Javier Aristu ha empezado a hacer rodar la maquinaria para la
presentación en nuestras latitudes de la reflexión de la profesora Nadia
Urbinati sobre las nuevas formas y los nuevos peligros de la democracia. Lo ha
hecho por medio de la entrada «Democracia en directo», de su blog En Campo
Abierto (1). Urbinati tiene una visión académica, en el mejor sentido de la
palabra, de los problemas de la democracia. Me refiero a que anota, valora y
sistematiza pulsiones y tendencias cuya repetición de forma discontinua y a lo
largo del tiempo ha acabado por definir y configurar una novedad en el terreno
de la política. Registra algo que no existía o de lo que no había conciencia,
que no figuraba en los balances ni en los capítulos de perspectivas, pero que
en adelante no habrá excusa para no hacer constar en el debe o en el haber de
la democracia realmente existente.
Los fenómenos a los que alude no son tan recientes. Se cita por
ejemplo a Berlusconi. Mucho antes que él, Adolfo Suárez fue capaz de aglutinar
un partido de aluvión, sin ideología ni programa acabado, repleto de “familias”
de procedencia común pero inconciliables entre ellas, a partir de su liderazgo
personal, del magnetismo de su presencia televisiva y del atractivo hipnótico
de aquella cantinela del «puedo prometer y prometo». La constatación de
Urbinati acerca de los cambios en la estructura, en la perspectiva y en el
funcionamiento interno de los partidos políticos, es seguramente menos
importante que la conclusión de que ésta, la actualísima “democracia
plebiscitaria” o “en directo”, sigue siendo aún, y por bastente tiempo, y a
pesar de todo, una democracia de partidos políticos. Tanto Syriza en
Grecia como Podemos en España nacieron como plataformas dirigidas a canalizar y
aunar los esfuerzos de movimientos sociales de protesta; las dos se han
convertido en partidos. No partidos al estilo clásico, desde luego; partidos, y
punto.
Lo nuevo, aunque tampoco tanto, es la función que “tienden” a
asumir las organizaciones políticas y sociales en el interior del sistema.
Atención a ese “tienden”. No generalizo; no digo que todas lo hacen ni que
todas son iguales, sé por experiencia lo injustos que pueden ser los sambenitos
en el terreno de la política. Pero déjenme citar a Aristu-Urbinati: «La
“democracia de la audiencia”, o lo que Urbinati denomina “forma plebiscitaria
de la audiencia”, es el resultado no del fin de la democracia de partidos sino
de su afirmación como cuerpo oligárquico que de intermediario se ha hecho
ocupante directo y para su propio interés de la representación política.»
Es decir, se tiende a convertir la representación en oficio;
igual que existen representantes de comercio, tenemos un cuerpo de
representantes políticos institucionalizados. Y ese gremio de representantes
por oficio tiende a levantar alambradas para evitar el acceso de
intrusos. Luego, en el interior del recinto, vienen las querellas por la
preeminencia y la jerarquía. En tiempos fue normal la cooptación como método –
poco democrático, ciertamente – de ascenso a las responsabilidades superiores
de la estructura; también se preferían las listas cerradas para evitar
sorpresas. Ahora se postulan las primarias y se discute sobre la apertura de
las listas. ¿Hay algún avance en ello? La cooptación significaba una reválida
para los candidatos formados en el interior de la estructura; en las primarias
asistimos a un desfile de modelos de político, y no de política (la frase no es
mía, la he leído en la prensa diaria pero no recuerdo dónde). Un joven tenor nos
promete someter a su partido a un «shock de modernidad». ¿Es esto serio? ¿Puede
la política dirigida a una audiencia invertebrada conformar un proyecto con
cara y ojos, con unos objetivos razonables a largo plazo y un itinerario
preciso para alcanzarlos? ¿Hay movimiento real en esta nueva cucaña hacia el
poder, o sólo un remeneo en sus poltronas de personajes con alma de
cupletistas?
Tampoco es mío lo de la cucaña y los cupletistas, pero en este
caso sí puedo documentar la frase. Su autor es Pío Baroja. En La última vuelta del camino, escribió: «Con relación a la
pasión igualitaria colectiva y al deseo de lucirse entre los políticos, hay que
tener en cuenta que un Congreso o una Cámara, por muy democrática que sea, es
un recinto muy pequeño para los millones de habitantes de una nación; que la
cucaña para subir a él estará cada vez más resbaladiza y más difícil, y que el
número de gente con alma de cupletista es infinito, lo cual quiere decir que
los rivales en el campo de la política formarán siempre una legión inmensa.»
Amén.