Los bolardos son
tendencia. Yo desconocía el término y he tenido que consultar el diccionario online para saber el sentido exacto de
la palabra y su procedencia (del inglés bollard).
Existe en el mercado un tipo de bolardo, llamado “Matador”, especialmente
diseñado para prevenir los ataques a multitudes por medio de vehículos de
motor. ¡Lo que se aprende en internet!
Algunos medios de
comunicación, con base en los informes de algunos estamentos policiales,
afirman que una siembra estratégica de bolardos habría impedido el atentado de
las Ramblas, y que hubo omisión o descuido en las autoridades catalanas al no
instalarlos en su momento. Es ese tipo de opinión, muy prolífica, que acostumbra
tomar la parte por el todo y ofrece soluciones parciales – llamativa y
penosamente parciales, diría yo – como si se tratara de panaceas. Hay quienes
consideran remedios infalibles contra el cáncer los sinapismos de mostaza, y
quienes reivindican en cambio la eficacia de las estampas de santa Teresita de
Lisieux. Las estadísticas no abonan, por lo general, sus puntos de vista.
Más exacto es decir
que los bolardos en las Ramblas habrían prevenido este concreto tipo de atentado. Sabemos, porque los medios nos lo
transmiten todos los días, que también se han utilizado otros métodos variados para
atentar contra aglomeraciones de personas descuidadas, y que cada grupo o
célula radical escoge el que le parece más apropiado para llegar a sus fines.
Colóquense los bolardos si se quiere, o lléguese al extremo de sellar las
Ramblas al tráfico rodado. Es posible ir incluso más allá, y cerrar todo el
recinto de las Ramblas al tránsito peatonal, colocando en los extremos carteles
de «Reservado el derecho de admisión». Se habrá llegado al no va más en la
prevención de un posible atentado "con" vehículo de motor y “en” las Ramblas. No se alcanzarían, en cambio, otros objetivos. Los bolardos obstruyen el paso a las furgonetas de los terroristas, pero también al parque de bomberos. Las Ramblas embolardadas quedarían inermes en caso de un atentado por el fuego.
La conclusión obvia es que seguirá resultando imposible prevenir siempre todas las posibilidades de
atentado en todos los lugares posibles. Parece claro que la solución debe
buscarse por otro lado. No con efectos inmediatos, sino progresivos; no con remedios
represivos, sino inclusivos.
El resto quedará al
albur de quienes extienden patológicamente su odio al sistema hasta una forma de
odio negro por las personas corrientes que disfrutan de vacaciones corrientes
en ciudades también corrientes, es decir, abiertas y acogedoras. No hay prevención
infalible para quienes actúan movidos por un resorte moral que implica el
desprecio total, no solo por la vida ajena, sino también por la propia. No hay
mecanismo disuasorio capaz de detener a quien ofrece de antemano su autoinmolación
en aras de la idea.
Tampoco es razón suficiente
para andar encogidos y temerosos por la vida. El valor supremo en las
sociedades abiertas no es sobrevivir a toda costa, sino mantener la apertura,
la disposición solidaria hacia los demás, la línea del horizonte muy alta. Gritar
al viento, como se ha hecho en Barcelona, “No tinc por!”