jueves, 1 de septiembre de 2016

LOS BENEFICIOS DE APPLE


Un cálculo nada temerario sitúa las prestaciones fiscales de la empresa Apple en el tenor siguiente: por cada millón de euros de beneficio, viene a tributar en total 50 €. Parece escandaloso, no es ese porcentaje el que pagamos usted o yo por el IRPF. Y sin embargo, la decisión de la Comisión Europea de obligar a Apple a pagar 13.000 millones a Irlanda, sede formal de las actividades europeas de la multinacional americana, se va a encontrar con dos recursos: uno, previsible, de la propia empresa, que advierte en contra de una resolución “insólita y anómala” que tendrá consecuencias negativas en la inversión y en el empleo; el otro recurso, menos previsible en principio, es de la propia Irlanda, que prefiere no cobrar y seguir como hasta ahora. Tanto Apple como el gobierno irlandés consideran que no ha habido ninguna ilegalidad; este último teme además que el cobro de la cantidad presuntamente adeudada perjudique la posición de Irlanda como país receptor de inversiones. Todo el asunto tiene como trasfondo la aceptación explícita del derecho de determinadas empresas, que ostentan una posición dominante en los mercados globales, a exigir un trato fiscal especial a cambio de los beneficios de todo tipo que, se supone, van a generar sus inversiones.
No es un tema fácil; el derecho internacional privado sigue en mantillas, mientras que las majors cuentan con gabinetes jurídicos expertos en rastrear posibles ventajas en distintas legislaciones nacionales. Todas las operaciones tienen lugar a la luz del día y con una cobertura legal impecable. De otro lado, los intentos de poner en pie una legislación “dura” (hardlaw) decidida en común por los estados, se ven bloqueados de forma sistemática por las grandes empresas, que prefieren normas “blandas” (softlaw) acordadas en mesas de negociación apartadas del escrutinio de las instituciones democráticas y mantenidas en secreto (relativo) respecto de la opinión pública.
Es el caso del TTIP. El presidente francés François Hollande ha pedido el cese oficial de las negociaciones, en desacuerdo con las características que se van perfilando de tales acuerdos; pero tanto las autoridades paneuropeas como el presidente Obama se han conjurado para tener la negociación lista para la firma a finales de este año.
La postura de Obama es característicamente “imperial”. Las majors tributan cada céntimo que deben en el territorio de Estados Unidos. Es la gabela que les corresponde para verse luego protegidas en el exterior por la eficacísima ley del embudo que practica la administración yanqui en terceros países.
Y no es aventurado sospechar, de otro lado, que algo tiene que ver con la postura cerrada de Hollande el hecho de que su ministro de Economía, el liberal declarado Emmanuel Macron, haya optado por dimitir de su cargo y preparar su propia candidatura presidencial para 2017.
Son sutilezas de la situación presente que conviene tener en cuenta: el estado del bienestar no ha sido abolido, pero nos sale mucho más caro a usted y a mí que a la compañía Apple, que cuenta con unos fondos de reserva estimados en 232.000 millones de euros; la soberanía de las naciones cede ante el incentivo del negocio privado suculento, y quien se opone al flujo “natural” de las cosas es apartado sin violencia aparente pero con firmeza. Dilma Rousseff ha sido apartada para dejar paso a Michel Temer en Brasil, como Cristina de Kirchner dejó paso a Mauricio Macri en Argentina, y François Hollande puede dejar paso a Emmanuel Macron en Francia. No se trataba en ninguno de los tres casos de dirigentes impecables, pero el examen de sus sucesores en el cargo evoca el enunciado de la ley de Murphy: todo lo que es susceptible de ir a peor, irá a peor.
Lo cual, por supuesto, no tiene nada que ver con los avatares de la investidura que estamos padeciendo en estos lares. O sí.