Los socios
presuntos del fallido gobierno de septiembre, Ciudadanos y Coalición Canaria,
han puesto el grito en el cielo por el nombramiento del ex ministro Soria para
cubrir la vacante preceptiva en la cuota española de gobierno del Banco Mundial. El PSOE
se ha librado de un bochorno parecido por la bendita tozudez de su inestable
equipo de gobierno actual. De haberse producido la abstención preconizada en
algunos cenáculos muy próximos al mecanismo rutinario de las puertas
giratorias, ahora el griterío inundaría los pasillos de Ferraz. Porque Mariano
Rajoy, claro está, despejado de una vez el camino de la investidura, habría
dado el visto bueno al nombramiento de Soria el mismo día y con los mismos
argumentos. Eran habas contadas; el plazo para la propuesta de un nombre concluía
ayer, y el mecanismo giratorio no admitía alternativas menos ulcerantes. Igual
que Wert, para dar el paso a un lado, había puesto determinadas condiciones que
fueron escrupulosamente cumplidas, del mismo modo era necesario cumplir con
Soria.
José Manuel Soria había
dejado bien claro a Rajoy y a De Guindos qué era lo que deseaba a cambio de su
dimisión, una dimisión que fue jaleada como transparente y ejemplar ante el
público y los medios. Se dejó correr el plazo previsto para el nombramiento, en
busca del momento menos lacerante para hacerlo público. No hubo suerte, sin
embargo, y a la conclusión del plazo la disyuntiva era elegir entre dos males:
el descontento de los socios virtuales recién llegados al cotarro, o el descontento
de Soria. Era infinitamente más peligroso el descontento de Soria. En Génova es
preciso concentrarse todos los días en el encaje de bolillos; la pérdida de
imagen provocada por la propuesta de llevar a Soria al Banco Mundial, viene a
ser equivalente en alguna medida a la de la destrucción de los discos duros de
Bárcenas. Habría sido preferible no hacerlo, pero There Is No Alternative.
Ahora, sin apenas
solución de continuidad, el campo de batalla se traslada a tres realidades
periféricas mal ajustadas desde años atrás a las previsiones armonizadoras del
actual marco constitucional. Están la cenicienta (una de las cenicientas) del
sistema, y las dos hermanas ricas pero ya bastante menos ricas, todas ellas
pendientes de la madrastra que las castiga de forma distinta a las tres. Tres
nacionalismos enfrentados a un poder central ávido de recentralizar funciones y
servicios para exprimir todo lo posible la extracción de plusvalías de las
clases menesterosas y los pensionistas, el último pozo seco de donde es posible
sacar petróleo para cuadrar los números de la macroeconomía.
Veremos cómo se
resuelven las tres batallas. Permítanme una previsión: ni en el caso de darse la
mejor de las expectativas que baraja el gobierno en funciones, podrá
desanudarse el tremendo nudo gordiano que atenaza este país.
Otra cosa será si la
realidad electoral y parlamentaria de los tres ámbitos en cuestión contradice
de forma consistente las expectativas gubernamentales. Asistiremos entonces a
una defensa numantina de la legitimidad soberana de la minoría mayoritaria,
pero es probable que poco a poco se pueda ir soslayando la cuestión principal y
dejar en manos de Mariano Rajoy la trascendente decisión de cortarse las venas,
o bien dejárselas largas.