domingo, 27 de agosto de 2017

LA INSOLENCIA DE LOS TROLLS


Estuvimos ayer por la tarde en la manifestación del Paseo de Gracia. La familia al completo. Nuestro retorno a Barcelona, para cumplir lo que considerábamos un deber de civilidad, causó conmoción en la playa de Poldemarx, la mañana del viernes.
– ¿Para qué? – fue la pregunta más repetida. Los portavoces más audaces de la opinión playero-matinal añadieron que aquí deberíamos hacer como en Finlandia, donde prohíben la entrada en el país a cualquier musulmán por el mero hecho de serlo. A mí no me consta en absoluto la exactitud del dato, pero ahí queda como expresión de la temperatura ambiente. No cabe duda de que también en estas cuestiones ha habido un cambio climático brusco.
La reacción irritada allá arriba habría tenido que prepararnos para lo que encontramos en el Passeig de Gràcia. Un bloque compacto de esteladas sostenidas por palos muy largos rodeaba la fuente del cruce con la Gran Vía, el centro estratégico de la visibilidad. Voluntarias/os de edad madura nos ofrecían por cuenta de las floristas de las Ramblas rosas rojas, blancas y amarillas, según el guión previsto; yo elegí una blanca, pensando en el poema de José Martí (*). Y otras/os mucho más jóvenes nos alargaban minipancartas muy bien impresas sobre fondos de colores vistosos reclamando a Felipe acerca de la venta de armas a países árabes. Espontaneísmo organizado. Un acto de expresión de dolor y esperanza convertido por arte de birlibirloque en manifestación reivindicativa contra las autoridades del Estado.
Circulaban grupos de musulmanes con pancartas mucho más humildes, confeccionadas a mano, en las que figuraban las consignas de “No tenemos miedo”, “No a la islamofobia” y “Barcelona somos todos”, en catalán, castellano y árabe. Trataban de hacerse visibles, de transmitir un mensaje obviamente muy importante para ellos (y para todos), pero su presencia quedaba ahogada por el ruido organizado de los trolls.
Puigdemont ha llamado a no magnificar el elemento negativo de la protesta y a respetar la libertad de expresión. Seamos claros: no es libertad de expresión la que obstruye a conciencia la libertad de expresión ajena. Es pura insolencia.
Mi nieto Mijail quería ver al rey (solo ha visto reyes magos en su corta existencia) e incluso nos había preguntado si, al estar delante de él, debía o no decirle algo. Intentamos acercarnos a la cabecera de la calle Caspe, pero fue imposible por la doble rigidez de las medidas de seguridad y del bloqueo estratégico del batallón de trolls.
Nos marchamos pronto del lugar; no eran las seis, oficialmente no había empezado aún el recorrido. Pero las vibraciones eran pésimas. Supongo que este es el medio ambiente que nos aguarda hasta el 1-O. Quién sabe si después también. Es lo que nos queda después de devastada aquella metafórica plana riallera, respaldada por los Pirineos y abierta al mar, de la sardana a la que puso letra Joan Maragall.
 
(*) Cultivo una rosa blanca / en junio como en enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo, / cardo ni ortiga cultivo; / cultivo la rosa blanca.