Sigue adelante el
viaje a ninguna parte emprendido por el Govern de Catalunya, que exprime todo
el jugo posible a una mayoría circunstancial en un Parlament partido en dos. Se
acumulan y se aceleran los gestos de desafío al Estado y a la Constitución, adornados
con los rictus furiosos de los boxeadores en el acto del pesaje, y desde la conciencia,
como les ocurre a estos últimos, de que una vez en calzón corto y encerrados en
el cuadrilátero, las cosas tomarán un carácter muy distinto.
En el Parlament,
una mayoría inverosímil desprecia a la mitad menos uno del arco parlamentario y
tira adelante con un proyecto utópico sin consensuar ningún contenido, sin
atender a los sondeos que repiten de forma insistente que la opinión no quiere
eso, sin respetar ninguna de las formalidades habituales en democracia. La
aceleración vertiginosa que imprimen las CUP a estas “gesticulaciones”
gratuitas (la expresión es de Joan Coscubiela) parece dirigida a dificultar la
organización de las respuestas lógicas y naturales a tanta cara dura y tanto
senfotismo. A quien pone reparos a ese inmenso desahogo lo acusan de aguafiestas.
La ley de
transitoriedad ha sido aprobada antes incluso del referéndum, anunciado pero aún
no convocado. En contra estaba el parecer de los propios expertos del aparato, pero
se ha tirado adelante con los votos consabidos y se anuncia que el proyecto de ley será mantenido
en la nevera “hasta el momento oportuno” para impedir la reacción previsible de
los tribunales. ¿Se quiere desmontar la legalidad institucional solo a base de
astucia? ¿Qué sucederá cuando los púgiles suban al ring y la campana anuncie
llegado el momento de las bofetadas en serio? ¿O también se tiene previsto un
subterfugio para tal evento, de modo que el mundo sepa que Catalunya es
independiente sin que el Estado español haya llegado aún a enterarse?
¿Y qué se piensa
que ocurrirá en el momento siguiente a la declaración solemne de independencia?
Los síntomas son alarmantes; la legislación transitoria que está emitiendo el
Parlament es de una calidad democrática ínfima. Infumable, por si no ha quedado
claro en la frase anterior. Hoy coinciden en decirlo en lavanguardia Lluís Foix
y Xavier Arbós. En elpais, Xavier Vidal-Folch advierte de que nuestra
pretensión de emular a Dinamarca en cuanto a libertades y nivel de vida, está
degenerando en una aproximación acelerada al modelo polaco: autoritarismo a palo seco y un
tenue olor a racismo soterrado bajo la alfombra. La idea en curso entre las
elites gobernantes parece ser que en Catalunya cuenta solo la opinión de unos,
mientras que la de otros no tiene ningún valor, ni de uso ni de cambio.
Dicha idea se
sustenta en un comodín que, como su nombre indica, resulta comodísimo para
quienes lo esgrimen. Es la ANC (Assemblea Nacional de Catalunya), que se ha
adjudicado a sí misma la representación omnímoda de la sociedad civil catalana.
Hay un secuestro a todos los efectos del logo “Catalunya” por parte de la
dirección de la ANC. Encabezada por un caballero de cara triste, la Assemblea
aglutina de día en día menos consenso y más audacia operativa. No tardará mucho
en cambiar la política de las calles repletas de camisetas amarillas por la del
manganello. Si en la actividad
legislativa del Parlament se advierte, al través del descuido consciente de las
formas, un tenue olor a xenofobia, en las propuestas de la ANC y en su negación
cerrada de la diversidad como valor civil, se aprecia un delicado esbozo de
fascismo en potencia.