El filósofo y maestro
Víctor Gómez Pin ha publicado ayer en El País un
artículo sobre el conflicto íntimo de muchos catalanes, que lleva por título
“El dolorido sentir”. Es, en efecto, con dolor como llevamos muchos el zarandeo
a que nos vemos sometidos desde la política por nuestro doble sentimiento de
pertenencia irresuelto. En tanto que catalanes, deseamos ver a nuestra patria
exaltada. En tanto que españoles, nos parece inconcebible la amputación traumática
de una condición natural que forma parte indisoluble de nuestra personalidad y
de nuestra cultura.
De ahí ese dolor
íntimo, que no tiene de momento alivio ni solución. Gómez Pin ha acertado al utilizar,
para describir el desasosiego existencial generado por una disyuntiva tremenda,
unos versos de un poema clásico sobre el sentimiento de pérdida. Nemoroso, en
la Égloga primera de Garcilaso de la Vega, llora
la pérdida de su amada Elisa (“Elisa, vida mía”; también Carlos Saura recurrió
a Nemoroso para dar título a una de sus obras cinematográficas más personales).
Dice así el pastor de las riberas del Tajo, y repite Gómez Pin sus palabras:
«El desigual dolor no sufre modo. / No me podrán quitar el dolorido / sentir,
si ya del todo / primero no me quitan el sentido.»
Los catalanes reivindicamos
una singularidad que no me atrevo a llamar histórica, por la banalidad con que
suele recurrirse a este adjetivo, y que desde luego no es cuantificable
económicamente (¡qué frecuente sigue siendo en nuestros días la vieja necedad
de confundir valor y precio!). Y esa reivindicación viene siendo menospreciada
y ninguneada repetidamente desde las alturas de un poder uniformizador e
intolerante: «Que se aguanten, aquí todos somos iguales.»
Pues no, no somos
iguales. No en ese sentido. Y al mismo tiempo, tampoco somos definitivamente
“otros”, no tragamos el cliché de una España madrastra al estilo Blancanieves,
que “nos roba” y pretende asfixiarnos.
Así pues, nuestro
desigual dolor “no sufre modo”. Gómez Pin apunta que no podrá haber sutura al
desgarro de Cataluña sin una «apuesta» tal, que «una y otra parte se expongan
realmente, asumiendo la posibilidad de sacrificar algo profundo.»
La formulación es
ambigua. Estamos de hecho, ya, sacrificando algo profundo, y sin embargo
cualquier posibilidad de sutura nos aparece lejana. Entiendo que el filósofo alude
con ese mensaje final a la necesidad de retirar algunas líneas rojas, de una y
otra parte, y de salir a campo abierto desde la trinchera de cada cual, para ir
aproximándonos todos a alguna fórmula de convivencia que tenga como base
imprescindible, ya que no otra cosa, el respeto mutuo. En la confianza de que
más adelante el roce acabe por engendrar un cariño ahora enteramente ausente,
de una parte y de otra.