Presten atención al
artículo de Clara Blanchar en El País Cataluña
(1). El éxito electoral de las candidaturas progresistas a los municipios ha
diezmado la primera línea de mando de los movimientos sociales. Está costando
superar el impacto de la marcha a tareas institucionales de tantos activos. La
cara positiva de ese trasvase es la de poder contar con un poder municipal más
sensible a las urgencias sociales; la cara negativa, la necesidad de una recomposición
nada fácil en el organigrama de los movimientos. En la PAH hablan de «momentos
de caos y desánimo» después de la marcha de Ada Colau;
en la FAVB de Lluís Rabell, de la necesidad de
«asumir más horizontalmente unas cargas de trabajo de compañeros que hacían
mucho trabajo.» Los cabezas de lista no se fueron solos, se llevaron consigo
buena parte de su intendencia, y el grupo dirigente quedó muy mermado.
Nunca ha sido fácil
la dialéctica entre las bases de los movimientos (para el caso, también de las
organizaciones políticas y sindicales) y los grupos dirigentes. En lo que se
refiere a la dirección de los procesos, se tiende demasiado a confiar en la
espontaneidad de la selección natural. Para emplear una comparación facilona, en
el momento en que se plantea la necesidad objetiva de descubrir América, se
supone que por alguna parte aparecerá un Cristóbal
Colón visionario que asumirá sin remilgos la tarea y movilizará al
efecto a muchos hermanos Pinzones, navegantes
expertos pero a los que jamás se les habría pasado por la cabeza la idea
peregrina de cruzar el mar Tenebroso.
Bien, aquello fue
cosa de un proyecto lineal y de un solo viaje de descubrimiento. En la vida y
en la política actual los proyectos se multiplican y los trayectos se
entrecruzan. Resulta absurdo confiar en que un “mercado” de talentos suministrará
de forma espontánea el número suficiente de “personalidades” capaces de
proceder a la resituación de una política ambiciosa de izquierdas capaz de cohesionar
a las fuerzas sociales en torno a grandes objetivos comunes y de proceder a una
refundación drástica de las organizaciones, a efectos de reorientar su posición
en relación con los puntos cardinales de esa nueva política. Es casi tan
difícil como que el burro flautista atine de pronto con la melodía, a fuerza de
soplar. Pueden pasar siglos antes de que se dé la conjunción deseada.
Pero a lo más que
llegamos es a prever el funcionamiento de escuelas de navegación para Pinzones.
Nadie se ocupa de formar Colones con vistas a futuros descubrimientos. Antes
esa función la cumplían, bien que mal, los partidos de masas. Pero los partidos
de masas fueron los primeros en entrar en crisis, antes de que lo mismo
ocurriera con todo lo demás. Jordi Mir, experto
en movimientos sociales de la UPF, apunta «sin cuestionar los perfiles» a «procesos
de selección más públicos». Me parece una reflexión importante en sí misma y
también, para utilizar una expresión tomada del deporte del rugby, una «patada
a seguir».