El patrón de patronos, Antonio Garamendi, ha asegurado mantener una excelente relación con el líder del PP, Pablo Casado, y ha propuesto posar ambos ante
los medios como lo hicieron John y Yoko en una ocasión célebre. Desde este
blog, deseamos a la feliz pareja una romántica luna de miel.
Algunos amigos son de la opinión de que la
reforma laboral se ha quedado ridículamente corta, y dicen que la patronal está
como unas pascuas con el resultado. La prueba, para ellos, es que consensuó.
Una reforma consensuada con la patronal, dicen, ni es reforma ni es nada. “Les
hemos lavado la cara.”
El consenso era, sin embargo, el núcleo íntimo,
la razón de ser del proyecto mismo de reforma laboral puesto en marcha desde el
Ministerio de Trabajo: la idea de partida era el aplanamiento de un terreno de
juego, con sus altibajos y desniveles sin duda, pero ya no en pendiente de modo
que una de las partes circulaba siempre cuesta abajo, y la otra cuesta arriba.
No es una idea difícil de entender, pero mucha gente, así en la derecha como en
la izquierda, está empeñada en ver las relaciones laborales como un partido de
fútbol en el que lo que importa es meter cuantos más goles mejor al adversario.
Qué consenso entonces, si lo que anhelan es
meterles el dedo en el ojo, como hizo Mourinho. Aquel hecho provocó la pancarta
más vergonzosa que se ha desplegado de forma impune en un estadio llamado
deportivo: “Mourinho, tu dedo señala el
camino”, en el Bernabeu. Nadie ha pedido perdón por la infamia, se tiende a
considerar que fue solo una chiquillada sin importancia. Pero aquel dedo sigue
señalando el mismo camino, y ya no solo en el fútbol.
Percibo una manera muy extendida de entender la
lucha de clases como un “trágala”: la revuelta a cara de perro de los de abajo
contra los de arriba, la tortilla vuelta en la sartén. Es una idea de escaso
recorrido, no la defendió ninguno de los grandes clásicos del pensamiento del
movimiento obrero, empezando por Marx y por Rosa Luxemburgo, el aniversario de
cuyo asesinato acabamos de conmemorar cariacontecidos.
Lo cierto es que la conciencia de clase tiene
sus recovecos. Debería ser una conciencia de “clase dirigente”, la conciencia
del valor propio de un colectivo amplísimo y esencial, la urgencia de colocarnos
a la altura necesaria para dar una respuesta eficaz a los grandes problemas
comunitarios y a la exigencia de más derechos para las personas, sin
exclusiones por razón de sexo, raza, lengua, nacionalidad u otras
circunstancias.
Y puestos a postularnos como clase dirigente
alternativa, es imperativo utilizar en la acción social esas dos herramientas imprescindibles,
el consenso y el conflicto. Una legislación bien encarrilada llega hasta donde
es posible hacerla avanzar, pero no hace milagros. En general, los milagros no
existen. Cervantes nos lo advirtió en el feliz trance de la resurrección
repentina de Basilio el Pobre, después de ser bendecido por el cura su
matrimonio in artículo mortis con Quiteria la Bella, prometida a Camacho el
Rico. “Milagro, milagro” se exclamaban los invitados, y respondió Basilio: «No
milagro, milagro, sino industria, industria.»
Son cosas que de vez en cuando se nos olvidan.