El otro
prisionero de Zenda, capítulo 2 (*)
Estamos en Roma, en
la mañana del día D de la entrevista papal. La gira de buena voluntad de Trump da
síntomas de gripamiento, de modo que hoy se ha de decantar el éxito o el
fracaso definitivo de la operación de imagen. Cuando el sastre, el peluquero y
las maquilladoras acaban su trabajo, echo una ojeada crítica al espejo del
vestidor y me horrorizo de mí mismo. Ángela tenía razón; ha hecho falta algo de
relleno en los hombros y pectorales, pero el yo que me devuelve el reflejo es
Trump redivivo. Mis dos acompañantes en la aventura, el coronel Sapt, del
Pentágono, y el joven Freddy Tarlenheim, uno de los talentos más frescos de las
hornadas recientes de la CIA, dan su aprobación incondicional.
– Ni su propia puta
madre reconocería el engaño – exclama el viejo Sapt retorciéndose la guía del
bigote –. Ejem, me refiero a la madre del presidente Trump, por supuesto –
aclara –, de ninguna manera a la suya, my
dear mister Rodríguez. No era mi intención resultarle inconveniente.
Nos dirigimos los
tres a la suite ocupada por Trump, en fila india. Los chicos del FBI han hecho
previamente un barrido de los alrededores para que ninguna mirada o cámara potencialmente
indiscreta capte lo que está sucediendo. Freddy abre la puerta y se hace a un
lado. Desde el sofá Donald me observa, displicente.
– Una chapuza. No
se me parece en nada. Todo el plan fracasará sin remedio. No me importa, en
ningún caso me veré con ese comiquillo argentino. Sapt, llame al servicio de
habitaciones, quiero más whisky. De centeno, puntualice, blended doce años, con
mucho hielo. Estos cabrones latinos son capaces de traérmelo de cebada y con
agua tibia.
Trump ha rechazado
toda compañía femenina (“esas guarras te pueden pegar cualquier porquería”) y
se ha comprometido a quedarse encerrado en la suite durante el tiempo de la
audiencia papal, aunque profetiza que todo va a irse al infierno por mi lamentable
incapacidad para fingir. El resto de participantes en la conjura, incluido yo
mismo, somos de la opinión contraria. Me siento en forma y todo está previsto
al milímetro, ¿qué puede salir mal?
* * *
El papa Francisco me
acogió con unas palmaditas paternales, y me ofreció un martini con tónica.
“Para que veas que estoy en la onda, hijo”. Nos sentamos en unas butacas amplias
y aerodinámicas, muy mullidas y confortables. “Son herencia de Benedicto, yo
habría preferido algo más austero”
Sapt y Freddy
Tarlenheim se acomodaron en un segundo plano, a ambos lados de la puerta. Freddy
pidió permiso para fumar, y Gabaglio se lo negó, tajante. “Las profanidades no
tienen cabida en la casa de Dios.”
Se abrió a partir
de ese momento un silencio medio incómodo. Teníamos que estar en el camarín
media hora y luego salir sonrientes, como si el papa y yo fuéramos los mejores
amigos del mundo. Pero por mi parte, la verdad, no sabía qué decir. Francisco
vino en mi auxilio.
– De Barcelona,
¿verdad, hijo?
– Sí, santo padre –
confirmé yo contrito, la cabeza gacha. Él me dio un ligero codazo en las costillas.
– ¿Qué sos parece
la jugadita que le ha hecho Neymar a Lionel, el muy cabroncete?
La conversación se
animó considerablemente a partir de ahí. Coincidimos en que Lionel (Messi) era
estratosférico, de otro planeta, nada que ver con Cristiano Ronaldo, sin ánimo
de desmerecer a nadie. Comparamos las virtudes respectivas de Luis Enrique y el
Txingurri Valverde. Gabaglio fue de la opinión de que el fichaje del Tata
Martino había sido una gaffe lamentable.
“Por muy rosarino que sea.” Luego evaluamos las posibilidades que tenían Denis
Suárez y Samper de ser dignos sucesores de Iniesta. Ambos contrastamos al
detalle nuestras dudas razonadas. Dejamos entre paréntesis a Sergi Roberto. “Me
parece mejor como enganche”, puntualizó el pontífice, “pero acá no estoy hablando
ex cathedra.”
Desde Sergi Roberto
nos deslizamos casi sin querer a la discusión sobre el puesto crucial del “2”, un
punto sensible una vez perdida la solvencia habitual de Dani Alves. Acalorados
por la pasión deportiva, alzamos la voz y Sapt nos llamó la atención con un
carraspeo malhumorado. Nada de lo que hablábamos debía trascender más allá de
la puerta del camarín, de doble hoja y grosor respetable, blanca con molduras
sobredoradas; so pena de que se descubriera todo el pastel.
Miramos el reloj
entonces, y nos dimos cuenta de que la media hora prevista se había convertido
en hora y tres cuartos. Debo decir en este punto que ese lapso nos había de
perjudicar seriamente en el curso de los acontecimientos posteriores, que se
relatarán a su debido tiempo. De haber salido a la hora prevista de la
audiencia, la insurgencia no habría tenido tanto tiempo para enmendar errores previos de programación y
habríamos podido sorprenderla in medias res. Pero estoy adelantando acontecimientos.
Salimos a la
antesala, nos deslumbraron los flashes y los focos de las cámaras, yo hice el
besalamano perfecto y el papa me dio un gran abrazo y me impartió una bendición
por todo lo alto, urbi et orbi y mirando al tendido. “Si Piqué y Busi aguantan bien
la zaga, me susurró como quien murmura latines, Lionel volverá a colocarnos en
lo más alto esta temporada”. “Amén”, le respondí en tono piadoso. Los dos
exhibimos sendas sonrisas beatíficas ante los medios.
El éxito mediático fue portentoso.
Freddy estaba entusiasmado, y en la limusina blindada que nos transportó de
vuelta al hotel, incluso el viejo Sapt tenía los ojos húmedos. “Mi país
recordará siempre lo que ha hecho hoy usted por nosotros, Rodríguez”, llegó a
decirme, y hubo de sonarse pudorosamente con el pañuelo para no esbozar un
puchero.
En el vestíbulo del
hotel, brillaba por su ausencia el enlace de la CIA. Ni rastro de los chicos
del FBI que deberían estar de guardia en los pasillos. Llenos de aprensión,
corrimos en desbandada a la suite. Freddy llegó el primero y abrió la puerta de
un empujón. Trump no estaba allí para recibirnos. A quien teníamos delante de
nosotros, con los brazos retadoramente cruzados sobre el pecho, era a Hillary
Clinton.
(*) Leer el
principio de la historia en http://vamosapollas.blogspot.com.es/2017/08/cabello-de-angela.html