domingo, 29 de junio de 2014

TRABAJO Y CULTURA

Reanudo mis comentarios en torno al estudio de Iginio Ariemma sobre Bruno Trentin, que López Bulla, ¿sabremos agradecérselo?, está traduciendo para nosotros (1). Después de examinar la fructífera conexión que estableció Bruno entre los dos conceptos aparentemente contrarios de trabajo y libertad, toca ahora detenerse en esa otra relación que establece entre trabajo y cultura. Es una cuestión difícil, y he de advertir al lector que llevo ya dos gatillazos sonados en mis intentos de hilvanar cuatro ideas sobre el asunto sin caer en contradicción.

El punto de partida está claro. Ariemma expresa así la posición de Trentin: «La formación y la calidad del trabajo son los objetivos fundamentales para derrotar a la precarización, el trabajo pobre y «muerto», y también para intervenir en el marxiano trabajo abstracto para que la persona-trabajador pueda realizarse verdaderamente con su propio proyecto de vida. Ya en los años setenta, Bruno había pensado en la conquista de 150 horas retribuidas para la formación (“incluso para aprender a tocar el contrabajo si el obrero lo desea”, repetía).» 

Trentin era enérgicamente contrario a ese sobreentendido fatal según el cual la cultura florece en el ocio de las clases sociales acomodadas, es decir en un terreno privilegiado por estar eximido, precisamente, de la maldición bíblica que condena al hombre a la esclavitud del trabajo. Nadie se atreverá a afirmar que el obrero-masa es incapaz de tocar el contrabajo medianamente bien si dedica a ese fin un esfuerzo particular en sus horas libres. Pero en cualquier caso es un axioma que deberá dejar colgada su sabiduría musical de un clavo puesto en el dintel de la puerta de la fábrica; allí mismo donde el sargento mayor de la compañía nos vociferaba a los quintos que debíamos dejar colgados los cojones cuando traspasábamos la puerta del cuartel.

Pero cultura es, por definición, todo lo que se cultiva; y por tanto la cultura nace del trabajo, es un fruto más del trabajo. La privación de la cultura para el mundo del trabajo es una desigualdad no original, sino sobrevenida. Decretada. Los managers tayloristas han suscrito gustosos la frase histórica del conde de Belicena, «Los pobreticos y los jambríos no deberían conocer más allá de la regla de tres simple» (2). Una frase que resume mejor que ningún discurso el estado de la cuestión.

El problema gordo es qué entendemos por cultura, y si ese concepto engloba tanto la trigonometría como el contrabajo. Trentin fue un gramsciano consecuente en este punto. Frente a ideas como la condición clasista de la “gran” cultura, y más aún frente al intento de armar una cultura de clase contra clase, una proletkult, concibe la cultura sin adjetivos como un legado universal y como una comprensión global del mundo en sus contradicciones. En ese sentido la cultura es un instrumento de hegemonía, y las clases trabajadoras sólo podrán afirmarse como dirigentes cuando superen su visión de parte y alcancen una autoconciencia capaz de asimilar y asumir su propia función y la del resto de la sociedad desde todos los ácimuts de una concepción del mundo compleja, poliédrica.

En algún momento histórico se ha propugnado una alianza de las fuerzas del trabajo y las de la cultura. No es malo en ningún caso intentar mancomunar esfuerzos, pero la idea misma parte de un error conceptual. (Error por lo menos desde la visión de Gramsci y de Trentin). Porque trabajo y cultura no están situados en dos campos diferentes, no son realidades distintas. Son dos expresiones, una inmediata, la otra más a largo plazo, de una misma realidad social. La cultura es, de alguna manera, trabajo acumulado. Y la línea conceptual que lleva desde el trabajo hasta la liberación del hombre, pasa necesariamente por la vía de la cultura.

Una última nota, aún. La cultura no es un concepto mensurable desde parámetros cuantitativos, sino cualitativos. Tener más cultura no significa saber más cosas, sino saber relacionar entre ellas las cosas que se saben y extraer de esa relación más consecuencias pertinentes. Los trabajadores necesitan saber más sobre sí mismos, sobre lo que hacen, sobre las consecuencias sociales de lo que hacen. Y es en ese orden de ideas, en el que Trentin propone la extensión y la difusión de la cultura, de toda la cultura, de modo que empape de abajo arriba el proceso de trabajo. Puede considerarse una utopía, ciertamente, pero él reivindicó en un texto célebre il coraggio dell’utopia.

(1) Ver la parte ya disponible en http://theparapanda.blogspot.com.es/ 
(2) En relación con la estupenda declaración del conde de Belicena, ver “Las matemáticas y la explotación del trabajo asalariado”, en Metiendo Bulla.