Estuvimos ayer por
la tarde en la manifestación del Paseo de Gracia. La familia al completo.
Nuestro retorno a Barcelona, para cumplir lo que considerábamos un deber de
civilidad, causó conmoción en la playa de Poldemarx, la mañana del viernes.
– ¿Para qué? – fue la
pregunta más repetida. Los portavoces más audaces de la opinión playero-matinal
añadieron que aquí deberíamos hacer como en Finlandia, donde prohíben la
entrada en el país a cualquier musulmán por el mero hecho de serlo. A mí no me
consta en absoluto la exactitud del dato, pero ahí queda como expresión de la
temperatura ambiente. No cabe duda de que también en estas cuestiones ha habido
un cambio climático brusco.
La reacción irritada
allá arriba habría tenido que prepararnos para lo que encontramos en el Passeig
de Gràcia. Un bloque compacto de esteladas sostenidas por palos muy largos rodeaba
la fuente del cruce con la Gran Vía, el centro estratégico de la visibilidad.
Voluntarias/os de edad madura nos ofrecían por cuenta de las floristas de las
Ramblas rosas rojas, blancas y amarillas, según el guión previsto; yo elegí una
blanca, pensando en el poema de José Martí (*). Y otras/os mucho más jóvenes
nos alargaban minipancartas muy bien impresas sobre fondos de colores vistosos
reclamando a Felipe acerca de la venta de armas a países árabes. Espontaneísmo
organizado. Un acto de expresión de dolor y esperanza convertido por arte de
birlibirloque en manifestación reivindicativa contra las autoridades del Estado.
Circulaban grupos
de musulmanes con pancartas mucho más humildes, confeccionadas a mano, en las
que figuraban las consignas de “No tenemos miedo”, “No a la islamofobia” y “Barcelona
somos todos”, en catalán, castellano y árabe. Trataban de hacerse visibles, de
transmitir un mensaje obviamente muy importante para ellos (y para todos), pero
su presencia quedaba ahogada por el ruido organizado de los trolls.
Puigdemont ha
llamado a no magnificar el elemento negativo de la protesta y a respetar la
libertad de expresión. Seamos claros: no es libertad de expresión la que
obstruye a conciencia la libertad de expresión ajena. Es pura insolencia.
Mi nieto Mijail
quería ver al rey (solo ha visto reyes magos en su corta existencia) e incluso nos
había preguntado si, al estar delante de él, debía o no decirle algo. Intentamos
acercarnos a la cabecera de la calle Caspe, pero fue imposible por la doble
rigidez de las medidas de seguridad y del bloqueo estratégico del batallón de
trolls.
Nos marchamos
pronto del lugar; no eran las seis, oficialmente no había empezado aún el
recorrido. Pero las vibraciones eran pésimas. Supongo que este es el medio ambiente
que nos aguarda hasta el 1-O. Quién sabe si después también. Es lo que nos queda
después de devastada aquella metafórica plana riallera, respaldada por los
Pirineos y abierta al mar, de la sardana a la que puso letra Joan Maragall.
(*) Cultivo
una rosa blanca / en junio como en enero / para el amigo sincero / que me da su
mano franca. / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo, / cardo
ni ortiga cultivo; / cultivo la rosa blanca.