lunes, 30 de noviembre de 2015

DEBACLE DEL TRANSVERSALISMO


La asombrosa peripecia del llamado procès catalán desde la nada hasta las cimas de la miseria infinita, ha cubierto una nueva etapa con la asamblea de la CUP en Manresa y la enésima negativa a investir a Artur Mas como president de la Generalitat. No hay novedad por ese flanco. Todas las opciones siguen abiertas, ha dicho Antonio Baños, y habrá que seguir negociando.
No todas las opciones siguen abiertas, sin embargo. Solo queda en pie la incógnita de la presidencia, pero la epopeya de tot un poble en pos de la libertad ha escrito ya su último capítulo.
En los libros de teoría política se define el populismo a partir de la aparición de una clave transversal que cortocircuita el eje derechas/izquierdas como relato de la acción política y lo sustituye por un ideal simplificador, con un gran atractivo de masas, que se coloca en primer plano para erigirlo en proyecto unificador de las distintas capas sociales y de sus expectativas. Ernesto Laclau estudió el fenómeno a partir del peronismo en Argentina, y Pablo Iglesias armó un proyecto en nuestro país basado en la oposición, no entre la derecha y la izquierda, sino entre la casta y la gente.
Parece, sin embargo, que en el trayecto hacia las elecciones le ha robado la cartera un mozalbete capaz como él de dominar la escena mediática y que presenta un discurso igualmente simplista, pero inequívocamente de derechas. De derechas “modernas”, entiéndase por tal apelativo lo que se quiera entender. El transversalismo atrápalo-todo ha mostrado unas limitaciones claras. A pesar de la ambigüedad del programa que esgrimía, sus votantes y sobre todo sus adversarios han acabado por confinar a Podemos en el territorio bien conocido y acotado de la izquierda política.
Mientras tanto, el tremendo impulso populista arrancado desde algunas organizaciones de la llamada sociedad civil catalana, ha llevado la aspiración a la independencia al punto máximo que podía alcanzar el transversalismo como principio motor de la política. El derecho a decidir ha sido aceptado unánimemente. El Estat propi es harina de otro costal, porque un Estado no es un envoltorio, una senyera estelada, sino un complejo de contenidos. Y es inevitable que, al discutir esos contenidos, afloren las contradicciones aparcadas y los conflictos ocultados apresuradamente bajo la alfombra. Estaba cantado que Andreu Mas-Colell y Anna Gabriel no coincidirían en nada, la cosa no se remedia con un reparto equitativo de consejerías, o de ministerios en un flamante Estado virtual.
¿De qué nos extrañamos, entonces, y por qué se acusa a la CUP de frustrar un sueño compartido por todo un país? La CUP está tratando de concretar su propio sueño de país, el que ha refrendado en las urnas el voto que la legitima. La CUP nunca ha estado “junta por el sí”. Si esa realidad, patente, no travestida en ningún momento a lo largo de todo el procès, ha sido pasada por alto o minimizada por los pilotos y los contramaestres del viaje a Ítaca, está suficientemente claro quién tiene la culpa principal del desaguisado que ahora se está poniendo de manifiesto.
Tiende a omitirse, o a olvidarse, la pluralidad de Cataluña, el carácter profundamente mestizo del país concreto. Un país calificado de “rico” desde una perspectiva macroeconómica comparativa, pero no hay mentira más grande que la macroeconómica. Cataluña está atravesada por desigualdades hirientes, por conflictos abiertos y por un muy intenso malestar de fondo. Vean ustedes el mapa de la intención de voto en las elecciones generales, que aparece hoy en La Vanguardia. Ni hay unanimidad, ni hay hegemonía. La solución del puzle catalán no llegará de la próxima asamblea de la CUP. Tampoco, conviene aclarar, de una hipotética reforma de la Constitución española. La ley no arregla nada de por sí, su virtud es en todo caso la de dar forma jurídica a un arreglo social ampliamente consensuado, al que se ha llegado previamente.