martes, 3 de junio de 2014

EL PROYECTO Y EL TRAYECTO



En recuerdo de Vittorio Foa, maestro de sindicalistas

«Para que exista alternativa tiene que existir una propuesta de desplazamiento, un proyecto y un trayecto, con un objetivo claro como estación final.» Lo escribí así anteayer, y un amigo me urge a precisar más y ampliar esa idea del trayecto que debe recorrer una alternativa.

La cosa es así. De entrada, no hace falta insistir mucho en el proyecto o programa, lo llevamos en nuestra herencia genética. «Programa, programa, programa» fue la trilogía propuesta por Julio Anguita, y ese sigue siendo el principio de todo, por más que algunos adeptos al pensamiento blando prediquen, a veces con palabras pero sobre todo con los hechos, que lo primero es el poder, y el programa es tan sólo un adorno, un accesorio susceptible de ser utilizado sobre la marcha como elemento de trueque.

En cualquier caso, el proyecto o programa no es más que el principio. Un punto de partida o, si se quiere, un itinerario trazado sobre el mapa. Es sabido que los mapas tienen la característica de ser superficies planas, abarcables de un golpe de vista. Por detallados que sean, son simplificaciones de la realidad. (Ideologías, podríamos llamarlos con justeza.) El programa, el mapa, no supone ningún paso adelante, sino sólo una declaración, tan solemne como se quiera, de la intención de dar pasos adelante.

Lo decisivo, entonces, para una alternativa política no es el programa que le sirve de guía, sino los pasos concretos que plasman en la realidad el cumplimiento del programa, y la forma como éste avanza y se despliega. Lo decisivo es el trayecto.

Esta verdad no ha sido comprendida en ocasiones. Se ha valorado más el proyecto que el trayecto, más la intención que la realización concreta. Expresado con las palabras de Vittorio Foa: «La asunción del proyecto como un valor absoluto y la concepción de la política como realización de un diseño “dado” han vertebrado la ideología socialcomunista. Ese fundamento ideológico ha provocado que se tardara en entender, por ejemplo, que la revolución de Octubre, vivida como una gran experiencia liberadora, estaba en la base de unos sistemas comunistas opresivos.» (En Il cavallo e la torre, p. 163). Y Foa concluye, en el mismo lugar: «Debemos dejar de justificar nuestra necesidad de proyectar, de programar, en la presunta necesidad de movilizar a la gente. El proyecto vale sólo como indicación de un trayecto significativo de determinados valores, y sólo si va acompañado de la concreción de los pasos a seguir. Proyecto es un proceso de verificación factual, un control democrático de una realidad compleja.»

El trayecto tiene otra característica que importa tener en cuenta: es un recorrido no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Para volver a la reflexión publicada ayer sobre el tiempo y la política, el proyecto se inscribe en el tiempo abstracto, mientras que el trayecto entra de pleno en el reino de la duración. Eso obliga a tener en cuenta otro factor esencial: el cambio. La duración implica cambio, evolución, en todas las cosas vivas sometidas a ella. Ahora bien, tal como está conformada nuestra mente, somos muy capaces de comprender y de prever el cambio en los demás, pero nuestro propio cambio interno nos resulta por lo general incomprensible e imprevisible. Esa circunstancia conduce a que proyectos ambiciosos y bien madurados fracasen a lo largo del trayecto. Lo explicaré de nuevo con un ejemplo puesto por Vittorio Foa: «Desde la perspectiva de hoy, podría decirse que el error de la propuesta de compromiso histórico de Berlinguer consistió en pedir a la Democracia Cristiana que cambiara, y no tener en cuenta que él mismo y su propio partido cambiarían también.»

Son estas dificultades en la fatigosa concreción de un trayecto a través de una realidad social tridimensional, poliédrica, escabrosa y tozuda, que no es ni neoliberal ni estatalista, ni reaccionaria ni revolucionaria, ni planificada ni de libre mercado, sino una mezcla informe y embarullada de todos esos elementos; son estas dificultades, digo, las que han convertido la gran alternativa política que podemos llamar revolución o emancipación o cualquier otro nombre similar, en un problema arduo que ha necesitado siglos para resolverse a través de una lenta acumulación de fuerzas, y a veces sólo horas para desbaratarse. Si todo fuera cuestión de programa, estaríamos al cabo de la calle.