miércoles, 2 de agosto de 2017

UN CUENTO DE LA BUENA PIPA


Este es el post 1001 de Punto y Contrapunto, y el homenaje es obligado: lo dedico a la princesa Sherezade, que supo entretener al sultán con otros tantos cuentos de la buena pipa. El sultán tenía la viciosa costumbre de casarse todos los días a media tarde y decapitar a su esposa al amanecer después de la primera noche. El día siguiente volvía a buscar novia y repetía sin falta la misma maniobra. Sherezade consiguió, al llegar su turno, engancharlo a un relato que se enredaba de noche en noche como las cerezas, y así no solo salvó su propio cuello, sino el de mil potenciales compañeras más en la desgracia. Y además hizo recapacitar a su amo y señor en que la vía de progreso en la que andaba obcecado no era sostenible, de modo que a fin de cuentas fue todo el pueblo – la ciudadanía, diríamos ahora – el que salió beneficiado del trance.
En honor de Sherezade voy a contar aquí lo que ocurrió el 16 de septiembre de 1992. Ese día cumplí los 48 años, pero el dato es irrelevante para lo que quiero contar. John Major había desbancado al frente del gobierno británico a su colega de partido Margaret Thatcher. En Estados Unidos George Bush Sr vivía los coletazos postreros de su mandato, y Bill Clinton avizoraba ya la victoria para noviembre. En Alemania gobernaba Helmut Kohl, y en Francia François Mitterrand. En España Felipe González apenas empezaba a sufrir los primeros síntomas de la fuerte marejada que le llevaría a la “dulce derrota” de 1996.
No era un momento político “hueco”, por consiguiente. No faltaba liderazgo en las mejores casas. La URSS se había derrumbado de forma espectacular el año anterior, sin embargo, e Internet aún estaba pendiente de su aparición en el dominio público.
Thatcher había aceptado la inclusión de Gran Bretaña en el Sistema Monetario Europeo (SME), lo que vinculaba el valor de la libra al del marco alemán. La City, el centro financiero, respaldó la maniobra desde el convencimiento de que haría descender la inflación y beneficiaría la balanza de pagos. Todo ello era razonable, pero desde un paradigma ya desfasado. El país sufría en aquel momento un doble déficit: en la contabilidad del gobierno de un lado, y en la balanza de pagos además.
El 16 de septiembre, George Soros, seguido rápidamente por otros especuladores y por varios bancos y fondos de pensiones, empezó a vender libras esterlinas, en una apuesta porque Gran Bretaña no podría mantenerse en los límites económicos marcados por el SME. La tormenta se desarrolló a una velocidad inédita: el Banco de Inglaterra intentó conjurarla gastando dos mil millones de libras de sus reservas por hora, para apuntalar su divisa. Quince mil millones en tan solo un día, mientras los tipos de interés subían del 10 al 15 por ciento. Todo en vano.
Lo cuenta Owen Jones en El Establishment (Seix Barral, Barcelona 2015, pp. 378-79. Traductor, Javier Calvo). En palabras del entonces secretario del Interior, «No teníamos poder. Los mercados y los acontecimientos habían asumido el control. A medida que el día avanzaba, fue quedando claro que no éramos más que restos de un naufragio zarandeados por las corrientes.» Desde la trinchera opuesta, Mark Clark, un corredor de la City, se declaró «lleno de asombro al darse cuenta de que los mercados podían enfrentarse a un banco central y ganarle la batalla. No me lo podía creer.»
De alguna manera, es posible sostener que así empezó todo, que aquel 16 de septiembre marcó un antes y un después. La primera conclusión que sacó el mundo liberal fue que los gobiernos basaban sus políticas en ideas económicas desfasadas, y en cambio la sabiduría tenía su sede en la omnisciente autorregulación de los mercados. Esa convicción generó un optimismo exagerado, que se vino abajo después de la quiebra de Lehman Brothers, dieciséis años después y ya con un escalón tecnológico por encima. Tampoco el imperio de los mercados financieros era la panacea.
Ahí seguimos. La historia de Simbad el Marino aún no ha concluido; quedan muchos capítulos por contar. Mil y una noches más, si la princesa Sherezade nos da fuerzas a sus leales seguidores.