lunes, 23 de noviembre de 2015

ASIMETRÍA DE GÉNERO


Uno tras otro, los indicadores estadísticos revelan una realidad consistente: en España, las mujeres están siendo expulsadas del mercado de trabajo. Los datos de la última EPA muestran una caída de la población activa de 116.000 personas, entre los meses de julio a septiembre pasados. El dato es malo en sí, pero el desglose por géneros es catastrófico. La distribución ha sido la siguiente: varones, +5000; mujeres, –121.000. Recordemos que la población activa incluye tanto a empleados como a desocupados inscritos en las listas del INEM; es decir, tanto a las personas que tienen un empleo como a las que aspiran a tenerlo.
Señala Alicia Rodríguez de Paz, al analizar estos datos en La Vanguardia (1), que la sangría de mujeres que se dan de baja de las listas no obedece ni a un diluvio de jubilaciones anticipadas ni a la emigración a otros países en busca de oportunidades de empleo que no encuentran aquí. En su mayoría se trata de mujeres con estudios medios o superiores, y de edades comprendidas entre los 25 y los 44 años. Mujeres en sazón, tanto desde el punto de vista biológico como desde el de los saberes y experiencias profesionales, que han tomado la opción de vivir con los ingresos aportados por el marido y dedicar su tiempo al hogar y al cuidado de los hijos y/o los familiares dependientes.
Se trata de una opción racional, basada en un cálculo de conveniencia. En ese cálculo entra en primer lugar la hostilidad extremada de las estructuras actuales del empleo hacia la biología de la mujer, como ya he mencionado en alguna ocasión en este mismo blog. Estas estructuras tienen, según quienes teorizan en positivo el estado de la cosa, la característica de la “flexibilidad”; pero se trata de una flexibilidad que afecta en exclusiva al dador de empleo. Este puede libremente contratar y despedir, por tiempo cierto o incierto, y cambiar a su gusto los horarios, los turnos, las pausas y los periodos de inactividad por exigencias de la producción. Para la segunda parte contratante del contrato de trabajo, lo que se exige es una subordinación ciega a tales exigencias, una disponibilidad ilimitada de 7 días x 24 horas, y una prioridad absoluta de la esfera laboral sobre la vida privada.
Es un desafío en el que las mujeres tienen un hándicap insuperable para competir. E incluso, cuando están dispuestas a intentarlo, la recompensa es por lo general magra. Los niveles salariales medios actuales son inferiores en un 31% para las mujeres respecto de los varones.
Entonces, en segundo lugar, los recortes drásticos efectuados por las distintas administraciones en servicios sociales de tipo asistencial han empujado al alza la factura pagada por las familias por recurrir a ayuda externa en este terreno (guarderías, asistentes, enfermeros, residencias de tercera edad, centros de día). Esta doble lógica, que favorece el empleo del varón frente a la mujer y hace que a esta no le compense emplearse ni siquiera para contar con un ingreso suplementario como “trabajador añadido” en la unidad familiar, es lo que explica la retirada masiva de las mujeres de la competencia por un puesto de trabajo.
Se está configurando de esta manera perversa una sociedad esquizofrénica, formada por una suma de vidas demediadas: el trabajo asalariado (cuando lo consiguen) es para los varones, a cambio de una disponibilidad absoluta y de la renuncia a cualquier otra aspiración vital; y las mujeres se ven imposibilitadas de desarrollar su potencial creativo y reducidas al trabajo ímprobo y no remunerado que se define con la etiqueta de “labores del hogar”.
Àngels Valls, profesora de Esade, señala en el artículo antes citado que esta estructuración peculiar del empleo es «la semilla de la pobreza que sufriremos dentro de unos años.»
A menos que seamos capaces, entre todos, de remediarlo en breve plazo.