Una de tantas
operaciones subterráneas y clandestinas emprendidas desde el ministerio del
Interior español ha sido la de propiciar el aislamiento completo de la policía
autonómica catalana de toda la información sensible (“inteligencia” se la
llama, forzando un poco el campo semántico) sobre el terrorismo, así en el
campo estatal como en el foráneo. El gobierno habría querido llegar bastante
más allá por ese camino, pero la Constitución, plantada como un gigantesco
bolardo en mitad de sus alambicadas operaciones, le ha obligado a echar el
freno en la intención de reducir a los mossos
d’esquadra a la mínima expresión. De sus intenciones últimas da prueba una
argumentación del anterior ministro, el beato Jorge Fernández Díaz, en 2015: «La
lucha y la política antiterrorista debe ser de Estado, y no se puede dejar en
manos de los que no tienen el más mínimo sentido de Estado.»
La consecuencia es
que los mossos, desprovistos como
están del más mínimo sentido de Estado, han acaparado todos los laureles en el
reciente asunto de los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils. El
aislamiento consciente, la desconexión estratégica llevada a cabo por la cúpula
policial, han tenido un efecto de boomerang. El nuevo ministro, Juan Ignacio Zoido,
declaró a destiempo que la célula yihadista había sido desarticulada, y los mossos hubieron de salir al paso
recordando que todavía no se había localizado al conductor de la furgoneta ni se
conocía el paradero del imán de Ripoll.
La intervención de
Zoido en todo el asunto ha sido de vergüenza ajena, pero es posible que a fin
de cuentas sea él quien se cuelgue las medallas. Desde el Estado y desde los
medios afines se están haciendo esfuerzos consistentes para minimizar el éxito
de la policía catalana y atribuir el mérito principal de la operación a
personas y estamentos con sentido de Estado, que no las han olido siquiera, o,
en su defecto, a alguna Virgen veneranda, siempre y cuando no sea la de
Montserrat, ni la de Nuria, ni la tortosina Virgen de la Cinta.
Juan Cruz ha etiquetado,
en un artículo en elpais, el zurriburdi que se ha generado con el titular de aquel
“Celtiberia Show” que gestionó en tiempos Luis Carandell. Nunca debió llegarse
a esta situación, ni por parte del Govern catalán, empeñado en obtener ventajas
tácticas que poder utilizar en el proceso de secesión, ni mucho menos por parte
de quienes alardean de que ellos SÍ tienen sentido de Estado. De alcantarillas
de Estado, en todo caso, confrontadas en una guerra sucia sin sentido con una
parte sustancial del propio Estado, que no incluye solo a políticos separatistas
de colmillo retorcido y a cuerpos de policía potencialmente desafectos, sino a una
población civil meritísima formada por varios millones de personas que reclamamos
del Estado (del existente, luego el responsable último; no hay otro, que se
sepa) en todos los tonos paz, prosperidad, protección, prevención y seguridad
jurídica.
Probablemente sea
demasiado pedir, en Celtiberia, a estas alturas del siglo XXI.