sábado, 19 de agosto de 2017

EL SUEÑO DE LA RAZÓN


Tengo en mente, incluso en un primer borrador, una “exposición de motivos” de la propuesta azarosa que lancé hace días (cuantitativamente, pocos; cualitativamente, una eternidad) en torno a un posible pacto de oposición sobre temas de infraestructuras, a saber: producción energética, producción de saberes (la educación) y empoderamiento de la fuerza de trabajo en lo que toca a las relaciones laborales. José Luis López Bulla respondió generosamente a mi provocación con algunas observaciones acertadas, y vino a pedirme menos concisión y más precisión en mis argumentos (1). Cosa que es muy razonable pedir, y que podría enredarnos a los dos una vez más – y van tantas – en un debate nada académico sino jugoso y razonable por estar anclado en experiencias vividas, y no en argumentos de autoridades, sean estas Tomás de Aquino o la señora Chantal Mouffe.
Quédese para mañana. Hoy atiendo de urgencia a algunos monstruos que derivan, como apuntó don Francisco de Goya, del “sueño de la razón”. Ha habido serios esfuerzos, desde editorialistas sesudos hasta trolls, para conectar el atentado de la Rambla con los avatares del procès. No vale la pena detenernos en ellos; son un mero descarrilamiento de neuronas. La maldad particular de los secesionistas catalanes habría sido causa de que la providencia divina permitiera el atentado yihadista. Algo sostenible solo mediante la refinada manipulación de la lógica que sostuvo hace una docena de años que las muertes de Atocha habían sido promovidas desde la sombra por un ZetaPe ansioso de suceder a Josemari en el poder de atar y de desatar en el país. Todo se reduce a una especie de teología de andar por casa, o de saga del tipo Juego de Tronos visionada desde el inodoro.
Un tertuliano habitual ha dado la nota original relacionando el atentado con la “turismofobia”, y ha señalado que la furgoneta en la Rambla vendría a ser el sueño húmedo de las CUP en su reciente campaña contra el turismo.
Hay formas más elegantes de relacionar el culo con las témporas. Esta interpretación, como las anteriores, se niega a visualizar cadenas causales y aísla el acontecimiento como un caso único y peculiar, sin tener en cuenta que lo mismo que se ha hecho aquí se hizo antes en Niza, y que antes se encontraron otros medios para atentar en Nueva York, en Madrid, en Bruselas, en Estambul, en Londres y aun en otros lugares sin relación con el procès ni con la afluencia turística. No hay turismofobia en quienes atentan; sí hay catalanofobia en quien lo comenta.
Desde la otra orilla, es decir desde el procès hacia afuera, se ha distinguido un (al parecer) historiador que ha incluido a Antonio Machado en una lista de personalidades “anticatalanas” indignas de dar nombre a una calle en Sabadell. No quiero ni pensar en lo que diría el citado profesor de Dante Alighieri, que habló ¡en verso! de “l’avara povertà dei catalani”. Todo deriva de la convicción de que “nosotros”, en tanto que pueblo, raza, género, etc., somos la hostia, y que esa realidad es indiscutible por más que individualmente lo que más nos distingue sea poseer ideas muy escasas, pero muy fijas. En tiempos, en Euskadi, hubo quien declaró persona non grata al poeta Gabriel Celaya porque no apoyaba con suficiente empeño las tesis abertzales, y quien cuestionó a Agustín Ibarrola vandalizando el bosque de Oma, amorosamente pintado por el artista para crear un espacio mágico único en el mundo.  
El sueño de la razón engendra estos monstruos.