El otro
prisionero de Zenda, capítulo 3 (*)
Tardé unos segundos
en percibir que la candidata frustrada a la presidencia estaba siendo víctima
de un ataque de nervios. La pantalla del televisor estaba encendida, y en ella la
CNN daba en bucle el momento de la bendición papal a un Donald Trump (yo)
reverente. El locutor decía, seguramente por decimoquinta vez, que la
entrevista, cordialísima, había durado más allá de la hora y tres cuartos, y
que de la lectura de los labios del pontífice en el momento de la bendición, hecha
por expertos internacionales rigurosamente independientes, se deducía que las
palabras murmuradas por Francisco habían sido “Exultans jubilabit Deus in
excelsis”, a lo cual Trump (yo) había respondido en tono audible “Amén”. Se apuntaba
off the record, como variable a
considerar, a una eventual conversión inminente del presidente yanqui al
catolicismo, con la consiguiente ruina de la mayoría republicana evangélica en
el Senado.
Hillary tenía su
mirada fija clavada en mí; en la comisura de su boca abierta se entreveía un
hilillo de espuma; los ojos llameaban.
– Impostor,
falsario, sátrapa, filibustero, macarra, zuavo…
No detallo los
calificativos que siguieron a esta ristra, porque dejaría en mal lugar a una
dama, cosa que no entra en mis costumbres.
– Escuche, señora
Clinton, no sé a qué demonios está jugando… – empezó a amonestarla Sapt. Ella
lo interrumpió.
– Llámeme Wonder
Woman. He desechado mi nombre de casada desde que pasé a la clandestinidad.
– El caso, mi
querida WW – condescendió Freddy –, es que nos gustaría saber dónde está el
presidente. ¿Se ha refugiado en el baño ante su inesperada visita?
Wonder Hillary prorrumpió
en sollozos. De sus palabras entrecortadas conseguimos extraer algunos hechos
esenciales para la comprensión de la situación a la que nos veíamos todos
abocados: 1, El complejo militar-industrial estadounidense había percibido el
peligro de que el papado, considerado en los ratings de Standard & Poor
como la compañía transnacional más aglutinadora de consenso en el mundo, tal
vez solo superada en ese aspecto por CocaCola Inc., bendijera el mandato de un
presidente cuyo impeachment se estaba
intentando conseguir por todos los medios legales y extralegales. 2, Para
impedir la conjunción prevista de los dos enemigos públicos, se destacó a un
comando con instrucciones precisas para secuestrar a Trump en su hotel romano
antes del encuentro programado con el líder papista. A continuación, y entrados
ya en las vías de hecho, el comando debía arreglárselas para forzar a Trump a
dimitir ipso facto de todos sus cargos, por escrito, rubricado ante notario. El
vicepresidente Pence asumiría el mando y nombraría a Clinton secretaria de
Estado. 3, La propia Clinton, afectada desde el noviembre anterior por una
ansiedad característica conocida entre los psiquiatras de élite como “mono
de mando”, se había sumado a la operación para supervisar los acontecimientos de
cerca y desde dentro. 4, La operación había estado a pique de fracasar debido a
que en ningún momento tuvieron en cuenta sus programadores la densidad del
tráfico romano en los alrededores de Via Veneto. 5, En cualquier caso, y a
pesar de un considerable retraso en el timing
previsto, en el momento de la irrupción del comando en el hotel Trump se
encontraba aún en su suite, en soledad completa; las contramedidas para anular
la vigilancia del equipo de seguridad funcionaron, y el secuestro tuvo lugar
con pleno éxito. 6, El presidente estaba siendo conducido en esos momentos a un
lugar secreto solo conocido por una supercomputadora que había seleccionado
136.000 escondites posibles y elegido uno por el procedimiento de la
randomización. Era inútil, por consiguiente, que hiciéramos preguntas al respecto.
7, La aparición en todas las cadenas de televisión de la entrevista en la
cumbre del líder papista con el presidente Trump (yo), dejaba en entredicho
todos los objetivos señalados por los promotores de la definida en clave como
Operación Pelo de Zanahoria. Una Wonder Woman presa de la angustia se
preguntaba en las presentes y enojosas circunstancias qué hacer a continuación.
– Charlemos –
sugerí yo –. Tome asiento y discutamos con calma las perspectivas.
– Solos tú y yo –
me respondió Wonder –. Fuera esos dos – y señaló a Sapt y a Freddy.
Los dos
protestaron. “No corra el riesgo de quedarse a solas con ella”, me insistió en
especial el viejo Sapt. “Esta zorra es peor que un virus troyano”.
Llegamos entre
todos a un acuerdo de caballeros. Freddy me pasó su arma automática, y Sapt y
él salieron al pasillo aunque se mantuvieron pendientes de cualquier ruido
extraño que viniera del interior de la suite. Al cerrarse la puerta del pasillo,
Wonder Woman se relajó visiblemente y me dirigió una sonrisa que no olvidaré
nunca: una sonrisa dulce, inocente, límpida y al mismo tiempo llena de promesas
inexpresadas. El tipo de sonrisa que habría dirigido a su papá después de
romper un plato una de esas niñitas de los anuncios de la tele que jamás han
roto un plato.
– Escuche, no sé
quién es usted ni qué papel juega en esta comedia, pero no me cabe duda de que
es un profesional, y de que está al corriente, tanto de los riesgos, como de
las recompensas previsibles. Hagámoslo del modo siguiente: usted se mantiene en
la piel del presidente Trump, concluye su gira, regresa a Washington. Mis
amigos y yo no plantearemos ningún problema. Será usted en todo caso una opción
presidencial muy preferible a la persona actualmente en el cargo, y tiene
grandes probabilidades de resultar mejor también que el vicepresidente Pence.
Solo le pido colaboración amistosa en el resto del mandato, y mi nombramiento inmediato
como secretaria de Estado.
– ¿No prefiere la vicepresidencia?
– pregunté, solo por curiosidad.
– ¿Me está tendiendo
una trampa? ¡Claro que no! Secretaria de Estado, o no hay trato. En los
próximos comicios puede usted presentarse a la reelección, si la experiencia
le ha gustado, o retirarse discretamente a la vida privada. Respetaremos su
elección. Remuneraremos de forma adecuada sus servicios.
– ¿Y el verdadero
Trump?
– Sufrirá un
accidente irreversible en un término máximo de veinticuatro horas después de
que usted haya firmado mi nombramiento para la secretaría de Estado. Allí donde
se está dirigiendo, no hay peligro de que su óbito cause un gran revuelo
mediático.
– ¿Dónde está ese
lugar, a propósito?
Me repitió lo de la
supercomputadora y la randomización y le contesté que la trola no colaba.
Sonrió con picardía y travesura infinitas, y me guiñó un ojo. El derecho.
– Vamos a llevarnos
bien, ¿verdad?
– Oh sí, muy bien –
aseguré, poniendo mi mejor cara de honestidad perfecta.
– Te cuento otro
rato dónde tenemos previsto guardar a Donald. Un sitio de postal, entre
montañas, a orillas de un lago. Pero antes tú y yo hemos de hablar de negocios.
Me tienes que firmar unos papeles que llevo aquí…
Mi intuición no me
falló. Cuando en lugar de los papeles sacó del bolso un revólver con empuñadura
de nácar, yo saltaba ya para parapetarme detrás del sofá. Disparó tres veces en
rápida sucesión. La lámpara colocada sobre la mesita saltó hecha añicos. La
puerta del pasillo se abrió de golpe e irrumpieron Freddy y Sapt. Yo tenía en
la mano el arma de Freddy, pero no se me ocurrió en ese momento nada sensato que
pudiera hacer con ella. Wonder se plantó en dos zancadas junto al ventanal, se
encaramó al pretil y se dejó caer al vacío exterior. Aquel punto también estaba
previsto como eventualidad operativa, porque aterrizó sobre un gran toldo
colocado junto a la marquesina de la entrada, se deslizó hasta el borde y desde
allí se dejó caer a horcajadas sobre una moto de gran cilindrada aparcada en la
acera. En un segundo desaparecía en medio del denso tráfico, libre, audaz y
desprejuiciada, acariciándose, eso sí, suavemente la nalga derecha. El batacazo
en la rabadilla al caer de aquel modo sobre la moto tuvo que ser considerable,
y Hillary ya hace tiempo que ha dejado de ser una niña.
(*) Los dos
primeros capítulos de la historia son accesibles respectivamente en http://vamosapollas.blogspot.com.es/2017/08/cabello-de-angela.html
y http://vamosapollas.blogspot.com.es/2017/08/hablando-de-dios-aproximadamente.html