A la espera de los
resultados del pleno que va a celebrarse hoy en el Parlament de Catalunya, no
podemos evitar la sensación de que, en los pasillos y en las antesalas de la política
de toda la vida, están pasando muchas más cosas de las que están pasando.
Perro viejo no
aprende trucos nuevos, se dice. Y da la sensación de que en Convergència no han
acabado de cogerle el truco a la coyuntura. Les pareció en su momento una buena
idea subirse en marcha al tren de la independencia para sacudirse con una
iniciativa audaz los ninguneos del poder central y las presiones crecientes de
la Inspección de Hacienda, dos importantes factores desestabilizadores. Durante
la etapa Pujol, por cierto, también habían existido los dos factores de riesgo,
y habían sido satisfactoriamente desactivados, gracias, por supuesto, a la
superioridad natural de la refinada política catalana sobre la rusticidad
carpetovetónica. Pero, por alguna razón no especificada en el folleto de
instrucciones, el mecanismo había dejado de funcionar, no rutllava como se dice por aquí.
La apelación a la
independencia ha desbordado las expectativas de la clase política tradicional.
Todo fue bien mientras se encuadró en unas grandes manifestaciones de calle, en
el anhelo expresado festivamente de tot
un poble. El mutismo del gobierno del PP se interpretaba como un repliegue
temeroso: «Cederán», murmuraban los líderes guiñando un ojo a la intención de sus
bases, conscientes del ceño de preocupación cada vez más acentuado que
componían las elites de los negocios, que siempre respaldaron con armas y
bagajes un nacionalismo de juegos florales temperado por la primacía indiscutible del negocio
sobre la política.
Ahora ya no se trata
de manifestaciones patrióticas, sino del parlament.
De la primacía de la política sobre el negocio. Resulta que aquel paripé que se
montó, hay quien lo ha tomado en serio. Pero per l’amor de Déu, ¿quiénes son esos de la CUP?
Para Jordi Turull,
presidente del grupo parlamentario de JxSí, la cuestión de fondo es la
democracia, pero no parece entender muy bien qué es la democracia. Para él,
según se desprende de sus explicaciones, la democracia son faves contades. Si hemos sacado 72 escaños, y los demás menos, se
ha de hacer lo que decimos los que somos más. Si dentro de los 72 de la
mayoría, hay 10 que tienen una opinión diferente acerca de quién debe ser el president, esos 10 han de inclinarse
delante de los otros 62 porque son minoría. Si dentro de los 62 hay gentes (de
Esquerra o independientes) que discrepan, han de ceder a su vez frente al resto
mayoritario. Y así sucesivamente, como ocurre con las cajas chinas, la mayoría
se va empequeñeciendo hasta quedar reducida al núcleo oligárquico de los que
mandan “de verdad”, como siempre ha sido.
Y ahí es donde
todos los cálculos fallan, y donde se multiplican las corredisses y las conspiraciones de pasillo. El pal de paller se resquebraja, su
capacidad de atracción de satélites en órbitas satisfactoriamente establecidas
se ha desvanecido, todo son prisas, torpezas y tropezones. Pase lo que pase a
partir de la sesión de hoy en el Parlament, el gobierno de Catalunya no va a
ser en adelante “como siempre ha sido”.