Es ociosa la discusión de si Almudena Grandes
merece o no el título de hija predilecta de Madrid. Lo que sin duda no merece
es que la hayan metido, sin comerlo ni beberlo, en ese cambalache putrefacto
que canjeó el título honorífico a cambio de un presupuesto municipal. Oigan, es
ese presupuesto miserable lo que no se merece Madrid, una ciudad-comunidad con
el índice más bajo de España en gasto sanitario por habitante, y en la que hay
niños que son atropellados en marcha atrás cuando juegan en la acera delante
mismo de su colegio.
La culpa de lo que está ocurriendo en esta
etapa aciaga de la historia de la capital no la tiene el alcalde, no
personalicemos. El señor Almeida pregunta afanoso todas las mañanas por el
pinganillo, a los que mandan de verdad, qué es lo que quieren que haga o que no
haga; y luego cumple las órdenes a rajatabla, con el estilo inconfundible del
buen español al modo antiguo, ya saben: “mitad monje, mitad soldado”.
El señor Almeida no tiene pajolera idea de si
Almudena Grandes, de la que sus asesores más próximos le aseguran que era una
intelectual y además rojísima, había hecho o no méritos para esa predilección madrileña
que finalmente le ha concedido. Pero conste, señores de OKDiario, que si lo ha hecho ha sido solo debido a la penuria
numérica, porque así se lo exigieron como moneda de cambio cuatro impresentables
cuyo voto era necesario para validar los presupuestos de pandereta que le habían
dado a defender los que sí tienen bien provisto el cerebelo de una aguja de
marear que les permite sortear los meandros del sistema.
El señor Almeida ni se ha leído los libros de Almudena,
ni tampoco sus propios presupuestos. No tiene opinión. No sabe/no contesta.
Eso es lo que hay. No busquen más cotufas en el
golfo.