Llega la enésima encuesta electoral y el
panorama no mejora. Baja algo el PSOE, aunque sigue encabezando las opciones; no
arranca la remontada de la izquierda de la izquierda; baja el PP más que el
PSOE, y cede un 15% de sus expectativas a Vox. Un pasito más hacia el abismo; se
constata que no son pocas las gentes que aman el abismo por encima de todo.
Le ocurre a Patachula, un personaje de “Los vencejos” de Fernando Aramburu, que
estoy leyendo. No es una lectura agradable, en el sentido propio del término,
pero sí provechosa. Patachula es el apodo que le adjudica el protagonista,
porque perdió un pie en el atentado de Atocha y usa una prótesis. Se considera
un hombre de izquierda, pero está decidido a votar a Vox. Ve la contradicción,
pero considera que esa es la única forma de “remover el avispero”.
¿Para qué quiere remover el avispero Patachula?
No lo explica, pero se intuye que el problema radica en una profunda
insatisfacción personal y social. “Hágase la injusticia para que perezca el
mundo”, podría ser su lema. El procedimiento que elige para contrarrestar el
sentimiento, mezcla de rabia y de impotencia, que le oprime, no es el de contribuir
a enderezar lo que está mal, sino despejar el camino para que todo vaya aún a peor.
Esta podría ser una de las claves (no quiero
simplificar un tema que me parece de una complejidad enorme) de una tendencia
suicida al cuanto peor, mejor, rabiosamente militante en el fondo de armario de
una ciudadanía que pasó en un lapso muy breve de la generación del desencanto a
la de la indignación, y ahora se sitúa más o menos en la generación del
negacionismo de todo y del botellón.
Hay remedio, quiero suponerlo. Convendría a los
intrépidos viajeros por los cráteres de nuestra geografía tomar las “lecciones de
abismo” que aconsejaba Arne Saknussem a los intrépidos ansiosos de llegar al
centro de la Tierra.
Lecciones muy necesarias, porque les ayudarían
a calibrar las distancias y evaluar las perspectivas, a fin de no acabar por despeñarse
ellos y despeñarnos a todos.