el artículo de López Bulla. La política es una aventura colectiva, no un fenómeno de seguidismo. No importa tanto renovar al líder como renovar las ideas y renovar las estructuras. Para ello propone José Luis normar la participación, apartar los obstáculos actuales que privan a la militancia de un protagonismo consciente en las tareas políticas, dar a las bases el derecho a decidir. Decidir, ojo, no sólo aquello que los líderes les permiten, sino todo lo que aparece como necesario o conveniente según un criterio plural, colectivo. Ahí queda la propuesta de un estatuto de derechos y deberes del militante, que dé sentido y proyección a su compromiso. A ver quién recoge ese desafío.

A muchos podrá parecerles una exageración grotesca, casi una aberración, lo que voy a decir, pero ahí va: convengamos todos en que la política puede llegar a ser tan importante como el fútbol. Pues bien, a nadie se le ocurre ventilar en primarias la alineación de un club en el próximo partido. No, para eso están el entrenador, el equipo técnico, el estudio del rival, las consideraciones estratégicas y tácticas. Hay toda una serie de mediaciones que inciden en la propuesta final, y del mismo modo, después de jugado el partido, se establece un balance de resultados que determina si las decisiones adoptadas fueron correctas y si la actuación del equipo resultó en definitiva satisfactoria, o no. A partir de todo ello se atribuirán las responsabilidades que correspondan. No alcanzo a entender por qué un procedimiento tan acreditado e indiscutido en el fútbol no se aplica también a la política.