domingo, 6 de agosto de 2017

RUMBO A ZENDA


El otro prisionero de Zenda, capítulo 4 (*)
Oír silbar las balas en los oídos no predispone a un humor juguetón, y la situación en la que nos encontrábamos era de lo más desairada. Conté toda la conversación con Hillary a mis amigos e insistí en que, a menos que ella me hubiese mentido, Trump había sido llevado, o estaba siendo llevado en esos momentos, a un lugar idílico entre montañas y a orillas de un lago. No era mucho, pero por ahí había que empezar a investigar.
– Bueno, no es en el Sahara, podía haber sido peor – ironizó Sapt, de un humor tétrico. Freddy fue a avisar a Recepción del hotel de que los tiros se habían debido a un ejercicio deportivo del señor Trump, y que se pagarían generosamente los desperfectos. Luego se enredó en una larguísima charla, smartphone mediante, con sus superiores en Langley.
Mi propio móvil dio señales de vida en ese momento. Estaba entrando un largo SMS. Era de Putin. Leí:
“Vladimir saluda a su gran amigo Paco Rodríguez. Paz y fraternidad entre los pueblos. El vergonzoso atentado de la corrupta clique financiero-militar estadounidense contra un gran estadista amigo de la distensión en el mundo, acabará sumido en el fracaso estrepitoso que merece. Mis servicios me alertan de que Donald Trump, a pesar de la conmoción sufrida, está vivo y con buena salud. Ha sido llevado del hotel a una base aérea de la OTAN, y conducido desde allí en helicóptero militar hasta Ruritania, pequeño país balcánico que ha recuperado su independencia en fecha reciente, solo para caer en las garras del imperialismo de Wall Street. Imágenes muy precisas emitidas por satélite indican que un automóvil blindado, de color negro, con lunas oscurecidas, ha trasladado al señor Trump desde el aeropuerto de Strelsau hasta el puente levadizo del castillo de Zenda, a orillas del lago de Zenda. Envío a ese lugar de inmediato a mi mejor agente, con el fin de coadyuvar a la liberación del prisionero. Usted, Paco Rodríguez, conoce ya a Józef K. Él se encargará de activar el contacto si el curso de los acontecimientos lo aconseja. Quebraremos juntos en fraternidad indestructible las gruesas cadenas del imperialismo yanqui asesino. Salud y amistad eterna.”
– Está en el castillo de Zenda – dije escuetamente a Sapt y Freddy. Mi sexto sentido me llevó a callar por el momento los demás pormenores del mensaje.
– ¿Por qué Zenda? ­– se preguntó Sapt.
Freddy aventuró una explicación de orden estratégico-psicológico.
– Bueno, cuando se emprende una acción subversiva, todo el orden previo constituido queda subvertido también, de modo que es normal que se elija un escondite que empiece por la última letra del abecedario.
– Ah – fue el escueto comentario de Sapt y mío.
Mientras tanto, mi entrevista con el papa Francisco había generado una conmoción de características mundiales. Dimos por terminada la gira de buena voluntad, pero en los cinco días siguientes protagonicé un total de quince ruedas de prensa en quince ciudades distintas, en las que expuse en líneas generales la intensa impresión que me había producido la refinada espiritualidad de un hombre sencillo como el papa Francisco. Reconocí haber bebido un martini con tónica durante la entrevista, aunque apunté que habría preferido una cocacola; y definí Italia como un país pequeño y lleno de ruinas, pero que en otros aspectos no estaba tan mal. Cuando me preguntaron por el porvenir de la Unión Europea, puse cara inocente y pregunté a mi vez: “¿Porvenir? ¿Qué es eso?” Mi salida de tono fue muy celebrada por los valedores del Brexit, pero le sentó fatal a Merkel. Me mandó un mensaje encriptado y redactado en su peculiar español: “Situación delicadísima usted no empeore chistes sin gracia. Urgente actúe.” Recibí, en la cuenta de Trump desde luego, otros mensajes de destacados jefes de Estado y de gobierno, en aquellos días.
Theresa May: “Dales en las pelotas, Donald, machácalos.”
Emmanuel Macron: “Sueño europeo más grande, más vívido, más actual hoy, usted Donald no debe ignorar un horizonte radiante.”
Mariano Rajoy: “Sé fuerte, Donald.”
Me habrían divertido más aquellas interminables ruedas de preguntas de no haber sido por el temor de que cualquiera de los periodistas presentes me señalara con el dedo y me acusara de no ser Trump. Pero nadie lo hizo. Todos los corresponsales fueron de la opinión unánime, sin embargo, de que se me notaba muy cambiado después de mi larga charla espiritual con el papa Francisco.
Un mensaje de Hillary Clinton a Fred Tarlenheim vino de pronto a poner las cosas en su punto crítico exacto. «La impostura no debe alargarse más. El falso Trump declarará públicamente en un plazo de 48 horas su intención irrevocable de dimitir. Estamos abiertos a negociar las formas y las condiciones, no el fondo de la cuestión. El prisionero goza de buena salud; si todos obramos con sensatez esta historia acabará felizmente tanto para él como para el país. La pelota está en vuestro campo.» Indicaba a continuación una web segura para parlamentar.
Tuvimos una reunión seria los tres, y Freddy, el hombre de la CIA, resumió así las cosas:
– Nuestra única ventaja es que sabemos dónde está él, y ellos no saben que nosotros lo sabemos. La web segura es una patraña. Negociando no adelantaremos nada, no es momento para una guerra de posiciones. Nuestra única alternativa válida es asaltar frontalmente el castillo de Zenda.
– Adelante – se limitó a decir Sapt, hombre siempre de pocas palabras.
Emitimos un comunicado en el sentido de que Donald Trump necesitaba un lapso de descanso y reflexión, con vistas a adoptar una decisión personal grave de mucho calado, y que se disponía a llevar a cabo un retiro espiritual en un campo de golf. Se suspendieron todos los actos previstos para los dos días siguientes, y pusimos rumbo a Zenda respaldados por un pequeño grupo de especialistas. Bueno, especialistas… Me refiero a esos seres de pesadilla a los que los británicos llaman War Dogs.