Mi comentario de ayer sobre el periódico El País podía haberse
ampliado y adquirido mayor peso de haber leído antes yo el artículo publicado
el pasado día 18 por el defensor del lector, en torno a una entrevista al líder
de Podemos, Pablo Iglesias, que fue mutilada primero en la edición de papel y
posteriormente en la digital. Sin desmerecer la pulcra presentación de los
hechos por parte de Tomás Delclós (ver aquí), he añorado la
época en que ejercía su misma responsabilidad Milagros Pérez Oliva. Milagros se
arremangaba y se metía en faena hasta el fondo. Examinaba en todas sus
vertientes el suceso puntual, sin concesiones a ese compañerismo mal entendido
que tiende a disimular faltas y omisiones serias, y a partir de ahí se
remontaba a consideraciones más generales, de modo que su sección se convertía
en una cátedra acabada de periodismo y de ética. Sigo buscando su firma, ahora
en otras secciones del periódico, con la seguridad de que leyéndola siempre
aprenderé algo.
Lo cual me lleva de una mujer a otra mujer, de Milagros Pérez
Oliva a Nadia Urbinati, italiana nacionalizada estadounidense, profesora de
Teoría política en la
Universidad de Columbia de Nueva York, y defensora
consecuente de una democracia representativa basada en la capacidad de
intervención y de decisión de los ciudadanos. Me puso sobre su pista el amigo
Javier Aristu, que anda oteando la posibilidad de traducir y publicar en España
un trabajo suyo. En una reseña del último libro publicado por Urbinati, “Democracy disfigured. Opinion, Truth and
the People” (Harvard University Press, febrero de
2014), me sorprendió encontrar, en un listado de “falsos amigos” de la
democracia y en la mala compañía de los tecnócratas y los demagogos, a los
medios de comunicación. Con frecuencia, señala la profesora, la idea de
democracia que cultivan los medios es la de una competición deportiva en la que
los ciudadanos ejercen de espectadores y de supporters apasionados de su equipo favorito.
Dado que lo único fiable hoy día en la
prensa deportiva es el resultado numérico de los partidos, y todo lo demás está
teñido de un partidismo insoportable para el buen sentido del lector, aviados
vamos si ese es también el porvenir que aguarda al periodismo político.