María Fernández
titula así en elpais un interesante artículo sobre el cooperativismo español:
«Un capitalismo más humano pide paso» (1). Lo que se deduce del contenido no es
que el cooperativismo pida paso, sino que pide con cierta desesperación ayuda
por parte de las administraciones. Nos ha caído en suerte un capitalismo de rapiña tan
voraz y desaforado en el sentido directo de la palabra, que corremos el riesgo
cierto de que acabe con la biodiversidad económica. Se cantan ditirambos a la
innovación y se pone a las startups como
ejemplo para el futuro. Pero el asunto funciona del modo siguiente: los emprendedores
con una idea innovadora susceptible de abrir brecha en un nicho de mercado poco
trillado, deben recurrir a los llamados “inversores ángeles” (las tres efes en
inglés: family, friends and fools, “familia,
amigos y locos”) o bien a las condiciones leoninas del capital riesgo. Las que
sobreviven a una criba rigurosa y consiguen estabilizarse en el mercado después
de pagar sus deudas e hipotecas iniciales, muy probablemente serán absorbidas al
final del trayecto por una de las grandes corporations,
que pagará sin rechistar el precio correspondiente por un producto que ya ha
dejado de ser azaroso para convertirse en una inversión segura. Las corporations no arriesgan nunca; sus
accionistas no se lo permiten.
Con la economía
cooperativa sucede algo parecido: esfuerzos ímprobos para trabajarse un nicho,
y la amenaza continua del Leviatán dispuesto a zampárselo todo en un repente,
por un quítame allá un repunte del beneficio. Pueden leer en el link adjunto
las sucesivas bajadas de salarios, incluso ajustes de plantilla, votados mayoritariamente
en empresas cooperativas para conjurar la crisis, y la metáfora escaquística de
un directivo: «Nuestra gran competencia es China, tenemos
que ir una generación por delante de ellos y destinar los recursos necesarios
para desarrollar nuevos productos. Lo hemos asumido todos. Esto es como el
ajedrez, si no te mueves de tu baldosa te comen en un par de movimientos.»
El llamado tercer sector no puede sustituir al enorme colectivo
de empresas capitalistas genuinas, las que colocan el beneficio económico por
divisa, pero sí abanderar una alternativa que coloque el trabajo, y la
satisfacción en el trabajo, como objetivo de una importancia similar a la
extracción de beneficio. Por esa brecha abierta en la muralla levantada por los
mercados, una fuerza de trabajo más consciente de su importancia como factor productivo y de la
trascendencia de sus saberes para mejorar la satisfacción social como resultado
del intercambio económico, podría elevar sus expectativas de valoración en
empresas de todo tipo.
Hay una pega para
la consecución de objetivos tan beneficiosos: las administraciones ayudan poco.
«Nos
consideramos ya como un sector económico y social suficientemente importante y
reconocido como para tener un espacio propio donde se construyen las políticas
públicas. Llevamos tiempo reclamando un lugar en ese diálogo.» Lo dice Juan
Antonio Pedreño, presidente de la CEPES y de la Social Economy Europe, su
versión en el ámbito europeo.
Para la gran patronal atrincherada en la CEOE, el tercer
sector no cuenta, no es sino competencia desleal. Para el gobierno, tampoco; un
ejemplo claro es el régimen fiscal, «las cooperativas por la normativa de
desgravaciones apenas pueden beneficiarse de las deducciones que tienen las
grandes empresas.»
En algunas comunidades autónomas, en algunos
ayuntamientos, sí hay sensibilidad hacia este sector cuantitativa y cualitativamente
valioso para la creación de un empleo digno y con perspectivas.
Es la demostración de que mientras por arriba se nos sigue
machacando los oídos con la TINA (There
Is No Alternative), las alternativas reales nacen en el suelo social y
crecen de abajo arriba, como todo en la naturaleza.