Escribí hace algunos
días un post bastante intuitivo que albergaba la propuesta de unos pactos de
oposición para las infraestructuras (1). José Luis López Bulla me contestó desde
su bitácora con un educado “eso, ¿cómo se come?” (2). Me siento en deuda con él
y, seguramente, con un puñado de lectores desconcertados por lo que tiene todo
el aire de ser un brote extemporáneo de voluntarismo. Me explico con más
pormenor, entonces.
1.
Recuperando las bellas tradiciones
Nunca hubo una
oposición mejor, más sabia, más constructiva y más influyente que la del PCI en
los años de la secretaría de Luigi Longo. Lo elijo a él en particular porque el
carisma de Togliatti y de Berlinguer “personalizó” de algún modo las propuestas
colectivas; Longo fue en cambio un capitán ejemplar de equipo, el hombre que exigía
que cada iniciativa, cada enmienda parlamentaria, cada acusación concreta a la
ineficacia y el despilfarro del pentapartito se apoyaran en datos sólidos y en
estudios exhaustivos. Ni una sola concesión a la demagogia. Nunca se celebraron
tantos simposios, encuentros, jornadas de estudio, etc., a todos los niveles;
nunca se elaboraron tantas ponencias, tantos informes, tantas investigaciones
técnicas; nunca se trabajó tanto colectivamente, así en la elaboración misma del
proyecto político como en su “explicación”, en su difusión y popularización,
por encima de las personas que lo encarnaban; es decir, por encima de un
liderazgo que vino a polarizarse artificiosamente en amendolianos e ingraianos,
a pesar incluso de la voluntad de los dos presuntos jefes de fila.
El PCI de Luigi Longo
(3) nunca se planteó las cosas en el estilo “lo primero es echar a la DC y sus
aliados del gobierno; luego, ya veremos qué es lo que hacemos.” Acudió con
alegría a las citas electorales y arrancó en cada una de ellas nuevas porciones
de poder local y regional; pero lo hizo a través de un aluvión de propuestas de
cambio sostenidas de forma coherente en todos los niveles del país y de su
administración, basadas en dos grandes ejes prioritarios: el fortalecimiento
del Estado frente al poder de los monopolios, y la promoción de reformas de
estructura tendentes a democratizar las relaciones económicas.
Corrían los años
sesenta, una década de prosperidad y afluencia. Pero no era el desarrollo en
sí, sino el “modelo” de desarrollo lo que preocupaba a los comunistas
italianos; y también el “modelo” de Estado del bienestar, algo que nunca ha
sido un bloque homogéneo y trasplantable
de una a otra latitud sin merma de su calidad intrínseca. Desde el
recuerdo lejano, hoy tienden a simplificarse las cosas. Italia nunca tuvo el
mismo Estado social que Suecia, como España no tuvo el mismo que Italia. No era
ni siquiera concebible un modelo común; en cada lugar la historia, la tradición
y la correlación de fuerzas imponían pautas propias. Tampoco hoy basta con
reclamar: “¡Queremos un Estado del bienestar!” Porque no se venden
prefabricados. Hay que trabajarse el invento.
2.
Trabajando el invento
En ese trasfondo
situaba yo mentalmente mi arrebato del otro día. Al constatar, no ya la baja
calidad del gobierno de la nación, sino la baja calidad de la oposición,
considerada en bloque. Aquí la forma normal de incidencia intra/extra
parlamentaria es el zasca mediante un tuit. Si se consigue un número elevado de
“me gusta”, se empieza a soñar ya con una mayoría holgada de escaños. Convendría
apartarse del escaparate y trabajar más en el taller de corte y confección.
Elaborar, primero; extender y popularizar la elaboración después, con una
insistencia menor en las efigies visualmente atractivas de las/los líderes del
cotarro. La democracia no es un concurso de belleza.
Puestos a entrar en
el fondo insondable de la reforma de las estructuras, mi idea era acudir en
primer lugar a lo urgente, a lo puntual incluso, pero desde una lógica de
corredor de fondo. Dar unos primeros pasos en la carrera de obstáculos, con la
intención de no perder comba, claro, pero también de acumular fuerzas que poder
luego invertir de forma sensata a lo largo de un recorrido forzosamente largo. Todo lo cual, quede
claro, no es la emanación de una consigna forjada colectivamente, sino la
expresión de una opinión individual. Como el sembrador evangélico, me limito a
arrojar a voleo la semilla, sin mirar si caerá en el pedregal, entre las zarzas
o en tierra abonada.
3.
Coordinando las políticas
La realidad
indisimulable de las cosas como son, sumada a unos acuerdos internacionales de
lucha contra el cambio climático que han señalado objetivos muy concretos y
cuantificables a los Estados firmantes (España entre ellos), impone un cambio
de modelo energético en favor de fuentes limpias y no contaminantes. Es un
primer tema en el que la oposición puede apretar al gobierno inmovilista de Rajoy,
que prefiere a todas luces hacerse el longuis y conservar el dividendo en lugar
de conservar el medio ambiente. Este es un punto en el que el interés del bien
común se confronta con el interés de los monopolios: un terreno de pugna
característico. Es imperdonable que los intereses de los lobistas prevalezcan
sobre los del procomún. Por mucho que Felipe, consejero de Gas Natural, y
Josemari, de Endesa, nos den matraca con Venezuela. No ahí, sino aquí, queremos
comprometerles.
Un gran pacto de
oposición sobre el modelo energético no desalojaría a Rajoy, pero sí le
forzaría la mano en el sentido conveniente. Parece fácil llegar a acuerdos
sensatos entre las tres principales fuerzas parlamentarias que no son el PP. Habrán de ser,
sin embargo, acuerdos resultantes de estudios solventes, sujetos a una
elaboración cuidadosa y explicados de forma adecuada a la ciudadanía, que habrá
de dar su respaldo más o menos explícito. Se trata de hacer crecer la
democracia, no de sustituirla.
La instalación
masiva de fuentes de energía no contaminantes distribuidas de forma racional en
el territorio traería otra bendición aneja, la de crear puestos de trabajo
cualificados. La educación en este país viene siendo una variable
independiente, un engranaje que rueda por libre. Las aulas escolares,
universitarias y de FP vuelcan cada año una nueva promoción en el vacío. El
mercado de trabajo es impermeable a la solicitación de los saberes. Una parte
del mal reside en la inadecuación de los planes de enseñanza a las necesidades que
plantea el nuevo paradigma productivo. Esto es algo que debe cambiar con
urgencia. Un primer paso, incluible en ese pacto de oposición soñado, sería la
preparación de especialistas en la instalación, la gestión y el mantenimiento
de las nuevas fuentes energéticas limpias que va a ser necesario crear.
A la segunda dificultad
que obstruye la fluidez del paso de la escuela a la empresa dedico el último
titular en gerundio de mi perorata.
4. Aflorando
el lumpen empresariado
La empresa es
impermeable a los saberes. Esta afirmación es genérica, falsa e injusta para
muchos empresarios; pero mayoritariamente exacta. Basta ver el número de empresas
censadas en España (en este blog se ha echado en alguna ocasión la cuenta),
acogidas a la benevolencia del impuesto de sociedades. La relación laboral pura
y dura se oculta con tapujos. El último, la “colaboración”. La economía
colaborativa es el estandarte de una nueva esclavitud en la que todos los
derechos están de un lado y todas las obligaciones y los riesgos del otro. También
en las ETT y las llamadas empresas multiservicios se tiende a convertir en “socios”
a trabajadores subordinados hasta profundidades abismales. De esta forma, la
lumpen empresa se ahorra la cotización a la Seguridad social, y arroja sobre el
trabajador la carga de la prevención de riesgos de enfermedad y accidente, además
de privarle para el futuro de la percepción de una pensión que retribuya los
años de actividad productiva. Cuestiones en el candelero como la Renta Básica
Universal dejan este flanco al descubierto: si no se vigila todo el proceso de
negociación, pueden desembocar en modelos de prevención “de mínimos” a cargo
del Estado, exonerando de forma definitiva al empresario de las
responsabilidades que son inalienables a su figura. El empresario tendría así
el mando omnímodo e indiscutido sobre sus subordinados, pero ninguna
responsabilidad relacionada con la seguridad, salud o permanencia en el puesto
de todos ellos.
Un primer objetivo de
cara a una reforma laboral que debería tener a la larga muchos más bemoles,
sería así el de extender los derechos y las obligaciones recíprocos derivados
de la relación laboral (incluido, por supuesto, el derecho a la negociación
colectiva) a todos los sectores “nuevos” de trabajadores desamparados por la
aparición vistosa y flambuayante de este neo lumpen emprendimiento, que se
asienta en un vacío legal fácil de remediar.
Fácil de remediar...
con una voluntad política inequívoca, y con el auxilio inapreciable del
iuslaboralismo, que sabe a la perfección de qué pie cojea el mercado laboral
desregulado.
Si no lo remediamos
entre todos, no llegaremos a ninguna parte.
(3) Cf. Alexander
Höbel, Il PCI di Luigi Longo (1964-1969).
Edizioni Scientifiche Italiane, 2010.