miércoles, 7 de septiembre de 2016

AJEDREZ Y PENSAMIENTO COMPLEJO


Dana Reizniece-Ozola, una especie de superwoman, ha asaltado las portadas de los medios debido a la siguiente performance: letona, de 34 años, casada con cuatro hijos, ministra de Finanzas, defiende el primer tablero de su país en la Olimpiada del Ajedrez, y acaba de derrotar a la campeona del mundo, la china Yifán Hou.
He estado mirando la partida: no hay un error claro de la china, un descuido, un mal cálculo. Jugando las negras se ve abocada a una posición algo inferior, y sus intentos de reacción son refutados con contundencia. Una partida limpia, de tono estratégico. Doña Dana no ganó de chiripa; se lo curró.
Dicho lo cual, es necesario seguramente añadir que no existe ninguna relación de causa a efecto entre el ajedrez y los saberes financieros, o para el caso cualesquiera otros. Doña Dana predica la introducción masiva del estudio del ajedrez en la educación de los jóvenes, “porque estructura muy bien el cerebro”. Es cierto, y también que ayuda en la evaluación correcta de situaciones complejas, pero vamos a dejarlo ahí. Los ajedrecistas más eminentes han sido en unas ocasiones grandes talentos en las ciencias teóricas o aplicadas, y en otras, nulidades asociales reconcomidas por obsesiones y fantasmas particulares. No existe ninguna correspondencia precisa apreciable entre una y otra clase de talento. El ajedrez puede ser una buena herramienta para la formación intelectual de una persona, pero es perfectamente inservible en el estudio concreto de cualquier otra disciplina. Quien estudia ajedrez aprende ajedrez, no de rebote matemáticas o teoría económica.
Yo entré en el ajedrez por un portillo lateral. Padecí a mis trece años una meningitis vírica, que me tuvo durante algunos meses para el arrastre. En cama durante muchas horas, y otras apoltronado en un sillón, me aburría mucho, y leía las páginas de deportes de los periódicos de cabo a rabo, hasta la última letra. Coincidió que disputaban en Moscú el campeonato mundial el titular Mijail Botvinnik, ingeniero ruso y finísimo estratega, y el aspirante Mijail Tal, otra maravilla letona como doña Dana, conocido como el “dinamitero” por su arrollador talento táctico y su facilidad para sacrificar exitosamente piezas de manera inesperada. Román Torán, un maestro español de cierta fuerza, publicaba y comentaba cada partida en varios diarios.
Pedí a mi tío Pepe que me enseñara a “leer” la transcripción de las jugadas y, con tiempo por delante, me puse a reproducir las partidas. Yo conocía de antes la mecánica del juego, pero me asombró el hecho de que, lo que parecía un tablero sencillo, plano y cuadrado, por el que las piezas se movían mediante reglas estereotipadas, escondiera tantas sorpresas, tantas posibilidades subterráneas, tal cantidad inagotable de matices.
Mi afición al ajedrez se mantiene intacta desde entonces. Un amigo me aconsejó en una ocasión inscribirme en un club y disputar partidas de competición, asegurándome que mi fuerza ajedrecística crecería en poco tiempo de forma exponencial. Todo tiene su pro y su contra, y no me pareció que el tiempo dedicado a incrementar mi fuerza ajedrecística tuviese prioridad sobre mis restantes ocupaciones.
Tampoco, debo reconocerlo, he llegado a ministro de Finanzas de mi país. Mi admiración por doña Dana Reizniece-Ozola es tanto mayor debido a ambas circunstancias de mi biografía personal.