domingo, 6 de agosto de 2017

UNA PROPOSICIÓN DESHONESTA


El otro prisionero de Zenda, capítulo 3 (*)

Tardé unos segundos en percibir que la candidata frustrada a la presidencia estaba siendo víctima de un ataque de nervios. La pantalla del televisor estaba encendida, y en ella la CNN daba en bucle el momento de la bendición papal a un Donald Trump (yo) reverente. El locutor decía, seguramente por decimoquinta vez, que la entrevista, cordialísima, había durado más allá de la hora y tres cuartos, y que de la lectura de los labios del pontífice en el momento de la bendición, hecha por expertos internacionales rigurosamente independientes, se deducía que las palabras murmuradas por Francisco habían sido “Exultans jubilabit Deus in excelsis”, a lo cual Trump (yo) había respondido en tono audible “Amén”. Se apuntaba off the record, como variable a considerar, a una eventual conversión inminente del presidente yanqui al catolicismo, con la consiguiente ruina de la mayoría republicana evangélica en el Senado.
Hillary tenía su mirada fija clavada en mí; en la comisura de su boca abierta se entreveía un hilillo de espuma; los ojos llameaban.
– Impostor, falsario, sátrapa, filibustero, macarra, zuavo…
No detallo los calificativos que siguieron a esta ristra, porque dejaría en mal lugar a una dama, cosa que no entra en mis costumbres.
– Escuche, señora Clinton, no sé a qué demonios está jugando… – empezó a amonestarla Sapt. Ella lo interrumpió.
– Llámeme Wonder Woman. He desechado mi nombre de casada desde que pasé a la clandestinidad.
– El caso, mi querida WW – condescendió Freddy –, es que nos gustaría saber dónde está el presidente. ¿Se ha refugiado en el baño ante su inesperada visita?
Wonder Hillary prorrumpió en sollozos. De sus palabras entrecortadas conseguimos extraer algunos hechos esenciales para la comprensión de la situación a la que nos veíamos todos abocados: 1, El complejo militar-industrial estadounidense había percibido el peligro de que el papado, considerado en los ratings de Standard & Poor como la compañía transnacional más aglutinadora de consenso en el mundo, tal vez solo superada en ese aspecto por CocaCola Inc., bendijera el mandato de un presidente cuyo impeachment se estaba intentando conseguir por todos los medios legales y extralegales. 2, Para impedir la conjunción prevista de los dos enemigos públicos, se destacó a un comando con instrucciones precisas para secuestrar a Trump en su hotel romano antes del encuentro programado con el líder papista. A continuación, y entrados ya en las vías de hecho, el comando debía arreglárselas para forzar a Trump a dimitir ipso facto de todos sus cargos, por escrito, rubricado ante notario. El vicepresidente Pence asumiría el mando y nombraría a Clinton secretaria de Estado. 3, La propia Clinton, afectada desde el noviembre anterior por una ansiedad característica conocida entre los psiquiatras de élite como “mono de mando”, se había sumado a la operación para supervisar los acontecimientos de cerca y desde dentro. 4, La operación había estado a pique de fracasar debido a que en ningún momento tuvieron en cuenta sus programadores la densidad del tráfico romano en los alrededores de Via Veneto. 5, En cualquier caso, y a pesar de un considerable retraso en el timing previsto, en el momento de la irrupción del comando en el hotel Trump se encontraba aún en su suite, en soledad completa; las contramedidas para anular la vigilancia del equipo de seguridad funcionaron, y el secuestro tuvo lugar con pleno éxito. 6, El presidente estaba siendo conducido en esos momentos a un lugar secreto solo conocido por una supercomputadora que había seleccionado 136.000 escondites posibles y elegido uno por el procedimiento de la randomización. Era inútil, por consiguiente, que hiciéramos preguntas al respecto. 7, La aparición en todas las cadenas de televisión de la entrevista en la cumbre del líder papista con el presidente Trump (yo), dejaba en entredicho todos los objetivos señalados por los promotores de la definida en clave como Operación Pelo de Zanahoria. Una Wonder Woman presa de la angustia se preguntaba en las presentes y enojosas circunstancias qué hacer a continuación.
– Charlemos – sugerí yo –. Tome asiento y discutamos con calma las perspectivas.
– Solos tú y yo – me respondió Wonder ­–. Fuera esos dos – y señaló a Sapt y a Freddy.
Los dos protestaron. “No corra el riesgo de quedarse a solas con ella”, me insistió en especial el viejo Sapt. “Esta zorra es peor que un virus troyano”.
Llegamos entre todos a un acuerdo de caballeros. Freddy me pasó su arma automática, y Sapt y él salieron al pasillo aunque se mantuvieron pendientes de cualquier ruido extraño que viniera del interior de la suite. Al cerrarse la puerta del pasillo, Wonder Woman se relajó visiblemente y me dirigió una sonrisa que no olvidaré nunca: una sonrisa dulce, inocente, límpida y al mismo tiempo llena de promesas inexpresadas. El tipo de sonrisa que habría dirigido a su papá después de romper un plato una de esas niñitas de los anuncios de la tele que jamás han roto un plato.
– Escuche, no sé quién es usted ni qué papel juega en esta comedia, pero no me cabe duda de que es un profesional, y de que está al corriente, tanto de los riesgos, como de las recompensas previsibles. Hagámoslo del modo siguiente: usted se mantiene en la piel del presidente Trump, concluye su gira, regresa a Washington. Mis amigos y yo no plantearemos ningún problema. Será usted en todo caso una opción presidencial muy preferible a la persona actualmente en el cargo, y tiene grandes probabilidades de resultar mejor también que el vicepresidente Pence. Solo le pido colaboración amistosa en el resto del mandato, y mi nombramiento inmediato como secretaria de Estado.
– ¿No prefiere la vicepresidencia? – pregunté, solo por curiosidad.
– ¿Me está tendiendo una trampa? ¡Claro que no! Secretaria de Estado, o no hay trato. En los próximos comicios puede usted presentarse a la reelección, si la experiencia le ha gustado, o retirarse discretamente a la vida privada. Respetaremos su elección. Remuneraremos de forma adecuada sus servicios.
– ¿Y el verdadero Trump?
– Sufrirá un accidente irreversible en un término máximo de veinticuatro horas después de que usted haya firmado mi nombramiento para la secretaría de Estado. Allí donde se está dirigiendo, no hay peligro de que su óbito cause un gran revuelo mediático.
– ¿Dónde está ese lugar, a propósito?
Me repitió lo de la supercomputadora y la randomización y le contesté que la trola no colaba. Sonrió con picardía y travesura infinitas, y me guiñó un ojo. El derecho.
– Vamos a llevarnos bien, ¿verdad?
– Oh sí, muy bien – aseguré, poniendo mi mejor cara de honestidad perfecta.
– Te cuento otro rato dónde tenemos previsto guardar a Donald. Un sitio de postal, entre montañas, a orillas de un lago. Pero antes tú y yo hemos de hablar de negocios. Me tienes que firmar unos papeles que llevo aquí…
Mi intuición no me falló. Cuando en lugar de los papeles sacó del bolso un revólver con empuñadura de nácar, yo saltaba ya para parapetarme detrás del sofá. Disparó tres veces en rápida sucesión. La lámpara colocada sobre la mesita saltó hecha añicos. La puerta del pasillo se abrió de golpe e irrumpieron Freddy y Sapt. Yo tenía en la mano el arma de Freddy, pero no se me ocurrió en ese momento nada sensato que pudiera hacer con ella. Wonder se plantó en dos zancadas junto al ventanal, se encaramó al pretil y se dejó caer al vacío exterior. Aquel punto también estaba previsto como eventualidad operativa, porque aterrizó sobre un gran toldo colocado junto a la marquesina de la entrada, se deslizó hasta el borde y desde allí se dejó caer a horcajadas sobre una moto de gran cilindrada aparcada en la acera. En un segundo desaparecía en medio del denso tráfico, libre, audaz y desprejuiciada, acariciándose, eso sí, suavemente la nalga derecha. El batacazo en la rabadilla al caer de aquel modo sobre la moto tuvo que ser considerable, y Hillary ya hace tiempo que ha dejado de ser una niña.