jueves, 5 de noviembre de 2015

LA VIRUELA Y LAS PROBABILIDADES


Algunos espíritus delicados, entre los que me cuento, sentimos una repugnancia instintiva cuando vemos que en la legislación social se sustituyen las circunstancias humanas particulares por tablas de grandes números basadas en cálculos de medias ponderadas. Ese sistema fue, por ejemplo, la base científica que animó el Estado providente, el Welfare State, puesto en marcha en Gran Bretaña en 1945 bajo el impulso del liberal Lord William Henry Beveridge. El welfare hizo fortuna; su extensión a todo el espacio europeo occidental, durante los treinta años del ciclo largo de prosperidad, fue para la socialdemocracia dominante un paseo militar más que una batalla, y mejoró sin la menor duda todos los estándares de vida de las poblaciones implicadas. El modelo estadístico ampliamente utilizado para su implantación y funcionamiento, sin embargo, ha podido ser una de las causas de tanta infelicidad concreta como generó en el curso de su larga vida el Bienestar prometido a los trabajadores industriales y ciudadanos en general.
He encontrado un curioso precedente del problema en la lectura del libro de Alain Supiot La gouvernance par les nombres (Fayard 2015). En 1760 se discutía en Francia la oportunidad de establecer de modo obligatorio la vacuna contra la viruela. Se sabía que una medida así haría retroceder la enfermedad, pero también que la vacuna resultaría mortal para algunas de las personas inoculadas. Mediante estadísticas bastante incompletas se llegó a establecer la probabilidad de mortalidad en torno a un orden de 1/300. Así cuenta Supiot lo que sucedió entonces (la traducción es mía):
«En una memoria presentada a la Academia de Ciencias en 1760, Daniel Bernoulli propuso aplicar a la resolución del problema una fórmula análoga a la utilizada para calcular las probabilidades de ganar a la lotería. Como ese cálculo mostraba que por término medio las personas vacunadas ganarían tres años de esperanza de vida, la conclusión implícita era favorable a una generalización de la vacunación. Su punto de vista fue compartido por la mayoría de los espíritus ilustrados de la época, en particular por Voltaire. Según ellos el debate, que resultó apasionado, enfrentaba a las fuerzas de progreso y a las de la reacción, y el progreso consistía en indexar en el gobierno de los hombres los datos suministrados por la ciencia. El único entre los filósofos que se opuso a Bernoulli fue D’Alembert, que señaló que en un problema que afectaba a la vida humana no podía aplicarse un cálculo basado en datos imperfectos o incompletos.»
Está claro, a lo que entiendo, que Voltaire llevaba la razón, pero también era importante tener presente la objeción de D’Alembert. Es decir, la solución en un caso así pasa por indexar en el gobierno de los hombres los datos científicos, pero sin perder nunca de vista que se legisla para personas, no para porcentajes ni para medias estadísticas.
Esa cautela saludable se ha perdido hoy por completo. Cuando lo que rige son los grandes números, pertenecer a una minoría distinta de la elite social representa una catástrofe. Todas las decisiones económicas de todos los gobiernos, y todas las promesas electorales que se barajan en este campo, toman como base los números macroeconómicos (lo cual no es malo en sí), y hacen abstracción de todas las realidades concomitantes, o medioambientales si se quiere, o escénicas incluso, que tienen una significación destacada en la vida cotidiana de la gente. Se trabaja con la brocha gorda, no hay lugar para el matiz; y sin embargo la estructura social dista de ser un bloque homogéneo, hay cientos de diferencias sutiles que marcan límites y gradaciones en el conglomerado complejo de lo que antes se definía como clases o estamentos sociales.
No me refiero tanto a la asignatura pendiente de la inserción social de los marginados, que también, como a la movilidad hacia arriba, a las aspiraciones íntimas, legítimas y nunca iguales, de las personas caracterizadas en sentido amplio como pertenecientes a sectores profesionales de capas medias/bajas. A las mujeres en particular, que se ven afectadas en nuestra peculiar estructura social por una problemática muy específica. A cuestiones tales como la conciliación de la vida laboral, la familiar y la personal; a la vieja utopía de la formación permanente; a la cultura como apertura a otros horizontes y como vía de realización personal; al ocio creativo. Todo aquello que considerábamos a tocar de mano cuando vino a aplastarnos contra el barro la bota de plomo de las fuerzas desencadenadas por la crisis financiera.