“Los muchachos con la crisis
Se han embravecido, se han embravecido
Ninguno agarra para marido
Mucho grupo, mucha pinta
Mucho bigotito, mucho bigotito
Pero no quieren entrar en acción.”
Me he despertado esta mañana entonando una canción
venida de quién sabe dónde, y transmitida de cualquier manera por mis deterioradas
circunvoluciones cerebrales aprovechando que yo estaba dormido e indefenso.
Mientras desayunaba la he ido tarareando y he recompuesto
un poco la letra, entre muchas lagunas. Es más larga, pero lo único que he oído
en toda mi vida son los seis versos que van arriba. Los cantaba mi tío Pepe, en
los veranos que pasó en La Garriga, primeros años cincuenta. Antes había estado
en el sanatorio de Puigdolena, tratándose una tuberculosis secuela de las
penurias de la guerra civil, que por lo menos le valió para ser declarado “inútil”
y librarse de ir al frente.
Tío Pepe, hermano pequeño de mi padre, fue mi padrino
de bautismo. No era un hombre propicio a hacer regalos, cosa comprensible
porque nunca tuvo suyas más de dos pesetas, pero sí adornó el dormitorio de los
chicos con escenas populares (la sardana, el pescador, el torero, el faro, el camino
de la escuela) que pintaba sobre ladrillos azulejados; un socio se las ponía a
la venta en las ferias de las fiestas mayores de los pueblos.
También me enseñó a jugar al ajedrez, y me regaló
una copa muy chica que había ganado en un torneo del sanatorio, en el que acabó
segundo. En la partida decisiva su adversario, el que sería ganador, se dejó la
dama en prise, y mi tío le avisó del
descuido y le permitió rectificar su jugada. Acabó perdiendo la partida, pero
fue un resultado justo, dijo, porque el otro jugaba mejor. A mi prima Cuquín le
descomponían esos altruismos tan poco prácticos: “los pantalones recosidos, y
aires de millonarios”, decía para señalar el escaso apego de los varones de la
familia a los bienes terrenales. Y la sentencia irrevocable: “Los Rodríguez, a
los duros les dan patadas.”
Tío Pepe era un hombre inteligente, guasón, a
medias optimista y a medias resignado a su mala suerte repetitiva. Su salud
nunca fue buena, pasó media vida en cama, y cuando creía estar superando sus “alifafes”,
se lo llevó un ataque de uremia en el veraneo de 1965, en tierras de Soria.
Fue un gran narrador de historias. Tenía una
voz fina, pero cuando contaba algo en público, se hacía el silencio a su
alrededor. En la foto le ven en Els Pinetons de La Garriga, en el centro de un corro, encandilando a un
auditorio mayoritariamente juvenil.
La canción de mi sueño, que se quedó al parecer
prendida en algún jirón de mi memoria por habérsela oído cantar algunas veces,
la he podido localizar gracias a Google, que lo sabe casi todo. Su origen es
argentino, fue compuesta por Guillermo Juan Pichot (alias artístico, Ivo Pelay), e interpretada por Tita Merello, que hizo
mucho cine en su país, mayormente con Sandrini, y en México. Su título es “Los
amores con la crisis”. Es un pequeño milagro que me haya sonado de pronto esa
melodía tan antigua por dentro de un sueño, y que haya conseguido recuperarla
gracias al Big Data, como quien dice.