Afrodita de Capua, copia romana de un original helénico de
finales del s. IV aC. No debió de estar destinada a un templo, sino a un ágora,
de ahí que se presente ni desnuda ni vestida, y en actitud de sermonear o
advertir. En otros ejemplos, estas diosas portaban lanza, casco, escudo, etc. Eran protectoras de la ciudad. (Museo Arqueológico de Nápoles)
La sentencia de los jueces de Atenas sobre la acusación
de impiedad a la cortesana Friné, a la que he aludido en una entrada reciente
de mi blog (1), causó un revuelo prolongado en las bellas artes helenísticas.
El tema era capital: la belleza no puede ser en ningún caso impía ni
irrespetuosa, puesto que es algo que nos viene directamente de los dioses.
Cualquier atisbo o chispazo de belleza humana pertenece entonces, por derecho,
a la esfera exclusiva que habitan los inmortales.
(Una visión simétricamente contradictoria es la
de las iglesias cristianas ─no puede echarse la culpa del argumento a
Jesucristo, puesto que nada hay escrito en los Evangelios de lo que luego fue
doctrina divulgada e impuesta por la patrística─, para las cuales la belleza
humana es por naturaleza luciferina, y la salvación de las almas exige negarla,
reprimirla y torturarla; no ahondo en el tema porque no es el motivo de este
contrapunto.)
Praxíteles sacó provecho inmediato de la
sentencia del tribunal, y creó la Afrodita Cnidia. Le imitaron casi de
inmediato otros artistas como Lisipo y Scopas, cuyas inquietudes les situaban
lejos del anterior "Estilo Severo". El desnudo de dioses y diosas, y las expresiones apasionadas o sensuales, resultaban aceptables en el nuevo paradigma de la belleza, siempre que no hubiera procacidad.
Este de la procacidad era un punto delicado.
Así fue como llegó, en el gran arte griego, el momento estelar del himatión (manto de lana) como pieza de
vestir polivalente, que podía ocultar y revelar partes del cuerpo a voluntad, precisamente
porque no se ajustaba anatómicamente al cuerpo, como el quitón o el peplo.
A nadie se le ocurriría llevar el manto de lana
en contacto directo con la piel, pero eso es lo que ocurre en la imaginería de
los dioses (Zeus, Poseidón, Apolo, Hermes, Asclepio, entre otros) y, a partir
de la fecha jurídicamente relevante de la sentencia, también de las diosas.
Los artistas idearon en concreto una forma femenina
de llevar el manto anudado al desgaire en torno a las caderas, que hizo fortuna. El
ejemplo más reproducido es el de la Venus de Milo, descubierta en fecha
bastante reciente pero aupada en el ranking
de reproducciones por el tradicional sentido propagandístico de los franceses,
que la exhiben en el Louvre. La Afrodita de Capua (arriba) o la de Thasos (bajo
estas líneas), cabalgando un delfín que pilota Eros con la cola del pez como timón,
son ejemplos convincentes.
Afrodita cabalgando un delfín, s. II-I aC. Museo
Arqueológico de Thasos. Fuente, Alamy stock, como es perceptible en la foto.
El feliz invento del himatión permitía mostrar lo adecuado pero también, por su amplitud
y espesor, ocultar lo que no debía ser visto. Por ejemplo, en la pintura de un kylix (copa con asas) ático de figuras
negras, datado hacia 490-80 aC, la pareja se envuelve en el manto del varón,
sin que sea posible establecer cuál es el grado de intimidad entre él y la
mujer que se acurruca bajo los pliegues. Nada que ver con los dioses en este
caso, ni con lo sagrado. La copa se llenaba de vino, posiblemente caliente y
especiado, y el dibujo iba apareciendo poco a poco, como una imagen sorpresa, a
medida que el usuario bebía.
(1) Ver http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2021/12/praxiteles-y-la-diosa.html