jueves, 27 de enero de 2022

VIVÍAMOS EN EL MEJOR DE LOS MUNDOS

 


El solipsismo sublime de quien ignora las fatigas ajenas que fundamentan el bienestar propio. Paul VETTRIANO, “El mayordomo cantante” (1992).

 

Y este pescaíto, ¿no es ná?

¡Sacao uno a uno del fondo del má!

¡Gloria pura é!

Las espinas se comen tamié

Que tó es alimento…

José Carlos de LUNA, ‘El Piyayo’

 

 He leído por ahí la opinión, netamente de izquierda, de que lo único importante del aumento de las pensiones es lo que queda aún por aumentar para llegar a nuestras expectativas mínimas. Bueno. Una inmunóloga madrileña, esta netamente de derechas, afirma que la tercera vacuna es postureo del gobierno para hacer como que hace algo contra la pandemia, porque en realidad no está haciendo nada. Bien. En los últimos 12 meses se han creado 840.600 puestos de trabajo y la tasa de paro ha descendido al 13,33%, la más baja desde la Gran Recesión de 2008; pero el camarada Rufián declara que la reforma laboral es solo un expediente de la ministra Yolanda Díaz para darse pote, y ERC, un partido que como se sabe es muy serio y ha sido siempre consecuente en su larga trayectoria, votará en contra porque no gusta de personalismos.

Vivíamos en el mejor de los mundos y no nos habíamos enterado. El actual gobierno de coalición socialcomunista es, dicen, el peor de la historia de la democracia, y si no reaccionamos aprisa nos va a meter un embolado serio.

Requetebién.

La causa de este extraño sesgo de opinión puede ser, para la derecha, que los muy ricos se están enriqueciendo más con la crisis, luego la crisis no es su problema. El actual gobierno está atajando la crisis, y al hacerlo ataja también el incremento espectacular de sus beneficios. Fuego a discreción entonces contra el gobierno. Todo vale.

Para la izquierda, la cosa es algo más complicada. Tenemos una izquierda que lo quiere todo, y ahora mismo, y por decreto. Una izquierda curiosamente inactiva  y contemplativa, pero muy severa con los avances insuficientes de la coyuntura. Una izquierda que no habita la realidad sino el bienestar utópico al que quiere llegar en coche oficial y con chófer a cargo de los presupuestos generales del Estado.

Deberíamos ser más “piyayos” (“piyayoflautas” si me apuráis) al valorar los modestos y no tan modestos éxitos que se van alcanzando. El Piyayo, creación inmortal del malagueño José Carlos de Luna (1890-1964), llevaba a sus nietecillos el pan y el pescaíto frito conseguidos de las contribuciones voluntarias recibidas por cantar y bailar y babear con una guitarra atada al cuerpo. Dice de él el poeta: «A chufla lo toma la gente. / A mí me da pena / y me causa un respeto imponente.»

Y mitinea el Piyayo a sus churumbeles:

« ─¡Chavales!

¡Pan de flor de harina…!

Mascarlo despasio.

Mejó pan no se come en palasio. »