viernes, 27 de junio de 2014

ALMA DE CUPLETISTAS

Javier Aristu ha empezado a hacer rodar la maquinaria para la presentación en nuestras latitudes de la reflexión de la profesora Nadia Urbinati sobre las nuevas formas y los nuevos peligros de la democracia. Lo ha hecho por medio de la entrada «Democracia en directo», de su blog En Campo Abierto (1). Urbinati tiene una visión académica, en el mejor sentido de la palabra, de los problemas de la democracia. Me refiero a que anota, valora y sistematiza pulsiones y tendencias cuya repetición de forma discontinua y a lo largo del tiempo ha acabado por definir y configurar una novedad en el terreno de la política. Registra algo que no existía o de lo que no había conciencia, que no figuraba en los balances ni en los capítulos de perspectivas, pero que en adelante no habrá excusa para no hacer constar en el debe o en el haber de la democracia realmente existente.

Los fenómenos a los que alude no son tan recientes. Se cita por ejemplo a Berlusconi. Mucho antes que él, Adolfo Suárez fue capaz de aglutinar un partido de aluvión, sin ideología ni programa acabado, repleto de “familias” de procedencia común pero inconciliables entre ellas, a partir de su liderazgo personal, del magnetismo de su presencia televisiva y del atractivo hipnótico de aquella cantinela del «puedo prometer y prometo». La constatación de Urbinati acerca de los cambios en la estructura, en la perspectiva y en el funcionamiento interno de los partidos políticos, es seguramente menos importante que la conclusión de que ésta, la actualísima “democracia plebiscitaria” o “en directo”, sigue siendo aún, y por bastente tiempo, y a pesar de todo, una democracia de partidos políticos. Tanto Syriza en Grecia como Podemos en España nacieron como plataformas dirigidas a canalizar y aunar los esfuerzos de movimientos sociales de protesta; las dos se han convertido en partidos. No partidos al estilo clásico, desde luego; partidos, y punto.

Lo nuevo, aunque tampoco tanto, es la función que “tienden” a asumir las organizaciones políticas y sociales en el interior del sistema. Atención a ese “tienden”. No generalizo; no digo que todas lo hacen ni que todas son iguales, sé por experiencia lo injustos que pueden ser los sambenitos en el terreno de la política. Pero déjenme citar a Aristu-Urbinati: «La “democracia de la audiencia”, o lo que Urbinati denomina “forma plebiscitaria de la audiencia”, es el resultado no del fin de la democracia de partidos sino de su afirmación como cuerpo oligárquico que de intermediario se ha hecho ocupante directo y para su propio interés de la representación política.»

Es decir, se tiende a convertir la representación en oficio; igual que existen representantes de comercio, tenemos un cuerpo de representantes políticos institucionalizados. Y ese gremio de representantes por oficio tiende a levantar  alambradas para evitar el acceso de intrusos. Luego, en el interior del recinto, vienen las querellas por la preeminencia y la jerarquía. En tiempos fue normal la cooptación como método – poco democrático, ciertamente – de ascenso a las responsabilidades superiores de la estructura; también se preferían las listas cerradas para evitar sorpresas. Ahora se postulan las primarias y se discute sobre la apertura de las listas. ¿Hay algún avance en ello? La cooptación significaba una reválida para los candidatos formados en el interior de la estructura; en las primarias asistimos a un desfile de modelos de político, y no de política (la frase no es mía, la he leído en la prensa diaria pero no recuerdo dónde). Un joven tenor nos promete someter a su partido a un «shock de modernidad». ¿Es esto serio? ¿Puede la política dirigida a una audiencia invertebrada conformar un proyecto con cara y ojos, con unos objetivos razonables a largo plazo y un itinerario preciso para alcanzarlos? ¿Hay movimiento real en esta nueva cucaña hacia el poder, o sólo un remeneo en sus poltronas de personajes con alma de cupletistas?

Tampoco es mío lo de la cucaña y los cupletistas, pero en este caso sí puedo documentar la frase. Su autor es Pío Baroja. En La última vuelta del camino, escribió: «Con relación a la pasión igualitaria colectiva y al deseo de lucirse entre los políticos, hay que tener en cuenta que un Congreso o una Cámara, por muy democrática que sea, es un recinto muy pequeño para los millones de habitantes de una nación; que la cucaña para subir a él estará cada vez más resbaladiza y más difícil, y que el número de gente con alma de cupletista es infinito, lo cual quiere decir que los rivales en el campo de la política formarán siempre una legión inmensa.»

Amén.