martes, 13 de septiembre de 2016

EL TIOVIVO DE LA MEMORIA


Mi avión aterrizó en el aeródromo de Rodas, apropiadamente situado junto a un pueblo de nombre Paradisi, de buena mañana, casi sin duda antes, dada la diferencia horaria, de que mi primo Ignasi emprendiera una excursión por las montañas de Montserrat en la que de forma súbita se derrumbó, víctima de un infarto o de un accidente cerebral.
Años atrás, Ignasi ejercía de “capellán de crucero” en una ocasión en que, estando yo también en la isla de Rodas, tuve ocasión de llevarle al lugar que él me indicó: el monasterio de Filérimos (porque sentía curiosidad por la vida conventual ortodoxa) y el vía crucis que discurre por la arista del monte, entre pinos y ruinas de la antigua acrópolis de Yalisos, con estaciones provistas de artísticas lápidas en relieve firmadas por un escultor italiano de época mussoliniana. La vía dolorosa concluye en una gran cruz alzada frente a la llanura central de la isla. Ignasi comió ese día en la casa de mi familia rodia, en el pueblo de Soroní, y luego lo reintegramos en coche a su crucero, en el muelle de los molinos.
Rodas capital se mantiene sensiblemente igual a como estaba aquel día; dos grandes naves de crucero – una de ellas enorme – ancladas en el puerto, cruceristas abarrotando el cogollito comercial de la calle Sokratous, un sol implacable que abre todos los poros de la piel y empapa las ropas de sudor, y visitantes culturales derretidos de calor delante de las piedras centenarias o milenarias de muros micénicos, romanos, bizantinos o medievales que trazan  perfiles exactos de una memoria de siglos ofrecida sin alarde y casi con indiferencia: la tomas o la dejas. De noche, bajo la luna llena que Ignasi ya no verá, las luces de los barcos reflejadas en el agua del puerto, las murallas iluminadas por baterías de focos, el olor a carne asada y especias que sale de las tabernas, el bullicio interminable.
Rodas y el tiovivo de la memoria. Me viene a la mente una canción de Edith Piaf que yo dedicaría a la isla mágica: «Tu me fais tourner la tête, / Mon manège à moi c'est toi / Je suis toujours à la fête / Quand tu me tiens dans tes bras» (“Haces que la cabeza me dé vueltas, eres mi tiovivo, siempre estoy de fiesta cuando me tienes en tus brazos”).
Ignasi ocupa un lugar preciso en el carrusel en continuo movimiento de mi memoria personal: Ignasi en Rodas, en Barcelona, en otros lugares. Vivir es una fiesta, y las fiestas son motivo de alegría por más que sepamos que siempre tienen un final. El final está implícito en el mecanismo de la vida; el tiovivo se detiene después de un número indeterminado de vueltas.
No encuentro más que decir. Habría querido que las cosas fueran de otra manera, claro está. Como en tantas cosas. Que estas líneas no demasiado tristes y nada resignadas sirvan como despedida de un hombre combativo, depresivo a veces, siempre de buena fe, algo de lo que le gustaba presumir. Una persona entrañable para mí.