viernes, 30 de septiembre de 2016

COSAS QUE TAMBIÉN PASARON


Se han cumplido ochenta años del golpe militar que llevó al general Franco al poder, y a España a una conciencia colectiva marcada por un brote paranoico que tiende a confundir y a enredar los conceptos y a variar a conveniencia los puntos cardinales de la ética. La Historia, con mayúscula, escrita por los vencedores, se ha encargado de establecer una síntesis según la cual aquello fue una lucha de España contra la Antiespaña, en la cual se impusieron a fin de cuentas los valores eternos. No hubo una dictadura sino un "régimen autoritario", cuidadoso de preservar la sagrada unidad, la sagrada religión, y las normas elementales de convivencia frente a la barbarie marxista. Determinados aspectos poco ejemplares del régimen franquista se omiten en esa síntesis muy edulcorada; se silencian, por ejemplo, y se pone toda clase de obstáculos al rescate de sus huesos, las decenas de miles de fusilados enterrados en las cunetas, y los exterminios sistemáticos de varones, mujeres y niños en pueblos "rebeldes". También se empequeñece el número de las víctimas, a imitación de otros “especialistas” que niegan las cifras del Holocausto judío: «no fue para tanto…» Hubo algún exceso, se reconoce a regañadientes, pero todo era para bien, porque lo que pretendía la barbarie marxista era destruir España.
Franco fue un padrazo, Millán Astray un hombre “íntegro” con inquietudes sociales. Sí, gritó en una ocasión «Muera la inteligencia y viva la muerte», pero son cosas que no deben sacarse de su contexto. Etcétera. Para resaltar la hombría de bien de los asesinos, la historia oficial no ha dudado en embarrar la personalidad y la ética de las víctimas, que también luchaban por España, aunque por una España diferente, no anclada en unos presupuestos eternos y por consiguiente inamovibles.
En el Born se ha inaugurado una exposición sobre «torturas e impunidades», bajo el título «Això em va pasar», esto me pasó. Les encarezco calurosamente que vayan a visitarla. Comisariada por Javier Tébar, César Lorenzo y Jordi Mir, su sustancia consiste en presentar testimonios personales de “cosas” que también sucedieron pero fueron silenciadas por la historia oficial. Se adivina, a través de los relatos escuetos y en primera persona de una muestra mínima de personas afectadas, la arquitectura gigantesca de la represión, su carácter sistemático y omnipresente, su racionalidad aberrante pero tangible, su siniestra eficacia. Un régimen como el de Franco no dura cuarenta años porque sí. No hubo un poco de mano dura para señalar el camino correcto a quienes (ínfimas minorías fuera cual fuese su número) se extraviaban o se desmandaban, sino un plan completo de aplastamiento de toda disidencia, de aniquilación de toda aquella porción de la realidad del país que en la mente del dictador llevaba la etiqueta de «demonios familiares».
Le debemos un favor más al historiador Javier Tébar Hurtado, un hombre empeñado en rescatar las historias no oficiales, las de los de abajo, las que los vencidos no pudieron escribir y la epopeya de la contestación cada vez más numerosa y más firme a un estado de cosas progresivamente más insufrible para la sociedad española a medida que los años pasaban y la historia corría en otros lugares mientras seguía secuestrada, amordazada e inmovilizada en nuestro país.
Le debemos también un favor más al actual Ayuntamiento de Barcelona. Como en tantas otras iniciativas, se ha alzado un coro de voces en contra de la muestra del Born. Que había una estatua ecuestre de Franco (descabezada), que eso era hacer el juego a no sé quién. Siempre será más útil recordar lo que en efecto pasó (“lo que me pasó a mí”, un matiz importante por su mayor valor pedagógico) que no dejar en el olvido un capítulo siniestro del país que somos todos.