domingo, 4 de septiembre de 2016

LA CUALIDAD ALTERNATIVA DEL COOPERATIVISMO


María Fernández titula así en elpais un interesante artículo sobre el cooperativismo español: «Un capitalismo más humano pide paso» (1). Lo que se deduce del contenido no es que el cooperativismo pida paso, sino que pide con cierta desesperación ayuda por parte de las administraciones. Nos ha caído en suerte un capitalismo de rapiña tan voraz y desaforado en el sentido directo de la palabra, que corremos el riesgo cierto de que acabe con la biodiversidad económica. Se cantan ditirambos a la innovación y se pone a las startups como ejemplo para el futuro. Pero el asunto funciona del modo siguiente: los emprendedores con una idea innovadora susceptible de abrir brecha en un nicho de mercado poco trillado, deben recurrir a los llamados “inversores ángeles” (las tres efes en inglés: family, friends and fools, “familia, amigos y locos”) o bien a las condiciones leoninas del capital riesgo. Las que sobreviven a una criba rigurosa y consiguen estabilizarse en el mercado después de pagar sus deudas e hipotecas iniciales, muy probablemente serán absorbidas al final del trayecto por una de las grandes corporations, que pagará sin rechistar el precio correspondiente por un producto que ya ha dejado de ser azaroso para convertirse en una inversión segura. Las corporations no arriesgan nunca; sus accionistas no se lo permiten.
Con la economía cooperativa sucede algo parecido: esfuerzos ímprobos para trabajarse un nicho, y la amenaza continua del Leviatán dispuesto a zampárselo todo en un repente, por un quítame allá un repunte del beneficio. Pueden leer en el link adjunto las sucesivas bajadas de salarios, incluso ajustes de plantilla, votados mayoritariamente en empresas cooperativas para conjurar la crisis, y la metáfora escaquística de un directivo: «Nuestra gran competencia es China, tenemos que ir una generación por delante de ellos y destinar los recursos necesarios para desarrollar nuevos productos. Lo hemos asumido todos. Esto es como el ajedrez, si no te mueves de tu baldosa te comen en un par de movimientos.»
El llamado tercer sector no puede sustituir al enorme colectivo de empresas capitalistas genuinas, las que colocan el beneficio económico por divisa, pero sí abanderar una alternativa que coloque el trabajo, y la satisfacción en el trabajo, como objetivo de una importancia similar a la extracción de beneficio. Por esa brecha abierta en la muralla levantada por los mercados, una fuerza de trabajo más consciente de su importancia como factor productivo y de la trascendencia de sus saberes para mejorar la satisfacción social como resultado del intercambio económico, podría elevar sus expectativas de valoración en empresas de todo tipo.  
Hay una pega para la consecución de objetivos tan beneficiosos: las administraciones ayudan poco. «Nos consideramos ya como un sector económico y social suficientemente importante y reconocido como para tener un espacio propio donde se construyen las políticas públicas. Llevamos tiempo reclamando un lugar en ese diálogo.» Lo dice Juan Antonio Pedreño, presidente de la CEPES y de la Social Economy Europe, su versión en el ámbito europeo.
Para la gran patronal atrincherada en la CEOE, el tercer sector no cuenta, no es sino competencia desleal. Para el gobierno, tampoco; un ejemplo claro es el régimen fiscal, «las cooperativas por la normativa de desgravaciones apenas pueden beneficiarse de las deducciones que tienen las grandes empresas.»
En algunas comunidades autónomas, en algunos ayuntamientos, sí hay sensibilidad hacia este sector cuantitativa y cualitativamente valioso para la creación de un empleo digno y con perspectivas.
Es la demostración de que mientras por arriba se nos sigue machacando los oídos con la TINA (There Is No Alternative), las alternativas reales nacen en el suelo social y crecen de abajo arriba, como todo en la naturaleza.