sábado, 1 de enero de 2022

OJOS QUE NO VEN

 


El virus. Detalle profético del portal de Sant Iu en la catedral de Barcelona. (Imagen compartida del muro de Jordi Pedret Grenzner).

 

Lo escribía Joan Coscubiela el otro día: hay gente que piensa que, si desvía la mirada, la realidad desagradable que estaba contemplando deja de existir.

Cuidado, cuando pongo “gente” me refiero a gente de campanillas, a personalidades de jerarquía. Si eso mismo lo hacemos la gente de a pie también está mal hecho, pero influye mucho menos en los acontecimientos. La característica distintiva de las autoridades públicas es precisamente que se les ha puesto ahí, y se les han dado los medios, para enderezar una realidad torcida; no, en ningún caso, para hacerse la ola a sí mismas.

La cosa viene a cuento de lo siguiente: señala El País que entre Madrid y Cataluña han dejado de comunicar al Ministerio de Sanidad 132.000 positivos por covid.

Ciento treinta y dos mil positivos constatados, o sea positivos fetén. Después están todos los casos innumerables en los que acudes (telefónicamente y después de largas demoras en la respuesta porque la línea está ocupada; lo de pasarte por el CAP, imposible, están saturados) con tus síntomas preocupantes a la sanidad pública o privada, para el caso da igual, y te piden que por favor te pongas la mascarilla, te tomes dos paracetas y te quedes quieto, que no hay camas libres ni stock de vacunas ni pastillas para la tos, y si te mueres tampoco van a poderte hacer la autopsia.

Todo lo cual se lo pasan por el forro los governets de Cataluña y de la Comunidad de Madrid, que, como es sabido, son dos modelos de éxito y han dejado de gastarse más de la mitad de los millones puestos por el Estado a su disposición para luchar contra el covid.

¿Qué sentido tenía, en efecto, gastar en sanidad, si para ellos basta con mirar en otra dirección (¡la economía!), y las dificultades desaparecen?

Cambiamos de año, pero no es probable que cambie además la percepción generalizada de que los listos van a ser capaces de surfear la ola mientras los tontos se ahogarán sin remedio. Volviendo a la gente de a pie, un andoba del que ignoro las circunstancias es antivacunas y se defiende de sus preferencias del modo siguiente: «Si la palmo, llamadme gilipollas».

Gilipollas se lo llamo ya mismo, pero al común no nos interesa que palme. No podemos consentir que se nos mueran los tontos (son demasiados, les necesitamos), ni menos aún, que sufran sin sentido los marginales que no consiguen ser incluidos en unas estadísticas tuneadas. El modelo de éxito solo puede ser aquel en el que salgamos todos juntos a la superficie, a ser posible con un plan firme de futuro colectivo.

Y para eso es necesario mirar la realidad, analizarla con parsimonia y acertar con los remedios, sin buscar atajos raros.

Ojos que sí ven, corazón que sí siente.