Lo que sigue son meras notas al margen de dos reflexiones
recientes de importancia. Mencionadas de mayor a menor, son las de José Luis
López Bulla en su blog, ¿El secretario general elegido en
primarias?, y la de Josep Ramoneda en El País, Construir la alternativa. Los dos maestros critican
la concepción actual y no tan actual de la política como sintonía con el sentir
difuso de una ciudadanía invertebrada. La política ejerce siempre una función
de mediación entre la sociedad y el poder. La forma normal de ejercer esa
función es, o ha sido tradicionalmente, estructurarla a partir de los impulsos
procedentes de los distintos territorios y de los intereses concretos de grupos
sociales. Las estructuras intermedias tienen un doble cometido en ese esquema:
transmitir hacia arriba las demandas que surgen de abajo, y seleccionar una
dirección colectiva que sea, por una parte, representativa del conjunto, y por
otra parte, competente para las tareas que se le asignan. Si se arrumban las
estructuras intermedias y se convierte la política en comunión mística de la
militancia con el líder carismático, lo que resulta de tal operación no es más
democracia, sino una gansada.
El primer efecto de ese proceso es diluir las ideologías, y
estoy utilizando el término “ideologías” en el sentido que le da Riccardo
Terzi, no en las prevenciones contra ellas de Carlos Marx. Las ideologías son
construcciones mentales, y su utilidad consiste en que a través de ellas
podemos clasificar, ordenar y elegir entre varios futuros posibles. Las
ideologías pueden tener una base más o menos sólida en la realidad, o no tener
ninguna. Pueden ser utopías. Lo importante es su eficacia, el hecho de que
aporten la concepción de un mundo posible diferente y ofrezcan una alternativa de cambio. Como explica Ramoneda,
la simple alternancia en el poder no supone alternativa, sino reconfirmación de
lo ya existente. Para que exista alternativa tiene que existir una propuesta de
desplazamiento, un proyecto y un trayecto, con un objetivo claro como estación
final.
En el tema de la forma de poner en pie un proyecto
alternativo incide el artículo de López Bulla. La política es una aventura
colectiva, no un fenómeno de seguidismo. No importa tanto renovar al líder como
renovar las ideas y renovar las estructuras. Para ello propone José Luis normar la participación, apartar los obstáculos actuales
que privan a la militancia de un protagonismo consciente en las tareas
políticas, dar a las bases el derecho a decidir. Decidir, ojo, no sólo aquello
que los líderes les permiten, sino todo lo que aparece como necesario o
conveniente según un criterio plural, colectivo. Ahí queda la propuesta de un estatuto de derechos y deberes del militante, que dé sentido y
proyección a su compromiso. A ver quién recoge ese desafío.
A muchos podrá parecerles una exageración grotesca, casi
una aberración, lo que voy a decir, pero ahí va: convengamos todos en que la
política puede llegar a ser tan importante como el fútbol. Pues bien, a nadie
se le ocurre ventilar en primarias la alineación de un club en el próximo
partido. No, para eso están el entrenador, el equipo técnico, el estudio del
rival, las consideraciones estratégicas y tácticas. Hay toda una serie de
mediaciones que inciden en la propuesta final, y del mismo modo, después de
jugado el partido, se establece un balance de resultados que determina si las
decisiones adoptadas fueron correctas y si la actuación del equipo resultó en
definitiva satisfactoria, o no. A partir de todo ello se atribuirán las
responsabilidades que correspondan. No alcanzo a entender por qué un
procedimiento tan acreditado e indiscutido en el fútbol no se aplica también a
la política.